Luis Muñiz-Miranda y Valdés-Quevedo

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El que fue cronista de Asturias, Joaquín Manzanares, nos recuerda en un escrito sobre la plaza de la Catedral de Oviedo, que enamorado de ella, el Sr. Muñiz-Miranda, deseoso de gozar de la maravillosa perspectiva que acariciaba imaginando la vista de la torre libre de los estorbos que para ello suponían aquellas viejas y destartaladas construcciones interpuestas ante los imposibles admiradores situados en la calle de San Juan, o en la Plaza de Porlier, decidió apoyar aquel proyecto deseado por la mayoría de los ovetenses de dejar expedita una gran plaza, para la cual realizó una donación en forma de legado para abono de las obras de ensanche de la plaza de la Catedral, aunque no para derruir todas las viviendas de la manzana frontera.

Con su dinero, primero en vida y luego como legado testamentario, pagó también el arreglo de la vidrieras de la Catedral, que en parte habían estado tapiadas por el mal estado y que, según la cronista ovetense Carmen Ruiz-Tilve, el deterioro de las mismas, situadas en la nave norte, era debido a los vientos y temporales que azotaban esa parte del templo. En reconocimiento a esta donación, el Cabildo tomó el acuerdo de colocar en sitio preferente una artística lápida de mármol conmemorativa de la generosidad del señor Muñiz-Miranda, pero este acuerdo nunca se cumplió porque no existe constancia de que le hayan colocado la lápida. Otro de los acuerdos tomados por el Cabildo fue que tuviera, al igual que los magistrados de la Audiencia, asiento en el Coro, para poder asistir desde allí a los divinos oficios.

Luis Muñiz-Miranda nació en Oviedo el 29 de septiembre de 1850. Hizo los primeros estudios en esta capital y cuando le llegó la hora de decidirse por una carrera universitaria optó por matricularse en Derecho y una vez finalizada la licenciatura en la Universidad de Oviedo, hizo el doctorado en Madrid. Algunos de sus biógrafos nos hablan de que se presentó a oposiciones de cátedra, que no obtuvo, aunque sí parece que llegó a dar alguna clase, pero pronto abandonaría esta trayectoria cambiando la fuerte aridez de las Leyes por la suave delicia del paisaje astur, de cuyo combinado histórico y artístico fue un devoto ferviente. Él nos transmitió un excepcional testimonio gráfico de su época merced a la fotografía, de la que se constituyó en uno de los primeros y mejores aficionados. Buen ejemplo de ello son las 121 magníficas reproducciones de vistas, principalmente edificios monumentales, que a él se deben y que ilustran la interesante obra Bellezas de Asturias de Oriente a Occidente, cuyo autor Aurelio de Llano publicó en Oviedo en el año 1928.

Poseedor de una importante fortuna, al morir sin herederos el 20 de enero de 1927, dejó al Ayuntamiento de Oviedo todas sus casas y fincas del concejo, incluida la casa en que vivía en Cimadevilla 19, hoy 17. Fueron sus testamentarios, su primo Restituto García de Tuñón Valdés-Quevedo, un hijo de éste, Juan Luis García de Tuñón San Román, y Servando Álvarez Uría.

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