Diferencia entre revisiones de «Ángel Fernández Cabal»

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* [[José Ignacio Gracia Noriega]], [http://www.lne.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2009011300_31_715344__Oviedo-Angel-Casa-Manolo Ángel el de Casa Manolo], ''[[La Nueva España]]'', Martes 13 de enero de 2009
 
* [[José Ignacio Gracia Noriega]], [http://www.lne.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2009011300_31_715344__Oviedo-Angel-Casa-Manolo Ángel el de Casa Manolo], ''[[La Nueva España]]'', Martes 13 de enero de 2009
 
* [http://www.lne.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2009011200_31_715064__Oviedo-Fallece-Angel-Fernandez-Cabal-propietario-Casa-Manolo-clasico-hosteleria Fallece Ángel Fernández Cabal], ''[[La Nueva España]]'', 12 de enero de 2009.
 
* [http://www.lne.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2009011200_31_715064__Oviedo-Fallece-Angel-Fernandez-Cabal-propietario-Casa-Manolo-clasico-hosteleria Fallece Ángel Fernández Cabal], ''[[La Nueva España]]'', 12 de enero de 2009.

Revisión de 09:36 16 ene 2009

Fernandez Cabal fotografiado por nacho Orejas en 1998

Hostelero ovetense, dueño del bar-sidrería de la calle Altamirano, «Casa Manolo». Uno de los hosteleros más apreciados de Oviedo, cerró su establecimiento cuando se jubiló en 1998. Falleció el 11 de enero de 2009 en Oviedo, causando gran conmoción entre los ovetenses.

El escritor Gracía Noriega le recuerda con estas palabras:

«Murió Ángel Fernández Cabal, más conocido por Ángel o Angelón el de Casa Manolo, el popular bar-sidrería de la calle Altamirano de Oviedo: una verdadera institución, o, por mejor decir, dos instituciones: porque si Casa Manolo era un gran bar, Angelón era un gran tipo con un sentido antiguo de lo que significa una ocupación tan importante como la de ser dueño de un bar. Angelón tenía muchísimos amigos en Oviedo, en Olloniego, en Noreña, en León y en todas partes. Cuando cerró Casa Manolo, hace ya bastantes años, numerosos sidreros, cazadores, micólogos, colombófilos, gentes aficionadas a la canción coral y a las sosegadas tertulias de media mañana, de sobremesa y nocturnas hasta altas horas (entonces los bares cerraban tardísimo, y si el ambiente era agradable y el dueño estaba de buen humor no cerraban), quedaron desorientados y como huérfanos. Ahora sus muchos amigos quedan del todo huérfanos, como sus hijos, Manolo y Jorge. Mi sentido pésame para ambos.

Ángel era un gran tipo y un tipo grande y Casa Manolo era un gran bar y un bar grande, de grandes dimensiones. Tenía bar, comedor y un gran patio en el que podía suceder de todo. Los domingos por la mañana era una fiesta. Primero había peleas de gallos y después cantaba el ilustre Joaquín Villa. ¿Habrá quién dé más por un vaso de vino, que entonces costaba un duro o poco más? Como gallera, debió ser la última que funcionó en Oviedo. Fermín Canella nos comunica en «El libro de Oviedo», de 1887, que «en forma provisional y embrionaria se destina actualmente un pequeño local de la calle Uría para los aficionados a este tipo de peleas», añadiendo que «también se ha establecido en el mismo sitio un modesto tiro de pichón». Gallos y palomas: los dos animales heráldicos de Casa Manolo, además de las cabezas de jabalíes, rebecos y hasta de una jirafa, y de la mandíbula de un rinoceronte que ornamentaban las paredes. Estos animales exóticos estuvieron a punto de ocasionarle un disgusto a Ángel, pues en cierta ocasión se presentó en el bar un funcionario empeñado en que Ángel había matado la jirafa y el rinoceronte en África y exigiéndole el certificado de importación. Naturalmente, Ángel no había estado en África más que para hacer la mili en Ceuta y raramente salía de su bar, salvo los días que cerraba, para ir al bar de Mino, en Olloniego, o en vacaciones para disfrutar de una bodega que tenía en la provincia de León. Pero la burocracia es así de estúpida. Las peleas de gallos eran medio clandestinas. En primera fila del ruedo que se montaba en el centro del patio se colocaban Pepín e Ignacio Buylla, el coronel Patallo pestañeando los ojos y haciendo guiños de tal envergadura e intensidad que parecía que la cara se le iba a desmoronar de un momento a otro, y otros aficionados muy caracterizados, y para evitar que la sangre de los gallos los salpicara colocaban hojas de periódico a modo de babero. Como estaba prohibido apostar, se apostaban chatos en lugar de pesetas, por si algún agente se había colado. En Casa Manolo se producían otro tipo de clandestinidades, dada la proximidad del bar a la Universidad. Recuerdo haber estado allí en una reunión con Torre Arca y otros muy en los comienzos del movimiento universitario. La Policía político-social hacía sus visitas, sobre todo en jornadas de agitación universitaria. Ángel jamás dijo una palabra, ni a la Policía ni a los conspiradores. En cierta ocasión, varios guerrilleros de Cristo Rey entraron en tromba, en busca de un estudiante de Derecho que se había refugiado en los servicios. Ángel les dijo que allí no había «rojos», sino clientes, y los echó. En el aspecto político mantenía una estricta neutralidad. Yo fui amigo suyo durante cuarenta años y jamás le escuché un comentario de carácter político.

Ángel era cazador, un buen micólogo (las tortillas de setas de Casa Manolo gozaban de fama) y muy aficionado a las palomas mensajeras. Era un hombre alto, grande y fuerte, con enormes ojeras y calvo, y, aunque de pocas palabras, siempre agudo y mordaz, y especialmente privilegiado para los números. Revolvía las fichas de dominó, descubría la mitad unos segundos, y decía qué fichas había visto, las sumaba, las multiplicaba y les sacaba la raíz cuadrada. Durante años apenas salió del bar. Después de traspasarlo, se le veía en Casa Conrado jugando la partida en la mesa de al lado de la puerta. Había adelgazado muchísimo, y, quién lo iba a decir, murió siendo muy delgado. Con Ángel Cabal se va para siempre mucho Oviedo, una parte importancia de la pequeña historia de la ciudad.

El funeral por Ángel Fernández Cabal, propietario de Casa Manolo, reunió ayer, en la iglesia de San Tirso, a un numerosísimo grupo de familiares, amigos y clientes de un profesional de la hostelería que hizo época en Oviedo. En la imagen, el féretro, a su llegada al templo.» Jose Ignacio Gracia Noriega, La Nueva España, Martes 13 de enero de 2009


Bibliografía