Diferencia entre revisiones de «Batalla de Covadonga»

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(crónicas)
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Se desarrolló  en el lugar del mismo nombre, situado en el concejo de Cangas de Onís (Asturias, España) a los pies del monte Auseva, venciendo las fuerzas astures acaudilladas por [[Pelayo]] a un contingente agareno dirigido por [[Alqama]]. Tras esta victoria Pelayo consiguió consolidar una jefatura independiente del poder árabe que en esos momentos controlaba la mayor parte de la Península Ibérica, cuya ulterior evolución daría origen al [[Reino de Oviedo]] (ver: [[Oviedo]] 4 Historia 4.1 Fundación de Oviedo).  
 
Se desarrolló  en el lugar del mismo nombre, situado en el concejo de Cangas de Onís (Asturias, España) a los pies del monte Auseva, venciendo las fuerzas astures acaudilladas por [[Pelayo]] a un contingente agareno dirigido por [[Alqama]]. Tras esta victoria Pelayo consiguió consolidar una jefatura independiente del poder árabe que en esos momentos controlaba la mayor parte de la Península Ibérica, cuya ulterior evolución daría origen al [[Reino de Oviedo]] (ver: [[Oviedo]] 4 Historia 4.1 Fundación de Oviedo).  
  
Se dispone de muy poco material documental coetáneo del siglo VIII, conociéndose fundamentalmente la lucha de Pelayo contra los sarracenos a través de los relatos de las crónicas hispano-cristianas más antiguas, la [[Crónica Albeldense]] y la de [[Alfonso III, el Magno]] en sus diferentes versiones, Rotense y Sebastianense, datadas en el penúltimo decenio del siglo IX y elaboradas en el ambiente neogoticista de la corte ovetense, de algunos documentos pertenecientes a la diplomática alto-medieval, y a través de la historiografía musulmana. Las [[Crónicas de Alfonso III]], además de sus adherencias providencialistas en consonancia con los mecanismos de legitimación ideológica propios del periodo, exageran las cifras de combatientes hasta hacerlas inverosímiles: se habla de 187.000 soldados musulmanes de los cuales 123.000 resultarían muertos; la Albeldense parece bastante más veraz, limitándose a dar cuenta de la aniquilación de las fuerzas de Alqama. Para [[Claudio Sánchez-Albornoz]] estas crónicas estarían inspiradas en otra anterior que no ha llegada hasta nosotros y que habría sido redactada durante los primeros años del reinado de [[Alfonso II, el Casto]]. Las contradicciones entre los más antiguos relatos musulmanes y cristianos, las mitificaciones de las crónicas y el hecho de que la fuente más cercana a los sucesos, la [[Crónica Mozárabe]] o Pacense del año 754, no haga referencia a la resistencia astur motivaron una interpretación hipercrítica que negaba la veracidad de la batalla. Tal interpretación, que estuvo en boga a finales del siglo XIX y principios del XX teniendo como principales valedores a [[Julio Somoza]] y [[Barrau-Dihigo]], no se acepta ya actualmente, entre otras cosas porque las crónicas musulmanas se hacen en todo caso eco de la rebeldía de Pelayo y de la operación de castigo enviada contra él, aunque sí se discute la magnitud de la contienda. Frente a las exageraciones de los ciclos cristianos [[Ibn  Hayyan]] e [[Isa al –Razi]] hablan de un despreciable número de combatientes astures que finalmente acaban reducidos a treinta hombres refugiados sin apenas alimento en las angosturas de la montaña; sin embargo, a continuación cuentan que los musulmanes, cuya situación habría llegado a ser penosa por las condiciones del terreno, se retiraron considerando inofensivos a los supervivientes. En este sentido es interesante referirse a las recientes excavaciones en [[La Carisa]], dirigidas por [[Yolanda Viniegra]], [[Rogelio Estrada]] y [[Jorge Camino]], paso montañoso situado entre Lena y Aller donde además de un complejo defensivo astur de sorprendentes dimensiones, coetáneo de la invasión romana y situado en el pico Homón de Faro (frente a cual se emplaza un importante campamento romano) se han localizado vestigios de una gran muralla datada en el siglo VIII que pudiera corresponder a una fortificación destinada a detener el avance sarraceno (aunque no se ha descartado que fuera anterior, de las luchas de los astures contra la penetración visigoda). Junto con una muralla descubierta en el paso de la Mesa, otra vía de penetración en Asturias, también del siglo VIII, estos vestigios apuntan a una serie de escaramuzas en la Cordillera Cantábrica, quizás como preludio de la Batalla de Covadonga, y evidencian la capacidad organizativa y el número no despreciable de sus artífices.  
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Se dispone de muy poco material documental coetáneo del siglo VIII, conociéndose fundamentalmente la lucha de Pelayo contra los sarracenos a través de los relatos de las crónicas hispano-cristianas más antiguas, la [[Crónica Albeldense]] y la de [[Alfonso III, el Magno]] en sus diferentes versiones, [[Crónica de Alfonso III, versión Rotense|Rotense]] y [[Crónica de Alfonso III, versión "ad Sebastianum" o Sebastianense|Sebastianense]], datadas en el penúltimo decenio del siglo IX y elaboradas en el ambiente neogoticista de la corte ovetense, de algunos documentos pertenecientes a la diplomática alto-medieval, y a través de la historiografía musulmana. Las [[Crónicas Asturianas]], además de sus adherencias providencialistas en consonancia con los mecanismos de legitimación ideológica propios del periodo, exageran las cifras de combatientes hasta hacerlas inverosímiles: se habla de 187.000 soldados musulmanes de los cuales 123.000 resultarían muertos; la Albeldense parece bastante más veraz, limitándose a dar cuenta de la aniquilación de las fuerzas de Alqama. Las contradicciones entre los más antiguos relatos musulmanes y cristianos, las mitificaciones de las crónicas y el hecho de que la fuente más cercana a los sucesos, la [[Crónica Mozárabe]] o Pacense del año 754, no haga referencia a la resistencia astur motivaron una interpretación hipercrítica que negaba la veracidad de la batalla. Tal interpretación, que estuvo en boga a finales del siglo XIX y principios del XX teniendo como principales valedores a [[Julio Somoza]] y [[Barrau-Dihigo]], no se acepta ya actualmente, entre otras cosas, porque las crónicas musulmanas se hacen en todo caso eco de la rebeldía de Pelayo y de la operación de castigo enviada contra él, aunque sí se discute la magnitud de la contienda. Frente a las exageraciones de los ciclos cristianos [[Ibn  Hayyan]] e [[Isa al –Razi]] hablan de un despreciable número de combatientes astures que finalmente acaban reducidos a treinta hombres refugiados sin apenas alimento en las angosturas de la montaña; sin embargo, a continuación cuentan que los musulmanes, cuya situación habría llegado a ser penosa por las condiciones del terreno, se retiraron considerando inofensivos a los supervivientes. En este sentido es interesante referirse a las recientes excavaciones en [[La Carisa]], dirigidas por [[Yolanda Viniegra]], [[Rogelio Estrada]] y [[Jorge Camino]], paso montañoso situado entre Lena y Aller donde además de un complejo defensivo astur de sorprendentes dimensiones, coetáneo de la invasión romana y situado en el pico Homón de Faro (frente a cual se emplaza un importante campamento romano) se han localizado vestigios de una gran muralla datada en el siglo VIII que pudiera corresponder a una fortificación destinada a detener el avance sarraceno (aunque no se ha descartado que fuera anterior, de las luchas de los astures contra la penetración visigoda). Junto con una muralla descubierta en el paso de la Mesa, otra vía de penetración en Asturias, también del siglo VIII, estos vestigios apuntan a una serie de escaramuzas en la Cordillera Cantábrica, quizás como preludio de la Batalla de Covadonga, y evidencian la capacidad organizativa y el número no despreciable de sus artífices.  
  
 
Tras la contundente derrota del ejército visigodo de Rodrigo (último monarca visigodo) en la Batalla de Guadalete en 711 los agarenos afirman su dominio sobre la Península Ibérica, labrado en muchos casos merced a pactos con la aristocracia hispanogoda e hispanorromana, hastiada de la inestabilidad política que había caracterizado al Reino Visigodo, a la que se garantizó la permanencia en sus dominios con ciertas condiciones, y en general tras una fácil victoria sobre focos de resistencia aislados y de poca entidad.  
 
Tras la contundente derrota del ejército visigodo de Rodrigo (último monarca visigodo) en la Batalla de Guadalete en 711 los agarenos afirman su dominio sobre la Península Ibérica, labrado en muchos casos merced a pactos con la aristocracia hispanogoda e hispanorromana, hastiada de la inestabilidad política que había caracterizado al Reino Visigodo, a la que se garantizó la permanencia en sus dominios con ciertas condiciones, y en general tras una fácil victoria sobre focos de resistencia aislados y de poca entidad.  
  
Las crónicas refieren la huída de un cierto número de nobles godos de la facción de Rodrigo a tierras del Norte o a los territorios de la actual Francia; concretamente la versión erudita de la Crónica de Alfonso III cita a Pelayo entre éstos haciéndolo espatario de los reyes Vitiza y Rodrigo.
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Las crónicas refieren la huída de un cierto número de nobles godos de la facción de Rodrigo a tierras del Norte o a los territorios de la actual Francia; concretamente la versión erudita de la Crónica de Alfonso III, la Sebastianense, cita a Pelayo entre éstos haciéndolo espatario de los reyes Vitiza y Rodrigo.
  
El origen de Pelayo es de por sí objeto de notables controversias: no parece probable que los astures, habiéndose revelado contra el poder visigótico en tiempos del rey Wamba, aceptasen como caudillo a un noble godo veinte años después. Por otro lado la conquista musulmana no encontró serias dificultades ni siquiera en las zonas más romanizadas como la Bética y la Tarraconense, aceptando buena parte de la nobleza goda el dominio omeya. Las crónicas más antiguas como la Albeldense no incluyen la genealogía detallada de Pelayo pero sí le atribuyen un origen godo presentándolo como descendiente de un dux Favila; los primeros documentos en recorrer su ascendencia, en los que se lo hace descendiente del rey Chidasvinto, son varios siglos posteriores. El nombre Pelayo no es germánico (en realidad ninguno de los sucesores de Pelayo tomarán nombre godo, lo que parece relativizar sus pretensiones de entroncar con la monarquía visigótica) sino griego, lo que podría apuntar a un origen hispanorromano; se trataba además de un nombre muy utilizado entre los habitantes del norte de hispania. Asimismo la documentación y las crónicas, tanto cristianas como musulmanas, dan cuenta de estrechos vínculos de Pelayo con Asturias, poseía importantes dominios en la región: el testamento de Alfonso III, por ejemplo, refiere que poseía tierras en Tiñana (Siero), cerca del Lucus Asturum (enclave central en la época romana); la [[Crónica Rotense]] cuenta que tras su huída de Córdoba (de la que hablaremos después)  buscó refugio en Bres (Piloña) antigua región de los luggones, cuya capital era la cercana Beloncio; los cronistas musulmanes [[Al-Akir]] o [[Al-Nuwari]] citan un lugar conquistado por [[Muza]] entre los años 712 y 714 llamado Roca de Pelayo que algunos historiadores identifican con el Cerro Santa Catalina de [[Gijón]], lo que pudiera indicar que Pelayo era en realidad un gobernante local.
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El origen de Pelayo es de por sí objeto de notables controversias: no parece probable que los astures, habiéndose revelado contra el poder visigótico en tiempos del rey Wamba, aceptasen como caudillo a un noble godo veinte años después. Por otro lado la conquista musulmana no encontró serias dificultades ni siquiera en las zonas más romanizadas como la Bética y la Tarraconense, aceptando buena parte de la nobleza goda el dominio omeya. La crónica Albeldense no incluye la genealogía detallada de Pelayo pero sí le atribuyen un origen godo presentándolo como descendiente de un dux Favila; los primeros documentos en recorrer su ascendencia, en los que se lo hace descendiente del rey Chidasvinto, son varios siglos posteriores. El nombre Pelayo no es germánico (en realidad ninguno de los sucesores de Pelayo tomarán nombre godo, lo que parece relativizar sus pretensiones de entroncar con la monarquía visigótica) sino griego, lo que podría apuntar a un origen hispanorromano; se trataba además de un nombre muy utilizado entre los habitantes del norte de hispania. Asimismo la documentación y las crónicas, tanto cristianas como musulmanas, dan cuenta de estrechos vínculos de Pelayo con Asturias, poseía importantes dominios en la región: el testamento de Alfonso III, por ejemplo, refiere que poseía tierras en Tiñana (Siero), cerca del Lucus Asturum (enclave central en la época romana); la Crónica Rotense cuenta que tras su huída de Córdoba (de la que hablaremos después)  buscó refugio en Bres (Piloña) antigua región de los luggones, cuya capital era la cercana Beloncio; los cronistas musulmanes [[Al-Akir]] o [[Al-Nuwari]] citan un lugar conquistado por [[Muza]] entre los años 712 y 714 llamado Roca de Pelayo que algunos historiadores identifican con el Cerro Santa Catalina de [[Gijón]], lo que pudiera indicar que Pelayo era en realidad un gobernante local.
  
Según las crónicas la reorganización administrativa del territorio hispano desarrollada por los agarenos hizo corresponder a [[Munuza]] el control del territorio asturiano, situándose su sede en Gijón. El gobernador [[Munuza]] intentó casarse con la hermana de Pelayo, lo cual tiene bastante lógica a tenor de la posibilidad de que éste fuera un jefe local, puesto que era habitual el casamiento de árabes con antiguos miembros de la aristocracia para consolidar y legitimar su autoridad política (así por ejemplo el rey Silo, perteneciente a una familia de la aristocracia pésica, era hijo de una musulmana, sirviéndole tal condición para concertar una paz con el emir de Córdoba). Pelayo es entonces enviado a Córdoba con el pretexto de una comisión o como rehén al no aprobar el enlace, permaneciendo allí hasta el verano de 717 en que se habría fugado regresando a Asturias. Ya en esta región está a punto de ser alcanzado por sus perseguidores musulmanes en un lugar llamado Brece, identificado con el concejo de Piloña, logrando perderlos al cruzar el río Piloña y yendo a refugiarse en los valles interiores del oriente astur. Allí, según la Crónica de Alfonso III, toma contacto con los habitantes de la comarca que se hallaban celebrando un concilium o asamblea popular, circunstancia que aprovecha para alentarlos a la rebelión contra la dominación sarracena impresionándolos con su arenga hasta tal punto que lo eligen caudillo. Dejando al margen las disquisiciones acerca del origen de Pelayo, es importante subrayar que el relato cronístico desconecta la insurrección de los astures de cualquier mecanismo político gótico. La versión erudita de la Crónica Alfonso III presenta notables divergencias con respecto a la versión primitiva a la que acabamos de aludir, apareciendo Pelayo como un caudillo elegido por la aristocracia goda refugiada en lo que posiblemente sea un intento retrospectivo de legitimar ideológicamente al Reino de Oviedo haciéndolo sucesor de la monarquía visigoda. Los historiadores se inclinan por la hipótesis de un origen popular de la insurrección de los astures, considerando así más fidedigna la primitiva versión de la crónica, coincidente en este punto con la Albeldense y con los relatos de los historiadores musulmanes [[Isa al-Razi]] e [[Ibn-Hayyan]] que refieren la rebelión sin aludir en ningún momento a la presencia de la nobleza visigoda.
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Según las crónicas la reorganización administrativa del territorio hispano desarrollada por los agarenos hizo corresponder a [[Munuza]] el control del territorio asturiano, situándose su sede en Gijón. El gobernador [[Munuza]] intentó casarse con la hermana de Pelayo, lo cual tiene bastante lógica a tenor de la posibilidad de que éste fuera un jefe local, puesto que era habitual el casamiento de árabes con antiguos miembros de la aristocracia para consolidar y legitimar su autoridad política (así por ejemplo el rey Silo, perteneciente a una familia de la aristocracia pésica, era hijo de una musulmana, sirviéndole tal condición para concertar una paz con el emir de Córdoba). Pelayo es entonces enviado a Córdoba con el pretexto de una comisión o como rehén al no aprobar el enlace, permaneciendo allí hasta el verano de 717 en que se habría fugado regresando a Asturias. Ya en esta región está a punto de ser alcanzado por sus perseguidores musulmanes en un lugar llamado Brece, identificado con el concejo de Piloña, logrando perderlos al cruzar el río Piloña y yendo a refugiarse en los valles interiores del oriente astur. Allí, según la [[Crónica de Alfonso III, versión Rotense|Rotense]], toma contacto con los habitantes de la comarca que se hallaban celebrando un concilium o asamblea popular, circunstancia que aprovecha para alentarlos a la rebelión contra la dominación sarracena impresionándolos con su arenga hasta tal punto que lo eligen caudillo. Dejando al margen las disquisiciones acerca del origen de Pelayo, es importante subrayar que el relato cronístico desconecta la insurrección de los astures de cualquier mecanismo político gótico. La versión erudita, la Sebastianense, presenta notables divergencias con respecto a la versión primitiva a la que acabamos de aludir, apareciendo Pelayo como un caudillo elegido por la aristocracia goda refugiada en lo que posiblemente sea un intento retrospectivo de legitimar ideológicamente al Reino de Oviedo haciéndolo sucesor de la monarquía visigoda. Los historiadores se inclinan por la hipótesis de un origen popular de la insurrección de los astures, considerando así más fidedigna la primitiva versión de la crónica, coincidente en este punto con la Albeldense y con los relatos de los historiadores musulmanes [[Isa al-Razi]] e [[Ibn-Hayyan]] que refieren la rebelión sin aludir en ningún momento a la presencia de la nobleza visigoda.
  
 
Para Claudio Sánchez-Albornoz el levantamiento de Pelayo se habría iniciado en el año 718, en la época del vali al-Hurr (en ese año se fechó durante algunos periodos la propia Batalla de Covadonga). Parece que entre el levantamiento y el famoso choque a los pies del Auseva debió de mediar algún tiempo, se cree que alrededor de cuatro años, y, a la luz de los descubrimientos en La Carisa y La Mesa a los que ya nos hemos referido, algunos combates previos de cierta importancia. Además las fuerzas musulmanas estaban ocupadas en aquellos años en la consolidación de su autoridad en la zona de la meseta y en los intentos de penetración en la Galia. Sánchez-Albornoz se apoya en la Crónica de Alfonso III para concluir que 718 fue el año en que Pelayo se convierte en caudillo efectivo, aquí se dice que murió en 737 habiendo mandado durante diecinueve años. En 721 es nombrado valí de al-Andalus, sucediendo al finado en combate al-Samh, sucesor a su vez de al-Hurr, [[Anbasa]], de origen yemaní, que permanecerá al frente del poder musulmán hasta el año 726. Es este valí quien decide sofocar la revuelta de los astures sometiéndolos a la obediencia cordobesa mediante una expedición de castigo que debió organizarse hacia la primavera de 722, comandada por Alqama. Entre los miembros de esta expedición se habría encontrado el obispo [[Oppas]], obispo metropolitano de Sevilla o de Toledo, a quien las crónicas de Alfonso III hacen hijo del rey Vitiza, cuyos partidarios, enemigos de Rodrigo, apoyaron la invasión musulmana e incluso cooperaron con ella.
 
Para Claudio Sánchez-Albornoz el levantamiento de Pelayo se habría iniciado en el año 718, en la época del vali al-Hurr (en ese año se fechó durante algunos periodos la propia Batalla de Covadonga). Parece que entre el levantamiento y el famoso choque a los pies del Auseva debió de mediar algún tiempo, se cree que alrededor de cuatro años, y, a la luz de los descubrimientos en La Carisa y La Mesa a los que ya nos hemos referido, algunos combates previos de cierta importancia. Además las fuerzas musulmanas estaban ocupadas en aquellos años en la consolidación de su autoridad en la zona de la meseta y en los intentos de penetración en la Galia. Sánchez-Albornoz se apoya en la Crónica de Alfonso III para concluir que 718 fue el año en que Pelayo se convierte en caudillo efectivo, aquí se dice que murió en 737 habiendo mandado durante diecinueve años. En 721 es nombrado valí de al-Andalus, sucediendo al finado en combate al-Samh, sucesor a su vez de al-Hurr, [[Anbasa]], de origen yemaní, que permanecerá al frente del poder musulmán hasta el año 726. Es este valí quien decide sofocar la revuelta de los astures sometiéndolos a la obediencia cordobesa mediante una expedición de castigo que debió organizarse hacia la primavera de 722, comandada por Alqama. Entre los miembros de esta expedición se habría encontrado el obispo [[Oppas]], obispo metropolitano de Sevilla o de Toledo, a quien las crónicas de Alfonso III hacen hijo del rey Vitiza, cuyos partidarios, enemigos de Rodrigo, apoyaron la invasión musulmana e incluso cooperaron con ella.

Revisión de 10:53 14 sep 2007

Celebérrimo y mistificado episodio de los historia de España, ocurrido según se cree en el año 722 d.C. (once años después de la invasión y conquista de la Península Ibérica por los musulmanes y la consiguiente desaparición del reino Visigodo de Toledo) al que la tradición y los ciclos cronísticos del siglo IX presentan como inicio de La Reconquista.

Se desarrolló en el lugar del mismo nombre, situado en el concejo de Cangas de Onís (Asturias, España) a los pies del monte Auseva, venciendo las fuerzas astures acaudilladas por Pelayo a un contingente agareno dirigido por Alqama. Tras esta victoria Pelayo consiguió consolidar una jefatura independiente del poder árabe que en esos momentos controlaba la mayor parte de la Península Ibérica, cuya ulterior evolución daría origen al Reino de Oviedo (ver: Oviedo 4 Historia 4.1 Fundación de Oviedo).

Se dispone de muy poco material documental coetáneo del siglo VIII, conociéndose fundamentalmente la lucha de Pelayo contra los sarracenos a través de los relatos de las crónicas hispano-cristianas más antiguas, la Crónica Albeldense y la de Alfonso III, el Magno en sus diferentes versiones, Rotense y Sebastianense, datadas en el penúltimo decenio del siglo IX y elaboradas en el ambiente neogoticista de la corte ovetense, de algunos documentos pertenecientes a la diplomática alto-medieval, y a través de la historiografía musulmana. Las Crónicas Asturianas, además de sus adherencias providencialistas en consonancia con los mecanismos de legitimación ideológica propios del periodo, exageran las cifras de combatientes hasta hacerlas inverosímiles: se habla de 187.000 soldados musulmanes de los cuales 123.000 resultarían muertos; la Albeldense parece bastante más veraz, limitándose a dar cuenta de la aniquilación de las fuerzas de Alqama. Las contradicciones entre los más antiguos relatos musulmanes y cristianos, las mitificaciones de las crónicas y el hecho de que la fuente más cercana a los sucesos, la Crónica Mozárabe o Pacense del año 754, no haga referencia a la resistencia astur motivaron una interpretación hipercrítica que negaba la veracidad de la batalla. Tal interpretación, que estuvo en boga a finales del siglo XIX y principios del XX teniendo como principales valedores a Julio Somoza y Barrau-Dihigo, no se acepta ya actualmente, entre otras cosas, porque las crónicas musulmanas se hacen en todo caso eco de la rebeldía de Pelayo y de la operación de castigo enviada contra él, aunque sí se discute la magnitud de la contienda. Frente a las exageraciones de los ciclos cristianos Ibn Hayyan e Isa al –Razi hablan de un despreciable número de combatientes astures que finalmente acaban reducidos a treinta hombres refugiados sin apenas alimento en las angosturas de la montaña; sin embargo, a continuación cuentan que los musulmanes, cuya situación habría llegado a ser penosa por las condiciones del terreno, se retiraron considerando inofensivos a los supervivientes. En este sentido es interesante referirse a las recientes excavaciones en La Carisa, dirigidas por Yolanda Viniegra, Rogelio Estrada y Jorge Camino, paso montañoso situado entre Lena y Aller donde además de un complejo defensivo astur de sorprendentes dimensiones, coetáneo de la invasión romana y situado en el pico Homón de Faro (frente a cual se emplaza un importante campamento romano) se han localizado vestigios de una gran muralla datada en el siglo VIII que pudiera corresponder a una fortificación destinada a detener el avance sarraceno (aunque no se ha descartado que fuera anterior, de las luchas de los astures contra la penetración visigoda). Junto con una muralla descubierta en el paso de la Mesa, otra vía de penetración en Asturias, también del siglo VIII, estos vestigios apuntan a una serie de escaramuzas en la Cordillera Cantábrica, quizás como preludio de la Batalla de Covadonga, y evidencian la capacidad organizativa y el número no despreciable de sus artífices.

Tras la contundente derrota del ejército visigodo de Rodrigo (último monarca visigodo) en la Batalla de Guadalete en 711 los agarenos afirman su dominio sobre la Península Ibérica, labrado en muchos casos merced a pactos con la aristocracia hispanogoda e hispanorromana, hastiada de la inestabilidad política que había caracterizado al Reino Visigodo, a la que se garantizó la permanencia en sus dominios con ciertas condiciones, y en general tras una fácil victoria sobre focos de resistencia aislados y de poca entidad.

Las crónicas refieren la huída de un cierto número de nobles godos de la facción de Rodrigo a tierras del Norte o a los territorios de la actual Francia; concretamente la versión erudita de la Crónica de Alfonso III, la Sebastianense, cita a Pelayo entre éstos haciéndolo espatario de los reyes Vitiza y Rodrigo.

El origen de Pelayo es de por sí objeto de notables controversias: no parece probable que los astures, habiéndose revelado contra el poder visigótico en tiempos del rey Wamba, aceptasen como caudillo a un noble godo veinte años después. Por otro lado la conquista musulmana no encontró serias dificultades ni siquiera en las zonas más romanizadas como la Bética y la Tarraconense, aceptando buena parte de la nobleza goda el dominio omeya. La crónica Albeldense no incluye la genealogía detallada de Pelayo pero sí le atribuyen un origen godo presentándolo como descendiente de un dux Favila; los primeros documentos en recorrer su ascendencia, en los que se lo hace descendiente del rey Chidasvinto, son varios siglos posteriores. El nombre Pelayo no es germánico (en realidad ninguno de los sucesores de Pelayo tomarán nombre godo, lo que parece relativizar sus pretensiones de entroncar con la monarquía visigótica) sino griego, lo que podría apuntar a un origen hispanorromano; se trataba además de un nombre muy utilizado entre los habitantes del norte de hispania. Asimismo la documentación y las crónicas, tanto cristianas como musulmanas, dan cuenta de estrechos vínculos de Pelayo con Asturias, poseía importantes dominios en la región: el testamento de Alfonso III, por ejemplo, refiere que poseía tierras en Tiñana (Siero), cerca del Lucus Asturum (enclave central en la época romana); la Crónica Rotense cuenta que tras su huída de Córdoba (de la que hablaremos después) buscó refugio en Bres (Piloña) antigua región de los luggones, cuya capital era la cercana Beloncio; los cronistas musulmanes Al-Akir o Al-Nuwari citan un lugar conquistado por Muza entre los años 712 y 714 llamado Roca de Pelayo que algunos historiadores identifican con el Cerro Santa Catalina de Gijón, lo que pudiera indicar que Pelayo era en realidad un gobernante local.

Según las crónicas la reorganización administrativa del territorio hispano desarrollada por los agarenos hizo corresponder a Munuza el control del territorio asturiano, situándose su sede en Gijón. El gobernador Munuza intentó casarse con la hermana de Pelayo, lo cual tiene bastante lógica a tenor de la posibilidad de que éste fuera un jefe local, puesto que era habitual el casamiento de árabes con antiguos miembros de la aristocracia para consolidar y legitimar su autoridad política (así por ejemplo el rey Silo, perteneciente a una familia de la aristocracia pésica, era hijo de una musulmana, sirviéndole tal condición para concertar una paz con el emir de Córdoba). Pelayo es entonces enviado a Córdoba con el pretexto de una comisión o como rehén al no aprobar el enlace, permaneciendo allí hasta el verano de 717 en que se habría fugado regresando a Asturias. Ya en esta región está a punto de ser alcanzado por sus perseguidores musulmanes en un lugar llamado Brece, identificado con el concejo de Piloña, logrando perderlos al cruzar el río Piloña y yendo a refugiarse en los valles interiores del oriente astur. Allí, según la Rotense, toma contacto con los habitantes de la comarca que se hallaban celebrando un concilium o asamblea popular, circunstancia que aprovecha para alentarlos a la rebelión contra la dominación sarracena impresionándolos con su arenga hasta tal punto que lo eligen caudillo. Dejando al margen las disquisiciones acerca del origen de Pelayo, es importante subrayar que el relato cronístico desconecta la insurrección de los astures de cualquier mecanismo político gótico. La versión erudita, la Sebastianense, presenta notables divergencias con respecto a la versión primitiva a la que acabamos de aludir, apareciendo Pelayo como un caudillo elegido por la aristocracia goda refugiada en lo que posiblemente sea un intento retrospectivo de legitimar ideológicamente al Reino de Oviedo haciéndolo sucesor de la monarquía visigoda. Los historiadores se inclinan por la hipótesis de un origen popular de la insurrección de los astures, considerando así más fidedigna la primitiva versión de la crónica, coincidente en este punto con la Albeldense y con los relatos de los historiadores musulmanes Isa al-Razi e Ibn-Hayyan que refieren la rebelión sin aludir en ningún momento a la presencia de la nobleza visigoda.

Para Claudio Sánchez-Albornoz el levantamiento de Pelayo se habría iniciado en el año 718, en la época del vali al-Hurr (en ese año se fechó durante algunos periodos la propia Batalla de Covadonga). Parece que entre el levantamiento y el famoso choque a los pies del Auseva debió de mediar algún tiempo, se cree que alrededor de cuatro años, y, a la luz de los descubrimientos en La Carisa y La Mesa a los que ya nos hemos referido, algunos combates previos de cierta importancia. Además las fuerzas musulmanas estaban ocupadas en aquellos años en la consolidación de su autoridad en la zona de la meseta y en los intentos de penetración en la Galia. Sánchez-Albornoz se apoya en la Crónica de Alfonso III para concluir que 718 fue el año en que Pelayo se convierte en caudillo efectivo, aquí se dice que murió en 737 habiendo mandado durante diecinueve años. En 721 es nombrado valí de al-Andalus, sucediendo al finado en combate al-Samh, sucesor a su vez de al-Hurr, Anbasa, de origen yemaní, que permanecerá al frente del poder musulmán hasta el año 726. Es este valí quien decide sofocar la revuelta de los astures sometiéndolos a la obediencia cordobesa mediante una expedición de castigo que debió organizarse hacia la primavera de 722, comandada por Alqama. Entre los miembros de esta expedición se habría encontrado el obispo Oppas, obispo metropolitano de Sevilla o de Toledo, a quien las crónicas de Alfonso III hacen hijo del rey Vitiza, cuyos partidarios, enemigos de Rodrigo, apoyaron la invasión musulmana e incluso cooperaron con ella.

Nos hemos remitido ya a las fortificaciones descubiertas en La Carisa que apoyan la hipótesis de una resistencia organizada y combates de enjundia favorables a los sarracenos previos a la Batalla que nos ocupa; tal hipótesis se extrae del Anónimo Mozárabe de 754 en el que se da cuenta de una importante victoria obtenida por Ambasa sobre los rebeldes. Hostigados por las fuerzas de Alqama y mermados sus efectivos, aunque seguramente en absoluto hasta el punto en que refieren los cronistas muslines, Pelayo y sus fieles buscan refugio en el valle de Cangas, una auténtica fortaleza natural lo suficientemente ancha excepto en sus últimos tramos como para permitir la marcha de un ejército relativamente numeroso (aunque evidentemente no los exorbitados 180.000 hombres del ciclo alfonsino), atrayendo a sus perseguidores hacia la parte más angosta del mismo: las faldas del monte Auseva, en cuyo lomo se abre la oquedad en que hoy se venera la imagen de la Virgen de Covadonga y en la que Pelayo se hizo fuerte. Las diferentes versiones de la crónica alfonsina y los cronistas musulmanes coinciden al situar aquí el choque final: Ibn Hayyan menciona una sierra en la que habrían buscado refugio Pelayo y sus hombres; Isa al-Razi cuenta que los cristianos se guarecieron en las hendiduras de la roca; por su parte las crónicas de Alfonso III menciona una coba dominica –refundición de coua Sanctae Mariae- situada en el Aseuua.

Desde la cueva de Covadonga los astures, cuyos efectivos muy posiblemente estuvieran además desplegados por todas las montañas que flanquean el valle, sacaron partido de su conocimiento del terreno convirtiendo la huída en celada al quedar las tropas agarenas encajonadas en el fondo de una garganta. Infligieron una dura derrota a los musulmanes causándoles abundantes bajas entre las que se contó el propio Alqama. Con la retirada cortada los muslines trataron de huir remontando la falda del Auseva hasta las vegas de Bufarrera y Enol. El ciclo cronístico alfonsino ofrece una información muy detallada del itinerario seguido en la huída; un itinerario que estudiosos como Barrau-Dihigo consideraron impracticable hasta que Sánchez-Albornoz, perfecto conocedor de la zona, logró recorrerlo sin mayores problemas con un grupo de alumnos.

Los sarracenos escaparon en dirección Sur llegando al Ostón, vadeando el río Cares subiendo a Amuesa y dirigiéndose después hacia Bulnes hasta arribar al valle de Liébana; marcharon después siguiendo el curso del Deva llegando a Cosgaya donde según las crónicas -que atribuyen el fenómeno, muy habitual por otra parte en los valles asturianos, a la intervención de la Virgen- quedó sepultada una parte importante por un desprendimiento de tierras que también arrastró a otros muchos al río donde se ahogaron.

Tras la victoria de Pelayo en Covadonga el gobernador Munuza, al que se sitúa en Gijón -se ha especulado con la posibilidad de que en realidad su sede estuviera en León, si bien el hecho de que años después el rey Silo llevase su corte a Pravia y no a aquella villa, dotada de un importante puerto natural y bien comunicada, da pie a pensar que pudo haber permanecido en poder musulmán hasta el siglo IX-, alertado quizás por los supervivientes trata de huir cayendo en una emboscada en un lugar llamado Olalíes, en el concejo de Proaza, en la que perece. Orillando las hipótesis acerca del control agareno sobre Gijón, tras la muerte de Munuza los vestigios documentales no recogen presencia musulmana en el territorio asturiano hasta las incursiones de los hermanos Abd al-Karim e Abd al-Malik inb Mugait, enviados por el emir Hixem I durante los inicios del reinado de Alfonso II, el Casto.


La ideología que impregna las crónicas cristianas presenta la Batalla de Covadonga como el momento en que la nobleza visigoda, bajo el caudillaje de Pelayo a quien se quiere presentar como visigodo e incluso de ascendencia real, se rehace y se pone al frente de los astures para dar comienzo a la Reconquista de los territorios arrebatados por los musulmanes. Esta interpretación -que ha tenido una indudable eficiencia causal histórica como marco conceptual desde el que se dibujan los planes y programas políticos del Reino de Oviedo, canalizando su energía social y coadyuvando a la liquidación de las formas socio-económicas de astures y cantabros que hubieron de propiciar los monarcas- ha tenido vigencia durante siglos, hasta el siglo XX, reflejándose todavía en la placa que se colocó en el monte Auseva tras unas obras de acondicionamiento durante el reinado de Alfonso XIII: “En este lugar renació la España de Cristo tras la victoria de Pelayo sobre los enemigos de la Cruz”.

Sin embargo los testimonios escritos y las escasas fuentes arqueológicas de los siglos VI y VII juegan a favor de la tesis de un fracaso en los intentos de dominación visigoda, particularmente conforme avanzamos en el territorio oriental de Asturias, zona que experimentó una romanización muy tenue, perviviendo estructuras sociales y religiosas prerromanas, y precisamente la zona en que localizan los primeros episodios de formación de lo que se convertirá en el Reino de Oviedo. En efecto, los astures orientales al igual que cantabros y vascos parecen haber mantenido una independencia relativa con respecto al poder visigodo, con varias rebeliones significativas, de tal forma que la aparición en Covadonga, lugar que al parecer no llegó a ser controlado por los visigodos, de un núcleo de resistencia frente al Islam muy difícilmente podría encuadrarse en las pretensiones de recuperar un territorio perdido. El choque a los pies del Auseva y la construcción de la nueva entidad política posiblemente fuera en su génesis un movimiento de resistencia de tribus gentilicias frente a un poder invasor análogo al que se desarrolló anteriormente contra los romanos y visigodos.

La visión clásica de la Batalla de Covadonga será el producto ideológico de épocas posteriores, épocas en que la confluencia de aquellas gentilidades con elementos hispanorromanos y visigodos ante la presión musulmana pudo neutralizar sus trayectorias divergentes, transformándose el pequeño núcleo de resistencia, ya con Alfonso I, en un estado imperial que reacciona ante las acometidas de los sarracenos desarrollando una línea de recubrimiento del Islam que lo nuclea y que será sostenida por los reinos sucesores. Tal comportamiento expansivo evidencia la paulatina consolidación de las estructuras políticas y administrativas del reino y va parejo al desarrollo de formas socio-económicas feudales impulsado por los reyes de Oviedo. Conviene citar aquí dos alternativas explicativas de la aparición del feudalismo en España, la continuista que lo interpreta como el resultado de la transformación evolutiva del protofeudalismo visigodo y de las estructuras indígenas subsistentes en vasconia, Cantabria y el oriente de Asturias, y la rupturista que cuestiona el carácter feudal de los marcos sociales visigodos y la pervivencia de estructuras gentilicias indígenas en el norte de la península, entendiendo que es precisamente la disolución de éstas en pos de situaciones de campesinado libre, distribuido en aldeas o comunidades monásticas en régimen de propiedad individual de la tierra (cuya existencia quedaría probada por la documentación de la época, en la que figuran como firmantes de compras y transacciones), ajeno por tanto a los lazos señoriales, lo que explicaría el comportamiento expansivo del norte peninsular al darse el salto desde una agricultura de tala y quema a una agricultura de arado que posibilita el crecimiento demográfico por sus mayores rendimientos. En uno y otro caso la construcción política del reino de Oviedo, que no puede explicarse al margen de la dialéctica con el poder cordobés, habría exigido por parte de los monarcas y del grupo de poder a ellos asociado la trituración, lenta y trabajosa y no exenta de rebeliones como la acaecida durante el reinado de Aurelio, de las estructuras sociales precedentes. Será con Alfonso III, monarca que ocupa el solio ovetense desde el 866 al 910, cuando el reino, cuya definitiva cristalización institucional se había producido con Alfonso II (estableciéndose intensas relaciones diplomáticas con Pamplona y el reino carolingio e instalándose la capitalidad en Oviedo), alcance su punto culmen; es entonces, en el momento en que se había alcanzado la máxima expansión territorial, en que el emirato cordobés, tras la pérdida de Oporto, Chaves, Coimbra, Zamora, y tras soportar aceifas cristianas más allá del Guadiana, se ve obligado a reconocer la autoridad del monarca ovetense concertando una tregua, cuando las ideas de salvación de la iglesia y restauración gótica propugnadas por la clerecía mozárabe (atraída a la corte de Oviedo desde la época de Alfonso II) alcanzan su máximo grado de implantación, plasmándose en las Crónicas de Alfonso III y en la versión que ofrecen de la Batalla de Covadonga.


Bibliografía

  • Santos M. Coronas González. El orden medieval de Asturias. Discurso de ingreso como miembro de número permanente del Real Instituto de Estudios Asturianos, leído el 17 de mayo de 2000. Contestación de Juan Ignacio Ruiz de la Peña Solar. Edición: RIDEA. Oviedo, 2000.