Oviedo
Ciudad del norte de España (43º22'N, 5º50'O) y concejo del mismo nombre.
Es la capital de la comunidad autónoma del Principado de Asturias y ha tenido un destacado papel en la historia de España como sede regia del primer núcleo de La Reconquista. Tres ciudades americanas situadas en Paraguay, la República Dominicana y La Florida en los Estados Unidos, fueron bautizadas con su mismo nombre por aventureros nacidos en ella.
Concejo
El concejo de Oviedo se sitúa en la zona central de Asturias, una posición estratégica en el dintorno de la región, cerca de la intersección entre las antiguas calzadas romanas que la atravesaban en dirección Norte-Sur y Este-Oeste, que ha determinado su capitalidad desde la época de Alfonso II, el Casto y consiguientemente su crecimiento demográfico y el engrosamiento de su patrimonio artístico, uno de los más importantes del Principado, en el que descuellan sus restos prerrománicos.
Está comprendido entre los 43º16’45” y 43º25’38” de latitud Norte y los 2º03’16” y 2º19’46” de longitud O del meridiano de Madrid. Limita al Norte con el concejo de Llanera, al Sur con los de Santo Adriano, Ribera de Arriba y Mieres, al Este con los de Siero y Langreo y al Oeste con los de Grado y Las Regueras.
Lo integran cuarenta y nueve parroquias, veintinueve de ellas rurales y las veinte restantes urbanas, que agrupan un total de trescientos núcleos poblacionales entre caserías, lugares y aldeas.
Las parroquias rurales, precedidas del núcleo poblacional al que están asociadas, son: Limanes, Nuestra Señora de la O de Limanes; Loriana, San Bartolomé de Loriana; Pando, San Cipriano de Pando; Cruces, San Esteban de las Cruces; Sograndio, San Esteban de Sograndio; Caces, San Juan de Caces; Priorio, San Juan de Priorio; Tudela Veguín, San Julián de Tudela de Veguín; Pereda, San Martín de Pereda; Udrión, San Nicolás de Udrión; Naves, San Pedro de Naves; Nora, San Pedro de Nora; Olloniego, San Pelayo de Olloniego; Puerto, San Pelayo de Puerto; Godos, San Tirso de Godos; Villapérez, San Vicente de Villapérez; Colloto, Santa Eulalia de Colloto; Manzaneda, Santa Eulalia de Manzaneda; Bendones, Santa María de Bendones; Brañes, Santa María de Brañes; Naranco, Santa María de Naranco; Pintoria, San María de Pintoria; San Claudio, Santa María de San Claudio; Trubia, San María de Trubia; Soto, Santa Teresa de Soto; Piedramuelle, Santa Marina de Piedramuelle; Latores, Santo Tomás de Latores; Manjoya, Santiago de la Manjoya; Agüeria, Santiago de Tudela de Agüeria.
Las parroquias urbanas, precedidas del núcleo poblacional al que están asociadas, son: San Tirso el Real; San Isidoro el Real; San Juan el Real; Santa María la Real de la Corte; San Julián de los Prados; San Pedro de los Arcos; Pumarín, San José de Pumarín; Gesta, San Francisco de Asís; La Argañosa, San Pablo de la Argañosa; Tenderina, San Francisco Javier de la Tenderina; Ventanielles Bajo, La Sagrada Familia de Ventanielles; La Corredoria, San Juan Bautista de la Corredoria; Otero, San Lázaro; Santo Domingo, Nuestra Señora del Carmen, Corazón de María; Cristo de las Cadenas, Santo Cristo de las Cadenas; Lavapiés, San Antonio de Padua; Ciudad Naranco, Nuestra Señora de la Merced; Ventanielles Alto, Natividad de Nuestra Señora; Campo de los Reyes, Nuestra Señora de Covadonga.
Su condición de capital de la Comunidad Autónoma de Asturias y su situación hacen de Oviedo un importante nudo de comunicaciones: de la ciudad de Oviedo arranca el brazo sur de la Autopista Y, principal arteria de la región que comunica Oviedo con Avilés y Gijón; también atraviesan el concejo la A-66 o Autovía de la Plata, que discurre hacia el Sur por Mieres hasta el Huerna y las tierras leonesas, la N-630 que lleva al Puerto Pajares a través de las cuencas mineras, la A-64 que enlaza con Pola Siero y Villaviciosa, donde entronca con la Autovía del Cantábrico, la N-64 que conecta Asturias con Galicia y Cantabria; por último, el concejo es atravesado por varías carreteras regionales como la antigua carretera de Gijón, As-18, la AS-243 al sudeste del territorio ovetense, las AS-242, AS-322 y AS-228 al Sur y la AS-232 al Noroeste.
Geomorfología
Oviedo se sitúa sobre una zona oblonga y deprimida que avanza paralela a la costa y se extiende por el Este hasta Cangas de Onís, la denominada “Depresión de Oviedo”, sobre la que discurren las carreteras y vías férreas más importantes de la zona oriental de Asturias. Esta depresión se originó en el Terciario: en esa época el relieve era escaso y el mar, como se colige de la existencia de un amplio manto de sedimentos cretácicos, cubría la actual cuenca minera desde finales de la Era Secundaria; a lo largo del Terciario la región fue fracturándose, diferenciándose en varios bloques que durante este periodo experimentaron movimientos de ascenso, descenso y torsiones, dando lugar finalmente a la Cordillera Cantábrica y apareciendo una serie de sistemas lacustres en los que se produjo un depósito de arcillas rojas y margas blancas (en estas margas, en la zona de Llamaquique, se descubrieron en 1926 unos restos esqueléticos de vertebrados, la Fauna de Oviedo, que demostraron el origen cretácico de los sedimentos y su génesis lacustre) que da origen al actual subsuelo Ovetense. El contacto de estos sedimentos con los materiales previos de origen cretácico, areniscas, arenas y piedras calizas, fue muy discontinuo a consecuencia del relieve del terreno.
Para Truyols y Jolivert el relieve actual de la zona de Oviedo se explica a partir de su constitución geológica, la cual ha sido acentuada por la acción erosiva de su sistema hídrico: los cauces del Nalón y el Caudal han generado hoces en la piedra caliza, ocasionando un notable desnivel entre su curso y la elevación donde se asienta Oviedo que oculta el carácter depresivo de la zona. La "Depresión de Oviedo" se hace evidente desde la cima del Naranco, al pie del cual discurre una línea de fractura que delimita su bloque de los materiales en que se ubica la zona urbana
El concejo de Oviedo se halla comprendido en casi su totalidad en lo que se conoce como la “Región de pliegues y mantos de la zona cantábrica”, a la que únicamente desborda en su sector sur, correspondiente a Olloniego, por donde se adentra en la cuenca carbonífera central.
Clima
El clima del concejo de Oviedo se inscribe en el área climática de los valles asturianos al oscilar la altitud sus territorios entre los 70 y los 700 metros. A partir de los 200 metros comienza el valle alto, caracterizado por sensibles diferencias climáticas con respecto al bajo, derivadas del estancamiento de aire frío en este último, donde determina frecuentes nieblas frente a las temperaturas más extremas y menores precipitaciones del valle alto. Del estancamiento de aire en el valle bajo también se sigue un nivel más elevado de contaminación atmosférica, apreciable especialmente en circunstancias anticiclónicas, particularmente durante el invierno. Al producirse situaciones de altas presiones la inversión de madrugada, zona de separación entre aire frío inferior y aire relativamente cálido superior que bloquea la dispersión de las impurezas, puede prolongarse y enlazar con la del día siguiente.
La media anual de precipitaciones oscila entre los 1.000 mm en las zonas de poca altitud y 1.200 mm en las zonas elevadas, alcanzando los 1.093 en la ciudad de Oviedo y siendo los meses más lluviosos diciembre y enero y el menos lluvioso junio. Por término se producen 146 días anuales de precipitaciones, en su mayoría en forma de lluvias. Los días cubiertos al año son una media de 171 frente a la media de 68 despejados. La temperatura media anual en la ciudad de Oviedo es de 12,5º, siendo los meses más cálidos julio y agosto, con una media de 18,1 y 18,6 respectivamente, y los más fríos enero y febrero con 7,66 y 7,4.
La humedad relativa media al año es de 77% manteniéndose las medias mensuales alrededor de este valor. Humedades bajas, del 30%, sólo se dan con flujo de viento Sur en virtud del efecto foehn.
Población
Economía
Urbanismo
Política
Municipio
El municipio de Oviedo recoge la capitalidad de la región asturiana y la capital del concejo del mismo nombre. Ver: Ayuntamiento de Oviedo
El topónimo 'Oviedo'
Juan Uría Ríu sostiene que el nombre que se le daba al enclave de la ciudad entre los siglos VIII y X y a la propia villa era Ovetao; la actual Oviedo sería conocida posteriormente como Ovetum, muy posiblemente una forma latinizada del primitivo nombre impuesto por el clero culto de la corte de Fruela o Alfonso II, el Casto. Ramón Menéndez-Pidal considera que la raíz del primitivo Ovetao es celta y posiblemente la misma que está detrás del Obétago de Soria, pero es preciso subrayar que no hay acuerdo entre los estudiosos acerca del origen del nombre 'Oviedo' barajándose distintas hipótesis, recogidas por José Tolivar Faes en su libro Nombres y Cosas de las Calles de Oviedo, que a continuación resumimos.
En primer lugar se ha especulado con la posibilidad de que el topónimo proviniese de las voces Ove (EO) y Deva, correspondientes a los ríos que delimitan la provincia por occidente y oriente. Esta hipótesis se ve favorecida por pasajes de textos conservados en el archivo de la Catedral, datados en el siglo XI, donde, sin aludir directamente a Oviedo, a la que en aquellas fechas se denominaba Oveto, puede leerse "Asturias inter duo flumina Oue et Deva a Pirinei montes usque in ora maris" (Catedral, doc. 15 de julio 1058).
Por su parte, Sánchez Calvo, en su trabajo El Eúskaro y sus vestigios en Asturias, apunta que Oviedo podría equivaler al vocablo vascuence Oveta que significa altibajo. También García Berlanga busca la génesis del nombre de la ciudad en el vascuence, identificándolo con obieta, palabra formada la raíz obi (cañada) y eta como sufijo que indica pluralidad y que equivale a los españoles edo y eda: Oviedo significaría entonces sitio de cañadas. Esta palabra vasca podría estar asimismo en la génesis de los topónimos Ovies.
Otros autores entienden que el topónimo Oviedo proviene de Jovetanum, en alusión a un templo romano dedicado a Júpiter que podría haberse alzado sobre en el emplazamiento originario de la ciudad.
Asimismo, Tolivar Faes recuerda que Plinio habla de un plomo negro al que denomina ovetanum o jovetanum, siendo posible que tal denominación hiciese referencia a que provenía del lugar conocido como "Ovetum, circa Lucus Asturum". A este respecto el Padre Juan Hardouin, en el siglo XVIII, y José Fernández Buelta, en la segunda mitad del siglo XX, consideran que Plinio escribió ovetanum y no jovetanum, lo que para Fernández Buelta probaría la existencia de alguna fortaleza o población, posiblemente romana, en el lugar donde años después se ubicaría el Monasterio de San Vicente, primitivo embrión de la ciudad. Parece seguro en cualquier caso que el topónimo Oveto ya existía en la época romana, al margen de que Plinio se refiriese efectivamente a él o no.
Historia
Fundación de Oviedo
Un pacto monástico fechado el 25 de noviembre de 781, que en realidad es una copia del siglo XII con evidentes interpolaciones, refiere que los primeros pobladores del “locum quod dicunt Oveto”, en aquel momento una simple colina situada entre el monte Naranco y la sierra del Aramo, sobre las llanuras de Llanera y Siero, fueron un presbítero llamado Máximo y sus siervos que habían fundado en ella en el año 761 una humilde comunidad monástica consagrada a San Vicente y acogida a la orden de San Benito de Nursia; ese mismo año se les une el tío de Máximo, Fromestano, para ejercer como abad del monasterio. El citado documento cuenta a continuación que en 781 se incorporan a la comunidad veintiséis monjes, entre ellos el presbítero Montano quien hará una importante aportación patrimonial al monasterio. Unos años después Fruela I decide dotarse de una sede mejor situada que Cangas de Onís para garantizar la defensa y la expansión del reino. La colina en la que se emplazaba el Monasterio de San Vicente ofrecía estas cualidades por hallarse enclavada entre las dos vías de comunicación existentes desde la época romana: por un lado el camino costero (de oriente a occidente) y por otro el camino de León hacia la costa que atravesaba la región central; esta circunstancia unida a la protección natural que proporcionaban los ríos Nora y Nalón lo convirtieron en el lugar idóneo desde la perspectiva del rey. Así se produjo el primer traslado de la Corte desde Cangas de Onís al futuro Oviedo, erigiéndose ya entonces la primitiva basílica de San Salvador (la primera iglesia prerrománica dedicada al Salvador) y varias fortificaciones, en donde supuestamente habría nacido Alfonso II.
Pero Oviedo perdería rápidamente la capitalidad al ser asesinado Fruela en Cangas. Los siguientes monarcas (Aurelio, Silo, Mauregato y Bermudo I) evitarían instalarse aquí y sólo Alfonso II le restituiría su condición. Este monarca será el auténtico fundador de la ciudad, que al convertirse en sede regia -primera de las tres etapas, que se extiende hasta el traslado de la corte a León, en que se puede periodizar la evolución de la ciudad a lo largo de la edad media, a la que seguirán la fase de ciudad episcopal y la fase de ciudad mercado- experimentará una importante expansión con respecto a su periodo preurbano. Alfonso II reconstruyó la iglesia del Salvador y promovió la creación de un obispado. En los primeros años de su reinado hubo de resistir a las fuerzas islámicas enviadas por el emir Hixem I: las aceifas dirigidas por los hermanos Mugait que llegaron a penetrar en la ciudad causando enormes daños (Claudio Sánchez Albornoz y Juan Uría Ríu les dedicaron sendos trabajos). Cuando el peligro agareno decreció, en gran parte por las tensiones internas entre bereberes, árabes y mozárabes en el emirato andalusí, pudo el rey consolidar la capitalidad de Oviedo y reorganizar jurídica y administrativamente el reino adoptando el Liber Iudiciorum.
Es preciso contextualizar históricamente la refundación de Oviedo inscribiéndola en el marco de un estado en expansión: no se limitó el reino astur a contener las acometidas islámicas sino que reaccionó contratacando, haciendo retroceder al Islam y llegando a controlar territorios en Galicia, Cantabria y las tierras del sur. Con Alfonso II, quien alcanzará Lisboa en sus incursiones, parece que se conforma definitivamente este reino tras el periodo inestabilidad que siguió al asesinato de Fruela I. Desde esta perspectiva Oviedo habría sido fundada como una ciudad imperial, como centro de operaciones militares y administrativas de un reino imperialista, a la manera como se fundaron Constantinopla o Madrid; un centro de operaciones que Alfonso II hubo de trasladar a un lugar estratégico en el centro de la región al quedar Cangas de Onís y Pravia (localidad esta última que fue elegida como corte por Silo, lo que para algunos historiadores pudiera deberse a que Gijón, enclave urbanizado ya en la época de Augusto y dotado de un puerto natural, permanecía en poder musulmán) muy mal situadas con respecto a las posesiones del reino en la Meseta.
Sin embargo no debe perderse de vista la exigüidad de las fuentes documentales de que se dispone: se conservan muy pocos testimonios escritos coetáneos al siglo VIII, proviniendo la mayor parte de la documentación de esta fase de un ciclo cronístico redactado en tiempos de Alfonso III; a esta circunstancia se le suma el hecho de que otros documentos como donaciones, compraventas y operaciones jurídicas generadas por la renta de la tierra a lo largo de los siglos IX, X y XI son de autenticidad dudosa, en buena parte copias del siglo XII, con numerosas muestras de falsificación o interpolación, conservadas en el Libro de los Testamentos.
Frente a la tesis defendida en su momento por Sánchez Albornoz, la monarquía asturiana como una mera prolongación de las instituciones, estructuras y grupos sociales visigodos refugiados en Asturias, diversos autores han apuntado la posibilidad de que perviviesen estructuras indígenas hasta bien entrado el siglo IX, de tal forma que la génesis del reino astur se habría derivado de la confluencia de tribus cántabras y astures que buscaban mantener su independencia frente al nuevo invasor. En esta línea interpretativa autores como Barbero y Vigil han subrayado la existencia de formas de sucesión matrelineales durante los primeros momentos de la monarquía asturiana, en contraste con el derecho visigótico, en el sentido de que las mujeres actúan como trasmisoras de los derechos de sucesión al trono aunque éste es ocupado por los varones: así por ejemplo a Favila le sucede Alfonso I por estar casado con su hermana Ermesinda, Silo llega al poder tras el asesinato de Fruela I por su matrimonio con Adosinda...; la llegada del primer Alfonso supuso la introducción de patrones patrelineales que sin embargo tardarán en hacerse hegemónicos, repartiéndose el poder desde ese momento hasta la segunda mitad del siglo VIII entre el linaje de Pelayo, que continuaría la matrelinealidad y el de Alfonso. Esta línea historiográfica considera también que la génesis del feudalismo en la edad media se habría derivado de la transformación evolutiva de los sistemas precedentes, el protofeudalismo visigótico, proveniente de la disolución del esclavismo tardorromano, y las estructuras indígenas subsistentes en Asturias, Cantabria y Vasconia.
A este modelo se le contraponen posiciones que cuestionan la capacidad de pervivencia de las formaciones sociales indígenas en los inicios de la monarquía asturiana y el propio carácter feudal de la sociedad visigótica. No cabría entonces hablar de continuidad entre las estructuras sociales precedentes y el feudalismo emergente en el norte peninsular sino de una ruptura, cuestionándose consiguientemente la supervivencia de las formas gentilicias en el reino asturiano. Los defensores de esta posición aducen la presencia en el siglo VIII de un campesinado de condición libre disuelto en comunidades monásticas y aldeas, del que se tiene constancia a través la documentación. Los documentos evidenciarían la existencia de pactos entre individuos libres, lo que habría comportado la disolución de los lazos gentilicios, sustento de la propiedad colectiva de la tierra, en favor de formas individuales de propiedad y el consecuente abandono del primitivo sistema de agricultura colectivo, basado en la explotación itinerante e ineficiente de las tierras; en sustitución de éste se iría afirmando una progresiva sedentarización de las sociedades tribales y un incremento de los rendimientos agrícolas. Desde esta perspectiva habría sido la disgregación gentilicia la que posibilitó un crecimiento demográfico que explicaría el comportamiento expansivo del reino asturiano sobre los territorios sarracenos.
De todas formas ninguno de estos modelos tiene por qué ser incompatible con el reconocimiento de un revestimiento ideológico neogótico, que puede retrotraerse al reinado de Silo -un revestimiento neogótico que bien pudo tener un carácter pragmático, para contentar a elementos hispanogodos presentes en la corte y que no debe exagerarse, puesto que ninguno de los reyes asturianos ni sus sucesores utilizarán los nombres de los reyes godos-. Las estructuras sociales que presuponen cada uno de ellos son ajenas a los lazos de dependencia feudal, de tal forma que los monarcas asturianos y el grupo dirigente a ellos asociado hubieron de propiciar una paulatina erosión de las formas sociales y económicas de la población autóctona en pos de la consolidación interna del reino, condición indispensable además para la expansión territorial. Las rebeliones de la época de Aurelio (768-774), al margen de que las protagonizasen siervos o libertos, quizás tuviesen que ver las reticencias de la población a tal cambio.
En este sentido la cristianización creciente de astures y cántabros habría constituido un instrumento de primer orden para el dominio político y social efectivo del reino asturiano, explicándose bien desde esta clave la generosidad de los monarcas con la Iglesia (una generosidad que proporcionó un enorme poder a la misma). También en esta línea (sin descartar la dialéctica con el imperio carolingio y con la propia sede papal) hay que ver los inicios del culto jacobeo y la polémica adopcionista en los tiempos de Mauregato, donde la condena de las posiciones adopcionistas de Elipando por parte de Beato de Liébana (autor de un Comentario al Apocalipsis de San Juan que alcanza amplia difusión en la Europa Carolingia) no buscaban solamente desgastar el poder de la sede Toledana, sino además dejar al descubierto las concesiones ideológicas a sus jefes políticos en lo referente al dogma de la Trinidad. Alfonso II buscó asimismo potenciar las estructuras eclesiásticas mediante una notable actividad constructiva y mediante la invención, como la ha denominado Sánchez Albornoz, del sepulcro de Santiago. Sin embargo, las persecuciones de Ramiro I contra hechiceros y latrones muestran que el cristianismo no estaba aún completamente implantado.
En resumen, los mecanismos que pudieron haber producido la transformación de la inicial monarquía o jefatura astur-cántabra de resistencia en una monarquía imperialista contrapuesta al Islam resultarían de la confluencia de gentilidades, tribus indígenas, con elementos cristiano-romanos y visigodos; confluencia de distintas naciones étnicas en la que habrían quedado neutralizados las iniciales trayectorias de unos y otros elementos, configurándose una nueva unidad política marcada por su expansionismo, Galicia, Bardulia, Cantabria, las tierras del sur, que naturalmente ha de interpretarse en función de determinaciones materiales -presión demográfica, defensa frente a las acometidas sarracenas..etc-, canalizadas a través de la ideología del reino cristiano en lucha contra el infiel. Ya con Alfonso I comienza la monarquía asturiana su actividad imperial, coincidiendo con una profunda crisis del emirato, derivada de las tensiones entre la aristocracia árabe y la población berebere e hispana. El imperialismo del primer Alfonso tuvo un carácter depredador, limitándose a saquear los territorios al sur de la cordillera Cantábrica y a exterminar a las guarniciones agarenas que los protegían, quizás por no disponer aún de la potencia demográfica necesaria para ocuparlos. Ya desde entonces las poblaciones de aquellos territorios, opuestas al dominio islámico, iban quedando vinculadas al reino asturiano, vinculación muy inestable salteada por constantes insurrecciones. Tras la etapa de relativa inoperancia militar y crisis que sigue al asesinato de Fruela, Alfonso II desplegó una importante actividad militar contra los musulmanes que fue pareja a una estabilidad política; de ello se colige que el reino había alcanzado al fin su madurez, sucediendo a las comentadas novedades religiosas una intensa labor diplomática con el reino de Carlomagno que evidencia la existencia de un esquema administrativo consolidado. No se conoce con exactitud este esquema pero sí se sabe que Alfonso II atrajo a Oviedo arquitectos, constructores, orfebres -durante su reinado se forjó la Cruz de los Ángeles que donó a la iglesia de San Salvador- y clérigos cultos que redactaban el latín, en la idea de convertir la ciudad en un émulo de la Toledo visigótica, entonces en poder musulmán. De los edificios de esta época sólo han llegado hasta nosotros la iglesia de San Julián de los Prados, Santullanu, que posiblemente fuese parte de un complejo palaciego similar al levantado por Ramiro I en las laderas del Naranco, ubicada entonces fuera de las murallas de la ciudad, y la parte del ábside de la iglesia de San Tirso. La labor constructora del monarca dotó de dependencias palaciegas a la ciudad, situadas al sur de la basílica de San Salvador, y de un recinto amurallado en cuyo interior se alzaban la iglesia de San Salvador, la Cámara Santa, el palacio, la iglesia de San Tirso, la iglesia de Santa María y el convento de San Vicente; Cimadevilla y la iglesia de San Isidoro quedaban inicialmente fuera de la muralla, aunque fueron prontamente unidas al núcleo inicial de la villa por nuevas calles o por prolongaciones de las existentes. También hizo erigir el rey Casto una fortaleza a orillas del Nalón, en Priorio, para proteger el acceso a Oviedo.
Durante el reinado de Ramiro I, entre los años 842 y 850, fue erigido el palacio del Naranco, convertido posteriormente en el templo de Santa María del Naranco, consagrada en 848, y la iglesia de San Miguel de Lillo. Es posible que en aquella época se conservasen en las inmediaciones los restos de alguna villa romana. Por su parte la Iglesia, merced a las constantes donaciones de los monarcas y de particulares, consistentes incluso en villas, monasterios y comarcas enteras junto con sus vasallos, además de bienes muebles, va convirtiéndose paulatinamente en auténtico árbitro de la vida económica del reino. Este poder era capitalizado por el episcopado, y no se vio mermado en la propia Oviedo hasta la creación del municipio en el siglo XII; la Iglesia tuvo que compartir desde entonces el gobierno efectivo de la capital, si bien conservó gran parte de su autoridad, casi incólume en el resto de la región, y gozó de un fuero especial al que quedaban acogidos también los seglares que dependían de ella.
La época de mayor auge de Oviedo como capital y corte corresponde al reinado de Alfonso III, el Magno, entre 866 y 910, al que Juan Uría Ríu se refiere como “el segundo fundador de Oviedo”. Bajo su reinado la ciudad se amplía enormemente y se embellece con numerosas construcciones monumentales que apenas han llegado hasta nuestros días. Construye por ejemplo un castillo o fortaleza en el noroeste de la ciudad, terminado hacia el año 873, en el lugar que hoy ocupa el edificio de Telefónica en la Plaza Porlier. En los aledaños de la fortificación, que en la actualidad corresponden a la Calle del Águila y la Calle San Juan, se alzaron unas dependencias palaciegas que fueron donadas a la Iglesia por Alfonso VI en 1096, siendo reconvertidas en hospital para peregrinos y pobres. Otra de las obras más destacadas fue el monumento sobre la Foncalada, derivado del medieval Fonte incallata, que aún hoy se conserva.
Con Alfonso III la monarquía de Oviedo alcanza su punto culminante: las aceifas llegan más abajo del Guadiana, la expansión territorial alcanza ciudades como Oporto, Chaves, Coimbra, Toro... a lo largo del curso del Duero; la conjunción de la expansión territorial y las razzias obligan al emir cordobés a negociar una tregua con el rey Magno. En este momento el territorio del reino estaba consolidado políticamente, los elementos religiosos paganizantes habían sido completamente erradicados y se había alcanzado su máxima expansión territorial; es en este contexto donde la restauración neogótica a la que ya hemos aludido, inspirada por el clero culto al que desde la época de Alfonso II se acogía en la corte, se hace más potente. Este sector del clero proporcionará el marco ideológico de la extensión militar del reino y de la liquidación de las primitivas formas sociales indígenas que lo entorpecían, el sistema de ideas desde el que se trazarán los planes y programas políticos de la monarquía y se encauzará la energía social del reino asturiano, en el que se inscriben las crónicas de Alfonso III. Fruto de la intensa actividad literaria que la Corte experimentaba en aquellos años, estas crónicas, en su doble versión Rotense y la Culta, Ovetense o Sebastianense, junto con la Profética y la Albeldense, presentaban a Pelayo como un descendiente de la nobleza goda e incluso de la realeza, buscando reafirmar el carácter goticista del propio Reino de Oviedo que en realidad era producto de un proceso de decenios en el transcurso del cual los modelos visigóticos fueron implatándose paulatinamente sobre las formas arcaicas de organización de cántabros, astures -nos referimos principalmente a los astures de la zona oriental, precisamente donde da comienzo la resistencia al avance islámico, puesto que la zona occidental, a través de la explotación aurífera, y la zona central, con gran actividad comercial ligada a las calzadas, sí experimentaron una notable influencia romana- y en menor medida, por su mayor grado de romanización, galaicos.
Siglo X
Alfonso III se vio obligado a abdicar un año antes de su muerte por la rebelión de sus hijos, que fragmentaron el extenso territorio del Reino de Oviedo quedando Fruela II como rey de Asturias, dignidad desde la que confirmó la donaciones de su padre a la Iglesia de Oviedo y las incrementó, García como rey de León y Ordoño como rey de Galicia. Estos tres monarcas se irán sucediendo unos a otros en el solio leonés, que se irá convirtiendo en el eje de la Reconquista, en el que acabarán por reunificarse los territorios bajo el reinado de Fruela, ya desaparecidos sus hermanos, erigiéndose León en nueva capital y referencia en el avance de la Reconquista hasta que sea preterida por Castilla, en detrimento de Oviedo. Oviedo pasa así a ocupar un papel secundario, aislada de los centros neurálgicos del nuevo reino, al haberse trasladado no sólo la familia real sino también los consejeros que formaban parte del aula regia, los jefes militares, los sirvientes de la familia real y de los consejeros, dignatarios, nobles y un buen número de clérigos. La antigua capital pierde su importancia política y militar, aunque sigue conservando durante bastante tiempo el título de ciudad real y reciba habitualmente la visita de los monarcas que continúan haciendo cuantiosas donaciones a su Iglesia. La ciudad se convierte en una ciudad episcopal con una gran influencia sobre los territorios de su diócesis, pero con una economía que gravita en torno a la administración de sus tres grandes entidades eclesiásticas: la iglesia de San Salvador, beneficiaria de prerrogativas en el gobierno de la ciudad, el Monasterio de San Vicente y el Monasterio de San Pelayo, que experimentan en aquellas fechas un notable enriquecimiento.
Tras el traslado de la Corte a León la autoridad era ejercida por un conde en calidad de delegado de los monarcas. Pero en ocasiones la autoridad más destacada era de facto el obispo, situación análoga a la de la legalidad visigótica por la que el prelado podía elegir al “defensor civitatis”, aunque no parece que se derivase de aquella sino de las circunstancias políticas de este periodo. Por otro lado no existía en este momento municipio, pues la mayoría de los habitantes de la ciudad era dependientes de la Iglesia y del Rey y posiblemente de algunos nobles. Será el incremento de la población libre, pequeños propietarios y artesanos instalados en el casco urbano, lo que determinará ulteriormente el surgimiento de una asamblea general de vecinos, inspirada en el conventus publicus vicinorum del reino Visigodo, para tomar resoluciones relativas al mantenimiento de caminos, fuentes... y a la gestión de pastos o cultivos, sin intromisión del conde.
Es muy posible que en este momento ya existieran en las cercanías de Oviedo numerosos poblados integrados por siervos y colonos de propietarios libres. Está documentada a través de la diplomática medieval asturiana la existencia de alrededor de cincuenta asentamientos a menos de seis kilómetros de la ciudad, anteriores al siglo XII Sin perder de vista las dudas sobre la completa fiabilidad de estos documentos, los estudiosos consideran probado que la densidad de población en la inmediaciones de Oviedo en esta época fue relativamente alta, coligiéndose de ello la existencia de una notable actividad comercial.
Siglo XI
Se disponen de pocas referencias documentales de la ciudad de Oviedo en este siglo, destacando entre las que se conservan la que da cuenta de las donaciones que la reina Velasquita, residente en Oviedo tras haber sido repudiada por Vermudo II, hizo a la Iglesia en 1006: el Monasterio de Santa Cruz, en los aledaños de la Catedral, la iglesia de San Martín de Salas, el Monasterio de San Salvador de Deva y la región de Trasona. También Fernando I de Castilla, cuyo reinado transcurre entre los años 1035 y 1065, realizó importantes donaciones a la Iglesia local, confirmando las otorgadas por sus antecesores y visitando oficialmente la ciudad en el año 1053 para asistir al traslado de las reliquias de San Pelayo. Alfonso VI, sucesor del anterior y rey entre 1030 y 1109, también visitó Oviedo en 1075, acompañado de su hermana doña Urraca, la infanta Elvira y un amplio séquito del que formaba parte el Cid, a fin de presenciar la Apertura del Arca Santa que mandó forrar con plata. Esta visita estaba relacionada con el ya importante flujo peregrinatorio a Santiago, como quedará patente cuando el rey otorgue a la Iglesia nuevas prerrogativas, entre las que figuraban la cesión de Langreo (que ocasionó el célebre pleito entre el rey y los infanzones en que intervino el Cid como paladín de Alfonso VI), y el palacio de Alfonso III para convertirlo en un hospital de peregrinos que, en alusión a los peregrinos ultrapirenaicos, fue calificado al cabo de unos pocos años como "paltio frantisco".
Oviedo se convierte en un centro de referencia en la ruta jacobea merced a la fama de sus reliquias: un trozo de la cruz de la pasión, el Santo Sudario y un vestido de la Virgen, entre otros. Asociadas al camino de Santiago florecerán toda una serie de actividades económicas que determinarán, como ha señalado Juan Ignacio Ruiz de la Peña, la transformación de la civitas episcopal en una ciudad mercado. No debe perderse de vista, como ha subrayado García Larragueta, que la Iglesia de Oviedo, heredera de la sede episcopal y fuertemente privilegiada por los monarcas, constituye un elemento señorial que entrará en conflicto con las tendencias de las clases sociales urbanas. El relieve que Alfonso VI dio al Arca Santa y las cuantiosas donaciones que este monarca hizo a la Iglesia de San Salvador, así como la presencia documentada de una colonia de francos en la ciudad, constituyen para Juan Uría Ríu una evidencia de la proyección internacional que comenzaba a tener la peregrinación a Oviedo, asociada a la de Santiago (Es famoso el dicho “Quien va a Santiago y no va a San Salvador visita al siervo y deja al señor”, en alusión a que la Catedral de Oviedo está directamente consagrada al Salvador), que si bien ya estaba documentada anteriormente, el propio Uría recuerda la hallazgo de un códice en Valenciennes datado en el siglo XI, en el que se enumeran las reliquias de Oviedo, sólo empieza a ser continuada a partir de este momento.
Bajo el reinado de Alfonso VI recibió también la ciudad de Oviedo sus primeros fueros, cuyo texto se ha extraviado, que debieron constituir otro importante implemento para su economía.
Siglo XII
La situación en Asturias a comienzos de este siglo estuvo marcada por los disturbios derivados del pleito sucesorio y las constantes diputas entre la reina doña Urraca y su segundo esposo Alfonso I de Aragón. La reina recibió un cuantioso préstamo de la Iglesia de San Salvador que compensó, a instancias al parecer del obispo don Pelayo, con una donación por la cual las posesiones reales de la ciudad pasaron a la Iglesia, convirtiéndose Oviedo en un señorío eclesiástico. Otro factor relevantísimo para el desarrollo sociopolítico de Oviedo fue la concesión de un nuevo fuero, de tipo sahaguntino, por parte de Alfonso VII, el Emperador, que venía a confirmar y ampliar el concedido por Alfonso VI años antes, cuyo texto se conserva en el Archivo Municipal en un traslado de 1295. Este ordenamiento jurídico responde a la existencia de nutrido colectivo de artesanos y burgueses, agentes dinamizadores de la economía urbana que propiciaron una intensificación de las transacciones comerciales. Este siglo y el anterior determinan las bases sociales de la población ovetense, integrada por un núcleo principal de asturianos provenientes del entorno rural de la ciudad y en menor medida de otras comarcas de la región, al que se sumarán inmigrantes de otras regiones del reino llegados en su mayoría de León, así como extranjeros, principalmente francos (cuyo número debía de ser notable puesto que el fuero dispone que haya un merino franco además del merino castellano), y un colectivo judío no muy numeroso pero relevante por el papel que juega en la economía de la ciudad. Tal composición social, con una elevada actividad comercial, casaba mal con el dominio señorial eclesiástico y exigía la creación de un concejo, aspiración que fue satisfecha por la corona que convertía de esta forma a los municipios en aliados naturales frente a las tendencias disgregadoras del clero y la nobleza.
Las disposiciones del Fuero abarcaban tanto el plano organizativo como el del Derecho Civil y el del Derecho Penal.
En el plano político organizativo el Fuero disponía: que el cargo de merino recayese siempre en un vecino de la ciudad, no siendo obligatorio y teniendo únicamente el rey la potestad de deponerlo; que los habitantes de la ciudad fuesen sólo vasallos del Rey, siendo libre todo siervo del fisco real que se acoja al Fuero; la inviolabilidad del domicilio; la exención de la fonsadura excepto cuando estando movilizados todos los hombres de armas de los demás concejos, el Rey estuviese cercado o requiriese auxilio en combate; la igualdad ante la ley de magnates y vecinos llanos; la exención del servicio personal al que obligaba la posesión de tierras.
En lo tocante al Derecho Civil establecía: que los propietarios de tierras fuesen libres de venderlas aun cuando abandonen la ciudad y que pudiesen testar siempre y cuando no privasen por completo de herencia a sus hijos.
Y en el plano penal la multa y la compostura se convertían en la base de la amonestación, castigándose el falso testimonio y el allanamiento de morada y considerándose eximente del cargo por agresión el haber sido injuriado por el agredido con los calificativos de cornudo, sodomita, traidor o similares. Se prohibía el procedimiento del embargo cuando el demandado prestaba fianza, se establecía la obligatoriedad de prestar declaración y se instituían la prueba caldaria y la prueba del duelo.
Asimismo el Fuero establecía una serie de disposiciones generales tales como permitir el comercio libre de sidra y pan, multar a los comerciantes que empleaban medidas falsas y a cuantos arrojasen basuras. Se establecían también exenciones como derecho de pasto en todos los lugares del municipio, derecho a cortar leña en todos los montes y una franquicia que eximía a los vecinos de pagar portazgo o ribaje desde el mar hasta León.
Los beneficios del Fuero se hicieron extensivos durante el reinado de Alfonso IX a Sograndio, Godos, Santa Marina de Piedramuelle, San Cloyo, Feleches, Maja, Villamar, Loriana, Brañes... entre otros asentamientos, anexionados todos ellos al concejo. La concesión del Fuero creó un régimen ciudadano, el Concejo, contrapuesto al régimen señorial de la Iglesia; la dialéctica constante entre estos dos núcleos de poder determinará la vida de la ciudad en los siglos posteriores.
Durante el reinado de Alfonso VII, coincidiendo con el final de la prelatura del Obispo don Pelayo, se producen las primeras revueltas del conde Gonzalo Peláez quien tendrá en el Castillo de Tudela y en el Castillo de Gozón, ocupado por el Rey en su campaña contra el Conde, dos de sus principales plazas fuertes.
Siglo XIII
Alfonso IX, rey de León ente 1217 y 1230, visitó varias veces la ciudad durante su reinado y confirmó, como también harán los sucesivos monarcas hasta Felipe IV en el siglo XVII, las anteriores donaciones reales. Además, bajo este rey se consumaría la transformación de Oviedo en una ciudad mercado, regularizándose por primera vez un mercado semanal y reforzándose el régimen de autonomía de la villa. Es en este momento cuando comienza a configurarse el territorio del concejo de Oviedo tal como lo conocemos hoy, hasta entonces se reducía a la ciudad y sus arrabales, al otorgar Alfonso IX, por una disposición del año 1221, la conocida como tierra de Nora a Nora, que hoy comprende buena parte de la zona rural ovetense, como alfoz de Oviedo. Por su parte Alfonso X, quien reinó desde 1252 hasta 1284, prohibió a los merinos realizar pesquisas sin orden real y concedió a la ciudad exenciones de portazgos, barcajes y gabelas y el privilegio de no pagar fonsadera; además, cedió al municipio por diez años el importe del impuesto conocido como "les cuchares", con el que se recaudaba dinero para la reparar las murallas. Este monarca favoreció al Concejo en sus constantes conflictos con la Iglesia, disponiendo que la ciudad pudiese nombrar dos jueces y dos alcaldes cada año mientras que la Iglesia y el Cabildo sólo podían nombrar un juez y un alcalde, estándoles prohibido entrometerse en los nombramientos del Concejo. A mediados de siglo, entre 1245 y 1262, los juristas y los notables de Oviedo elaboraron unas Ordenanzas, aprobadas posteriormente por el Concejo, por las que se regulaban la elección de jueces y alcaldes, el precio de los comestibles, se reglamentaba la actividad prestamística de los judíos y la circulación de la moneda, así como la labor de la policía. Estas Ordenanzas, junto con las 1274, constituyen una de las principales fuentes para la historia de Oviedo durante el siglo XIII.
La morfología urbana sufre asimismo notables cambios que comienzan a prefigurar el Oviedo que hoy conocemos. Basándose en la amplia base documental que se conserva de este siglo, García Larragueta y otros estudiosos han podido reconstruir el aspecto que debió tener la ciudad. Con Alfonso IX se inician una serie de obras de amurallamiento que serán constantemente obstaculizadas por el Cabildo, no pudiendo concluirse hasta el reinado siguiente, de las que se conserva algún liezo. El contorno de la muralla delimita un núcleo ciudadano que sin excesivas modificaciones subsiste hasta fechas muy recientes; es lo que se denomina Oviedo redondo, articulado en tres sectores que se organizan respectivamente en torno al Santuario de San Salvador, sobre el que comenzará a edificarse la catedral gótica, el barrio de Socastiello, adyacente a la antigua fortaleza, reconvertida en hospital, de Alfonso III, en el que se agrupa la minoría judía, y la zona comercial de la ciudad que ocupaba principalmente las calles de Cimadevilla y la Rúa, donde se emplazaban en mercado diario y el azogue. Fuera de la muralla quedaban los arrabales y varios monasterios fundados por las órdenes mendicantes a lo largo del siglo: el monasterio de los franciscanos y el de las clarisas, situados en el arrabal de El Estanco. Los edificios religiosos más importantes de la época eran la iglesia de San Salvador, en trance de conversión en catedral, la iglesia de San Tirso y el Monasterio de San Vicente. El castillo real y el alcázar ocupaban el solar en el que actualmente se encuentra la Telefónica, mientras que donde hoy está la Casa Consistorial se alzaba en aquellos años la Torre de Cimadevilla. El antiguo mercado, auténtico centro neurálgico de la ciudad, se encontraba rodeado de viviendas y es mencionado profusamente en los documentos. Los barrios más antiguos eran el de San Pelayo, al lado del monasterio, y el barrio del Carpio, al pie de la iglesia de San Isidoro; esta iglesia de San Isidoro, situada en la calle del mismo nombre, fue demolida, no debe por tanto confundirse con la actual iglesia de San Isidoro, que perteneció a la Compañía de Jesús. Aparecen citados también los barrios de San Isidoro, San Tirso y La Viña. Asimismo en los documentos se mencionan alrededor de cuarenta calles, figurando la del Carpio, la más importante junto a la de San Isidoro, en los documentos más antiguos. En la zona sur de la ciudad estaba la puerta de Cimadevilla, donde se cree que se encontraría el cadalso y la picota, una entrada de peregrinos que seguirían por la calle de la Magdalena, atravesando después la Puerta Nueva y cruzando la calle de Cimadevilla para seguir por rúa Francisca, hoy calles de la Rúa, San Juán y de la Platería, hasta llegar a la Catedral. Otras calles importantes de este sector de la ciudad son las de la Ferrería, Brotería, Canóniga y Rúa Mayor. En la parte oriental se situaba la Puerta de la Nozeda, de donde arranca la calle del mismo nombre, otra entrada de peregrinos que proseguirían por la Corrada del Obispo hasta la Catedral. En el sector norte estaban las puertas de Santiago, al final de la calle de San Juan, y de la Gascona, al término de la calle del Águila, entre las que se alzaba el Hospital de San Juan. El castillo real se emplazaba en la zona nororiental de la urbe, lo rodeaba la calle de Socastiello y en sus cercanías se situaba una puerta que era la utilizada habitualmente por los peregrinos para salir de Oviedo.
La diplomática bajomedieval permite inferir que las viviendas del siglo XIII eran de pequeñas dimensiones y fabricadas en su mayoría de piedra y madera; la mayoría de estas casa tendrían en su parte trasera un huerto, aterrazado en aquellos lugares en que el terreno tenía demasiada pendiente. Las casas no habrían estado alineadas, sobresaliendo unas más que otras y poseyendo una pequeña corrala o antojana a la que se accedía por una puerta. Las viviendas principales habrían sido escasas, distinguiéndose por sus dimensiones, por lo cuidado de su fábrica y por sus elementos: torres, bodegas..etc. Se piensa que los hórreos eran numerosos, sobre todo en los arrabales, pero los habría también adyacentes a las viviendas urbanas. La Iglesia poseía la mayor parte del suelo de la ciudad que cedía en arriendo. Se calcula que la población de la ciudad durante este periodo debía estar entre los 4.000 y 5.000 habitantes, cifras en las que se mantendría durante el resto del medievo, siendo un sector importante los francos, llegados como peregrinos, o descendientes de los mismos, que constituían buena parte del artesanado.
Los oficios artesanos se organizan en cofradías, siendo la más importante la de los alfayates o xastres, que fue dotada económicamente por Velasquita Giráldez, pasando a ser conocida con el nombre de esta noble que con el paso de los años derivaría en la Balesquida. Otras cofradías eran la de zapateros, plateros, peleteros, hortelanos, alabarderos... etc. La regulación del trabajo la llevaba a cabo el municipio, no las cofradías, a través de Ordenanzas, siendo la situación social de los trabajadores urbanos y de los siervos rayana en la miseria. Prueba de ello son la epidemias que se suceden en aquellos años: lepra, pelagra; se conservan unas Ordenazas del año 1274 donde se dispone que los leprosos sólo podían entrar en Oviedo una vez al año, durante el día de la Cruz y únicamente hasta el medio día.
La actividad comercial de la ciudad, centrada principalmente en el azogue y en el mercado diario, era muy intensa, particularmente en los años de jubileo por el paso de peregrinos. Los lunes se celebraba además un mercado semanal que aparece ya referido en las Ordenanzas de 1245, trasladado siglos después a los jueves. Además, a principios del siglo siguiente, 1302, Fernando IV concedió a Oviedo derecho de feria, pasando a organizarse una feria anual de quince días de duración, cuyo inicio coincidía con la fiesta de San Lucas. Por otra parte la ciudad sostenía un cierto comercio exterior, a través principalmente del puerto de Avilés, con cuyo Concejo mantendrá constantes enfrentamientos el de Oviedo, que llegaría a ser especialmente intenso con la localidad francesa de la Rochelle.
Siglo XIV
Como en los siglos precedentes este periodo estará marcado por las tensiones sociales, acaso ahora amplificadas, derivadas del conflicto entre los intereses señoriales del obispado, los intereses nobiliarios, los intereses concejiles y la situación miserable de siervos y artesanos. Así por ejemplo, a finales del siglo XIII, en 1287, el Concejo de Oviedo recibe la cesión de Siero en calidad de compensación real de Sancho IV por el ataque del infante Juan y de su hijo Alfonso; este territorio sería entregado posteriormente, 1305, a Rodrigo Álvarez de las Asturias, recibiendo el Concejo las parroquias de Priorio, Puerto y Caces. En 1309 el Concejo concierta un acuerdo intermunicipal con Avilés, Grado y Lena para poner coto a los abusos de la nobleza y principalmente del levantisco Gonzalo Peláez, responsable de numerosas muertes y robos. Apenas cinco años después los vecinos de Oviedo toman las armas y atacan los cotos episcopales de Olloniego, Morcín y Gorvielles, que servían de refugio a bandidos, y en 1316 Rodrigo Álvarez de las Asturias pone cerco al Castillo de Tudela con el apoyo del Concejo de Oviedo, en poder del obispo de Oviedo Fernando Álvarez, quien sirviéndose de la privilegiada situación de la fortaleza, situada sobre el Pico Castiello entre Agüeria y Santianes, entorpecía el tráfico comercial entre Oviedo y las localidades al sur de la capital al obligar a los viajeros y a los comerciantes a pagar tributo.
La inestabilidad política de la Castilla del siglo XIV se dejaría sentir especialmente en Asturias por ser Enrique de Trastámara, bastardo de Alfonso XI, ahijado y heredero de Rodrigo Álvarez de las Asturias. Al contraer matrimonio Enrique en Sevilla, 1350, sin el consentimiento de su hermanastro Pedro I, hubo de refugiarse en sus señoríos asturianos. El padre Carvallo, basándose en el ''Memorial del abad don Diego'', cuenta que Enrique pensó en apoderarse de Oviedo, gobernada en ese momento por Diego Fernández de Oviedo, quien le ofreció alojarse en las torres de la ciudad con la idea de caer sobre él con su gente y encarcelarlo para entregárselo al Rey. Apercibido Enrique de las intenciones del gobernador, buscó refugio en su casa fuerte de Noreña, marchando después a Gijón, donde esperó a Pedro I para solicitar su perdón. Es posible sin embargo que Enrique protagonizase alguna acción violenta, a tenor de un diploma conservado en el Archivo de la Catedral, datado en 1352, que da cuenta de la donación de un solar ocupado por una casa que habría sido destruida por Enrique. Enrique de Trastámara conseguirá finalmente convertirse en Enrique II al derrotar y dar muerte a su hermanastro en el Castillo de Montiel (Se ponía así fin a una disputa sucesoria que acabó convirtiéndose en un apéndice de la Guerra de los Cien Años al intervenir Inglaterra y Francia en apoyo de Pedro I y de Enrique respectivamente).
Asturias vuelve a convertirse en escenario de conflictos bélicos pocos años después de consumado el cambio dinástico, de la mano de Alfonso Enríquez, conde de Noreña e hijo ilegítimo de Enrique II. Alfonso Enríquez hereda de su padre el señorío de Noreña y otras posesiones Asturianas, desde ellas se sublevará en repetidas ocasiones contra su hermanastro Juan I y contra su sobrino Enrique III. Su última revuelta tendrá lugar en 1394: Alfonso logró controlar Oviedo dejando allí a partidarios suyos mientras él permanecía en el barrio de la Vega, el Doliente manda entonces desde León a varios caballeros asturianos que recuperaron la plaza obligando a Alfonso a buscar refugio en Gijón. El padre Carvallo se ocupa también de este episodio, sirviéndose de nuevo del ''Memorial del abad Don Diego'', y cuenta como los vecinos Oviedo, habiendo acogido a Alfonso, al saber que sus intenciones era rebelarse contra el rey se soliviantan y marchan contra la fortaleza de la Vega en que se encontraba el conde, obligándolo a huir. Precisamente para hacer frente a los atropellos de este conde de Noreña se crea una asamblea formada por representantes de los diversos concejos de Asturias, de la Iglesia y varios próceres, que constituirá el primer precedente de la Junta General de Principado de Asturias, creada diez años después, 1388, por Juan I para afianzar su dominio sobre las tierras asturianas.
La fuentes documentales dan cuenta de las numerosas hambrunas que asolan Asturias durante los últimos siglos de la edad Media, a las que hay que añadir una epidemia de peste negra, cuya incidencia sobre las tierras ovetenses se documenta en 1362 a través del testamento de unos vecinos de Casielles, en la parroquia de San Juan del Priorio. Es muy probable que hacia 1349 y hacia 1383 hubiese otros dos brotes de peste en Oviedo.
En los postreros años del siglo XIV dan comienzo las obras de la actual Catedral de Oviedo, la mayor parte de las cuales se realizaron durante el siglo siguiente.
Siglo XV
Este periodo ha merecido un detallado estudio por parte de Margarita Cuartas Rivero en su obra Oviedo y el Principado de Asturias a fines de la Edad Media. La sociedad ovetense no cambia especialmente con respecto al siglo anterior, aunque debe destacarse, en el marco del ascenso de la nobleza terrateniente como consecuencia de las Mercedes Enriqueñas, la influencia creciente de diversas familias nobiliarias como los Argüelles, de la Rúa..., generalmente encuadradas en el partido de uno de los dos linajes que controlan la política asturiana: los Quirós y los Miranda. Mención especial merece la preponderancia social, también a raíz de las recompensas que Enrique II otorga a sus fieles, que alcanzan los Quiñones. Pedro Suárez de Quiñones y Arias Pérez de Quiñones, hijos del noble Suero de Quiñones, muerto en la batalla de Nájera donde luchaba del lado de Enrique, reciben de éste el nombramiento de adelantado Mayor de León y Merino de Asturias y los señoríos de Tineo, Cangas del Narcea y Allande, respectivamente. Estas posesiones se verían ampliadas en tiempos de Enrique III al cederles este monarca las posesiones enajenadas a Alfonso Enriquez en represalia por su rebeldía, que comprendían Llanes, Ribadesella, Noreña, Siero, Avilés, Pravia, Grado, Somiedo, Tineo, Cangas del Narcea, Navia y Allande en Asturias, y Laciana, Ribadesil, Puebla de Lillo y Gordón en León.
Los enfrentamientos entre los concejos, el poder real y la familia Quiñones comienzan con Diego Quiñones de Aller, Merino Mayor de Asturias y consejero de Enrique III. El padre Carvallo refiere que la ciudad de Oviedo se negó a pagarle la merindad al no residir allí ni cumplir con sus funciones; este incidente se salva con el nombramiento de un representante del noble. Pero Quiñones de Aller pretendió también apoderarse de la villa de Avilés por la fuerza, logrando su servidor Gonzalo Fernández de Pajares tomar el alcázar; pero al no respetar el de Quiñones los fueros de la ciudad se produce un alzamiento dirigido por Martín de las Alas y Pedro de Valdés que logra expulsar a los hombres del noble.
El primogénito de Quiñones de Aller, Pedro de Quiñones, señor de Luna, trato de capitalizar el rechazo de los asturianos al condestable Álvaro de Luna para controlar toda la región. Hermano de éste fue el conocido Suero de Quiñones; ambos protagonizarán un enfrentamiento abierto con la Corona. La autoridad real buscaba limitar el poder de los señoríos, por lo que Juan II encomienda al príncipe de Asturias don Enrique hacerse con los mayorazgos asturianos que estuviesen ocupados indebidamente. El príncipe cursa la orden a través de la Junta General del Principado, que reunida en el Monasterio de San Francisco de Oviedo acataba formalmente, por vez primera, la autoridad del príncipe de Asturias. Los ejecutores elegidos para reducir a los Quiñones serán los capitanes Fernando de Valdés, Gonzalo Rodríguez de Argüelles y Juan Pariente de Llanes. Topándose con más dificultades de las previstas deciden convocar una junta de hidalgos en Avilés, villa fiel al rey, para organizar la oposición a los Quiñones, en la que se acuerda jurar lealtad al rey siempre y cuando éste se comprometiese a ejercer directamente la jurisdicción sobre las tierras de los Quiñones, no enajenándolas ni devolviéndoselas a sus descendientes.
Tras la Farsa de Ávila, en que los nobles proclamaron rey al infante don Alfonso, se inicia una guerra civil entre éste y su hermano Enrique IV. El conde de Luna es enviado por Alfonso para combatir a don Juan de Acuña, conde de Valencia de don Juan, que había tomado la fortaleza de Oviedo y otras plazas del Principado en nombre de Enrique. El conde de Luna cercó Oviedo a finales de enero de 1466, logrando rendirla en junio, fechas conocidas a través de las cuentas de Juan de Oviedo conservadas en el Archivo de Simancas. La fortaleza de Oviedo permanecerá en poder del de Luna con quien pleitearán los Reyes Católicos, en el marco de su política centralizadora, para que se la ceda junto con varios señoríos que poseía en Asturias.
La Iglesia de Oviedo también entrará en conflicto con el poder real durante este siglo: el corregidor Pedro Manrique de Lara llegó a atacar al obispo de Oviedo, quien sin embargo resistió y logró recuperar posteriormente el favor real, lo que garantizó la hegemonía de la sede ovetense durante toda la edad moderna.
Siglo XVI
El primer episodio relevante de la historia de Oviedo durante este siglo, aparte de la orden de leva del 23 de octubre de 1520, recibida en Oviedo, por la que Asturias hubo de aportar 2.000 hombres, principalmente ballesteros, a la lucha contra las comunidades, fue el incendio de la Nochebuena de 1521 que destruyó gran parte de la ciudad. Las llamas arrasaron varias de las iglesias que rodeaban la Catedral y afectaron a calles enteras como las del Azogue, Cimadevilla, Rúa, Portal, San Antonio, Herrería, el barrio de la Chantría y Lonja hasta la puerta de la Gascona, parte del Monasterio de San Pelayo, el Hospital de San Julián y gran parte de la propia Catedral. Se creyó que la causa del incendio fueron las chispas de un “fornu”, por lo que fueron prohibidos dentro de la ciudad. El año siguiente trajo consigo dos nuevos desastres que se sucedieron prácticamente sin solución de continuidad: en junio tiene lugar un potente seísmo y en septiembre se producen lluvias torrenciales seguidas de inundaciones y desbordamientos de ríos, ambos fenómenos causas enormes estragos en los edificios. Para intentar paliar las consecuencias de estos desastres Carlos I concede a Oviedo, en 1525, un mercado de los jueves libre de todo impuesto. La ciudad es reconstruida, remodelándose y aprovechándose la circunstancia para acometer una serie de obras no relacionadas con la catástrofe como la construcción del Acueducto de los Pilares, la conclusión de la torre de la Catedral y la construcción del monasterio de los dominicos, fuera de la muralla, y el de los jesuitas, fundado ya en la segunda mitad del siglo, muy próximo a la muralla, en la zona del Fontán.
La segunda mitad de este siglo será aún más aciaga para los Ovetenses: durante las décadas de los setenta y los ochenta condiciones climáticas desfavorables provocarán la pérdida de las cosechas, desencadenándose duras hambrunas en toda Asturias; por si no fuera poco, a finales de siglo, 1598, tiene lugar un nuevo episodio de peste. Este brote está abundantemente documentado a través de las ordenanzas municipales y de los libros de protocolos notariales que están repletos de testamentos. Los datos de la Junta General permiten estimar que la epidemia mató a dos tercios de los habitantes de la ciudad.
Aparte de las tragedias, el siglo XVI comportó para Oviedo una profunda reorganización administrativa de su concejo. Los términos del municipio no constituían hasta entonces una circunscripción homogénea, hallándose además tachonados de cotos señoriales pertenecientes a la Mitra, Bendones, Cerdeño y Paderni, al Cabildo, Caxigal y Naranco, y el que por su parte reclamaba Gutierre González Cienfuegos, quien se consideraba heredero de los derechos sobre la mitad del concejo de Ribera de Abajo. Además la extensión del concejo de Oviedo era notablemente menor que la actual: las parroquias de Trubia, Pintoria y Udrión pertenecían al alfoz de la puebla de Grado; la parroquias del Valle del Nalón al oeste del actual municipio de Oviedo se organizaban en los concejos de Olloniego y Tudela, bajo jurisdicción eclesiástica. Será en el último cuarto de la centuria cuando Felipe II, para sacar a la ciudad de la postración económica derivada de todas la calamidades que hubo de sufrir y que motivaron un importante flujo migratorio hacia la meseta de población asturiana y ovetense, ordene la desamortización de todas la jurisdicciones eclesiásticas emplazadas en el concejo, con la autorización de una bula papal, que son compradas por la corporación municipal entre abril y junio de 1581. También adquiere la corporación el concejo de Llanera, de jurisdicción episcopal, e intentó hacer lo mismo infructuosamente con los concejos de Morcín, Las Regueras, Ribera de Arriba, Riosa y Tudela, todos ellos limítrofes del concejo, que serían adquiridos por sus propios vecinos pasando a gozar de una administración autónoma. Por su parte Rodrigo Bernaldo de Miranda, regidor de Oviedo, adquirió el concejo de Olloniego. La conclusión de todo este proceso desamortizador fue la homogeneización administrativa del concejo de Oviedo y su ampliación hasta alcanzar una extensión similar a la actual.
Otro dato a destacar de la historia de Oviedo durante este periodo es la apertura de la primera imprenta hacia el año 1556.
Siglo XVII
Las décadas finales del siglo pasado trajeron consigo una situación de postración económica para Asturias que consiguió superarse parcialmente gracias al maíz: la difusión de esta planta, de origen americano pero muy adecuada a las condiciones climáticas asturianas, permitió sentar las bases de un crecimiento intensivo continuado. El maíz se extiende durante los primeros años del siglo XVII con notable rapidez por toda Asturias y especialmente por los concejos costeros y los valles centrales; su expansión continuó ininterrumpidamente de forma que a finales del XVIII ya aportaba más de las dos terceras partes de los granos recogidos en la región. El maíz no desplazó el cultivo de otros cultivos, salvo cereales inferiores como el mijo o el panizo, combinándose con ellos y permitiendo la supresión del barbecho y la intensificación del cultivo del suelo, que a su ver percutió positivamente sobre la ganadería, en aquel momento empezaba a sustituirse el ganado bravo por ganado estabulado, al incrementarse la producción de forrajes entre los que se incluía el "nervaxu" del maíz.
A principios de este siglo tiene lugar el paso de los primitivos corregidores de "capa y espada", en un contexto de degradación de las instituciones conjeciles donde cargos públicos como el de Alférez Mayor del Principado o las alcaldías y regidurías se ponían a la venta, a los corregidores de "toga", impuesto por la normalización institucional que propugana la monarquía.
El acontecimiento más importante para Oviedo durante este periodo fue la inauguración oficial de la Universidad de Oviedo, tras múltiples vicisitudes, en 1608, institución que tuvo un cierto impacto en su vida social y política. La creación de la Universidad fue una iniciativa del inquisidor Fernando Valdés Salas, fallecido en 1568, quien dispuso en su testamente una importante suma de dinero para constituir el centro; problemas burocráticos y la corrupción funcionarial retrasaron cuarenta años el cumplimiento mandas, hasta que por fin, habiendo sido creada formalmente en 1604 por real cédula de Felipe III, pudo abrir sus puertas en 1608 e impartir sus primeras clases de Derecho y Teología. Con este centro Oviedo, que había carecido de universidad durante la edad media, pudo aprovecharse de la acuciante necesidad de formar clérigos, juristas y médicos que, para sostener su aparato administrativo, aquejaba al Imperio Español. La de Oviedo fue no obstante una universidad pequeña, no poseyendo hasta finales del siglo siguiente Facultad de Medicina que, junto con la de Teología, Derecho y Filosofía componía la división característica de las universidades del Antiguo Régimen. Con la Universidad Oviedo experimenta un cierto crecimiento demográfico, al tiempo que se configura como lugar de residencia de la nobleza y del alto clero; pese a todo, al concluir el siglo apenas rebasaba los 7.000 habitantes.
El entramado urbano ovetense, que ya se había visto alterado por la construcción del edificio de la Universidad, a cargo de Rodrigo Gil de Hontañón, experimenta ahora una importante transformación caracterizada, particularmente en el sector suroeste de la ciudad, en dirección a la charca de El Fontán que estaba convirtiéndose en una zona con gran actividad comercial, por la tendencia a ampliarse extramuros.
El fin de siglo, 1699, coincidirá con una nueva crisis derivada de las malas cosechas.
Siglo XVIII
A principios de este siglo la ciudad de Oviedo contaba con unos 1367 vecinos, con un total de 6.700 habitantes. 111 de ellos eran presbíteros no regulares, lo que sumado a los jesuitas de San Matías, los fraile de San Vicente, los de San Francisco y los de Santo Domingo, junto a las monjas de San Pelayo, de La Vega y de Santa Clara, nos da un seis por ciento de la población ovetense. Más de la mitad del vecindario era de ascendencia hidalga o sacerdotes. Apróximadamente cuatro de cada diez vecinos eran pecheros, es decir, estado llano que mantenía los privilegios de las clases superiores con sus impuestos.
Durante la Guerra de Sucesión Oviedo se mantiene fiel a Felipe V, aprovisionándose con pólvora procedente de San Sebastián en 1702 y armando a la población en previsión de un posible ataque. Al instaurarse la dinastía borbónica, que implantará el absolutismo monárquico y unificará la legislación de los territorios españoles mediante el Decreto de Nueva Planta, se envía a Asturias al comisionado del rey Cepeda, quien redactará una serie de informes acerca de la administración en la región que tendrán como consecuencia la creación en 1717 de la Real Audiencia, institución que merma las hasta entonces amplias atribuciones de la Junta General del Principado y liquida el gobierno de los corregidores, que serán sustituidos por regentes. En 1766 el motín de Esquilache tiene cierta incidencia en Oviedo, exigiendo los amontinados rebajas en los artículos de primera necesidad y haciendo blanco de su descontento al administrador de las rentas provinciales; las diferentes medidas que tomó la Audiencia para sofocar a los amotinados fueron ineficaces, correspondiéndole finalmente a la Milicia Provincial la labor de represión. Un año después, como consecuencia de las pesquisas de Campomanes, Carlos III decreta la expulsión de los jesuitas, lo que en Oviedo provocará el enfrentamiento entre el Ayuntamiento y la Universidad, al impartir esta orden clases en el centro. La expulsión de la compañía de Jesús no mermó sin embargo el nivel de la vida académica de la ciudad, alentada por la Ilustración, que había tenido precisamente en la Universidad de Oviedo a uno de sus principales precursores en nuestro país: el padre Feijoo. En 1764, precisamente el año de la muerte de Feijoo, se fundó la biblioteca universitaria, diez años después Campomanes impulsa una reforma de la Universidad que supone la creación de nuevos estudios superiores, y también a instancias de Campomanes, junto con el apoyo del conde de Toreno, se constituirá en Oviedo la Sociedad Económica de Amigos del País en 1781.
En 1771 se aprueba el proyecto de apertura de un canal de comunicación moderno hacia la Meseta a través de Pajares y en 1782 se inician las obras de la carretera Oviedo-Gijón, que se convertirá en una de las principales arterias de la región. En 1794, ante una posible guerra con la Francia revolucionaria, se traslada a Oviedo la Fábrica de Armas de Gipúzcoa. Inicialmente sus oficinas y almacenes se instalan en el antiguo Palacio del Duque del Parque, siguiéndose un modelo productivo gremial en el que los armeros, muchos de ellos vascos emigrados, realizaban los trabajos en sus talleres particulares, distribuidos por Oviedo, Trubia, Mieres y Grado, para entregarlos después en el citado palacio. Paralelamente en Trubia, entonces perteneciente al concejo de Grado, comienzan a levantarse los primeros edificios de lo que será la Fábrica Nacional de Cañones.
Siglo XIX
Este siglo se estrena en Oviedo con una fuerte carestía de alimentos, que obligará a la Sociedad Económica de Amigos del país a repartir comestibles, complicada con una nueva epidemia. Pero lo que caracterizará las primeras décadas de este siglo serán las luchas entre absolutistas y liberales. Con el estallido en mayo de 1808 de la insurrección contra Napoleón, las tensiones sociales y políticas del país determinaron, en conjunción con el desarrollo de una guerra de liberación nacional y con los primeros intentos de transformar las estructuras del Antiguo Régimen, una nueva fase histórica de gran complejidad.
La amplia participación popular en el levantamiento en Asturias no se explica sólo por las pésimas cosechas y las epidemias -en 1808 se produjo una cosecha abundante- sino que el verdadero trasfondo de la insurrección en Asturias fueron los ecos del motín de Aranjuez y particularmente la hostilidad, atizada desde los púlpitos, a la ocupación francesa. El levantamiento se desencadenará al conocerse en Oviedo, el día 9, la noticia de los sucesos del 2 de mayo en Madrid. El día 9 de mayo una heterogénea masa popular concentrada en el Campo San Francisco, integrada por estudiantes de la Universidad, armeros, sacerdotes y artesanos, impide la publicación de un bando enviado por el general Murat, jefe de las fuerzas francesas en España. Las autoridades del Antiguo Régimen, representadas por la Audiencia, mantenía una postura contemporizadora y cómplice con los ocupantes; por su parte la Junta General del Principado, controlada por nobleza, en la que había algunos sectores minoritarios de ideología liberal y proclives a la insurrección, sólo aceptará tomar resoluciones encaminadas a la conservación de la Monarquía y a la defensa de Patria cuando se vea desbordada por el pueblo en armas, intentando por todos los medios a su alcance impedir la radicalización del conflicto. Esta actitud ambigua se tornará colaboracionista cuando pocos días después, habiendo descendido la agitación, puedan la Audiencia y la Junta dar marcha atrás y controlar la sublevación, revocando las citadas resoluciones y requisando las armas en poder de la población. No será hasta el día 25 cuando un nuevo levantamiento popular, mucho mejor organizado y con el apoyo de campesinos provenientes de los alrededores de Oviedo, fuerce a la Junta General a declarar la guerra a Francia, convirtiéndose Asturias en la primer provincia en tomar esta resolución. Se constituye entonces la Junta Suprema, órgano de composición muy distinta a la de la Audiencia o la Junta General, que se arroga el poder en nombre de Fernando VII e invoca la voluntad popular como sostén de su legitimidad, acreditando embajadores que envía a Inglaterra para solicitar la ayuda del gobierno Británico y organizando un ejército. Posteriormente, la vetusta Junta General, remodelada parcialmente en su composición, asumirá las funciones de la Junta Suprema con una mayoría conservadora pero manteniéndose una minoritaria facción liberal especialmente activa.
Durante la Guerra de la Independencia Oviedo es ocupada más de media docena de veces, mientras que Asturias es invadida cuatro veces desde Santander y desde Castilla, entre mayo de 1809 y junio de 1812, lo que determinó el carácter itinerante de la Junta Suprema. Sin embargo, a pesar de estas ocupaciones, en las que el ejército francés (que contó en Asturias con el apoyo entusiasta, entre otros, del obispo Gregorio Hermida y del Marqués de San Esteban, quien incluso presidió una Junta colaboracionista) no sufrió demasiadas bajas, Oviedo y Asturias no jugaron un papel relevante en el desarrollo de la guerra, en contraste con su protagonismo durante los primeros momentos, siendo además su interés estratégico secundario. No obstante, en las instituciones políticas patrióticas varios asturianos como el ya muy anciano Jovellanos, representante de Asturias en la Junta Central, o Agustín Argüelles, el Conde de Toreno, Flórez Estrada o José Canga Argüelles, diputados en las Cortes de Cádiz dentro de la facción más marcadamente liberal, tuvieron un destacado papel. Esta actividad política liberal chocaba con la realidad de la región, donde la base social del liberalismo, que únicamente empezó a difundirse a partir de 1808 en algunos círculos universitarios provenientes de la antigua hidalguía, era ínfima. En la Junta Suprema se plasmaba el pacto tácito entre los sectores más exaltados, conscientes de su escasa fuerza real, y los partidarios del Antigua Régimen, siendo sus medidas, la proclamación de un restringida libertad de imprenta o un proyecto de reforma judicial que conservaba un fuero especial para lo nobleza, muy moderadas. Esta moderación no preservó a la Junta del rechazo de los sectores absolutistas que desencadenaron una férrea oposición a la misma, provocando incluso un motín en 1808 y logrando que fuera disuelta mediante un golpe militar del general La Romana al año siguiente. Se sucedieron desde entonces una Junta Provisional de Observación y Defensa, una Junta Superior y una Junta Superior Provincial, todas ellas compuestas por ultramontanos y con escaso protagonismo político. Estos cambios se sucedieron además en un clima de indiferencia y desmovilización popular, especialmente por parte del campesinado, víctima durante la guerra de una intensa crisis agrícola, marcado por los saqueos de los franceses, las levas y los impuestos motivados por las necesidades bélicas. Con la retirada definitiva de las tropas francesas, en el estío de 1812, se produjo en Asturias la jura de la constitución de Cádiz, estableciéndose a continuación, como exigía la carta magna, un jefe político de la provincia, cargo que ocupó Manuel María de Acevedo, y se sustituyó a la Junta Superior Provincial por una Diputación Provincial en febrero de 1813, de mayoría conservadora, al tiempo que se elegían ayuntamientos constitucionales. La Diputación desarrollará una política ilustrada a la usanza del dieciocho, fomentando la economía sin alterar las estructuras sociales vigentes. Merece destacarse aparición en aquellos años del primer periódico no oficial de la región El Observador de Asturias, de tendencia liberal. Pero el liberalismo seguía siendo minoritario en Asturias, frente al predominio absolutista que se manifestaba constantemente, llegando a forzar la expulsión del reaccionario obispo Hermida por parte de las autoridades. En estas circunstancias la restauración del absolutismo dejó indiferente a gran parte de la población, produciéndose un tránsito tan pacífico que incluso la Diputación o el Ayuntamiento Constitucional de Oviedo siguieron funcionando durante varias semanas. La represión afectó especialmente a unos pocos personajes, la minoría liberal, que acabó en el destierro, como Toreno o Flórez Estrada, o en prisión como Canga Argüelles, de tal forma que cuando en 1815 se restablezca la Junta General del Principado, ésta estará solamente compuesta por los mismos nombres que en 1808 a excepción de los liberales. La Universidad de Oviedo fue acusada de liberal, depurándose sus equipos docentes, sus libros de texto y sometiéndosela a una anacrónica inspección clerical, al tiempo que se suprimían algunos estudios como los de matemáticas, juzgados inútiles, y se instauraba una firme vigilancia sobre profesores y estudiantes.
A finales de febrero de 1820 el capitán de Artillería Manuel de la Pezuela, con la colaboración de estudiantes y liberales, secundó en Oviedo el Pronunciamiento de Rafael del Riego con el que dio comienzo el Trienio Liberal, interregno en el que fue reinstaurada la Constitución de Cádiz y se intenta nuevamente la revolución burguesa. Es en este periodo cuando parece que el liberalismo comienza a ganar apoyos en Asturias entre los sectores populares urbanos, la burguesía y gran parte de la antigua nobleza, como se desprende de la aparición de publicaciones periódicas de esta tendencia, El Ciudadano, moderado, y el Aristarco, exaltado, y de los recibimientos triunfales a Riego y Argüelles y del motín anti-realista de 1821. La oposición al régimen liberal provendrá fundamentalmente del clero, que aunque contaba con algún sector liberal se oponía la política desamortizadora y a la reforma de las órdenes regulares, y del campesinado, cuyos intereses eran claramente lesionados por las políticas económicas liberales, al existir la posibilidad de que la venta de realengos y baldíos hiciese que los pueblos perdiesen sus pastos y al acabar en la práctica las tierras desamortizadas concentradas en manos de unos pocos capitalistas que inmediatamente subieron los arriendos y expulsaron a buena parte de los llevadores. En los primeros meses de 1822 aparecerán en Asturias partidas armadas antiliberales, en los valles del centro y oriente de la región, al sobreañadirse a los anteriores motivos el incremento de impuestos y precios.
La resistencia al avance de los Cien Mil Hijos de San Luis que se produce en Asturias, caracterizada por las deserciones y la escasez de efectivos, da cuenta de la incapacidad del régimen liberal para captar a las clases humildes mediante políticas que favorecieran sus intereses. No obstante, los historiadores consideran que las numerosas partidas que actuaban en la región podrían haber sido contenidas de no mediar la intervención exterior. La Ominosa década trajo consigo una represión mucho más dura que la de 1814, los Flórez Estrada, Evaristo San Miguel o Agustín Argüelles hubieron de marchar al exilio para evitar las correspondientes condenas a muerte, a las que ni siquiera se sustrajeron el clero (sus sectores liberales) ni la nobleza. En el caso de Asturias el especial celo de las autoridades eclesiásticas motivó incluso la reconvención del ministro Calomarde ante sus excesos. Pero la permanente de crisis hacendística y económica determinará una aproximación paulatina de la monarquía hacia las posiciones del liberalismo moderado, con la oposición del ala más ultramontana, preparándose así la alianza de clases que posibilitará, con todas sus deficiencias, la implantación del liberalismo. En este sentido, manteniéndose el campesinado asturiano en una situación de penuria pese a la difusión de la patata, se promulga la Ley de Minas con la intención de reactivar el sector hullero, empantanado por todos los sucesos de las décadas anteriores, que constituirá la base de la industrialización asturiana.
En 1827 se suprimen los antiguos cotos señoriales que existían en los territorios del Concejo de Oviedo, siendo incorporados al mismo, y en 1833 Asturias recibe como nombre oficial de su capital a raíz de la división provincial diseñada por Javier Burgos. Simultáneamente la Junta General del Principado fue definitivamente sustituida por una Diputación similar a la del resto de las provincias, celebrando su última sesión el 8 de enero de 1834 en la sala capitular de la Catedral de Oviedo. A la muerte de Fernando VII la liberalización de la monarquía se acelera, procediendo la nueva Diputación a desarmar a los voluntarios realistas y a crear una milicia urbana de orientación liberal.
Los años de la minoría de edad de Isabel II coinciden con el proceso de desguace del entramado jurídico y administrativo del Antiguo Régimen, con la implementación de reformas económicas y sociales que sentaban las bases del desarrollo capitalista –libertad de comercio e industria, desamortización de los bienes de la Iglesia, desvinculación de los mayorazgos, abolición de los diezmos...etc- y con el establecimiento, a través de la Constitución de 1837, de un sistema político de signo liberal; este nuevo sistema se caracterizará por el sufragio censitario, gozando de derecho a voto los sectores más acomodados que en Asturias oscilarán en el 1,5% en 1837 y el 5,6% en 1844.
La Guerra Carlista, iniciada en 1833, no tuvo especial incidencia en Oviedo, que sufrió sin embargo en 1835 una epidemia de cólera. El campo asturiano se mantenía más bien en una situación de apatía. En 1836 el general carlista Gómez entra en Oviedo, el 5 julio, tras haberse retirado la milicia nacional –en cuyas filas había profesores y estudiantes de la Universidad- a Soto del Barco, pero sólo permanece en la ciudad tres días, pertrechándose e incrementando sus efectivos con voluntarios, al cabo de los cuales la abandona ante la proximidad de las tropas de Espartero. Los carlistas se aproximarían a Oviedo en octubre, encontrándola esta vez bien guarecida y siendo incapaces de tomarla tras sufrir abundantes bajas, hasta que el general Sanz, al mando de los carlistas, se ve obligado a retirarse al Gijón. Las Cortes concederían a Oviedo el título de Benemérita por este episodio.
La constante presencia de partidas armadas en Asturias hasta 1838 y las incursiones del general Sanz no deben ocultar el fracaso de la ideología carlista en la región, en la que por otra parte no había ninguna problemática foral. El sector que lógicamente más apoyó a los tradicionalistas fue el clero, sin que faltasen tampoco facciones liberales entre sus filas, puesto que era la clase social más directamente perjudicada por las transformaciones sociales de signo liberal. Serán constantes de nuevo los conflictos ente el Cabildo de Oviedo y las autoridades, la difusión de ideas reaccionarias a través de los púlpitos, las negativas a jurar la Constitución de 1937 y las veladas o incluso explícitas simpatías por la causa del pretendiente. Por el contrario entre el campesinado asturiano la tónica fue la indiferencia y la pasividad.
Tras un decenio de cambios acelerados y una vez conjurada la amenaza carlista, el nuevo bloque de clases hegemónico en España, en el que predominaban los descendientes de la antigua nobleza convertidos al ala moderada del liberalismo, buscaba poner fin a la inestabilidad y consolidar el sistema político. Esta pretensión mediatizará los planes y programas políticos del periodo conocido como la Década Moderada (1844-1854) que, tras la formación de una coalición de moderados y progresistas que pone fin a la Regencia de Espartero y declara mayor de edad a la reina, episodio que en Asturias provocó la división de la Milicia Nacional y algunos enfrentamientos de poca importancia, buscará apuntalar y revisar en sentido conservador la conquistas liberales.
La fuerza principal durante este periodo será el Partido Moderado, formación que en Asturias contará con más apoyos que el Progresista. La base social del moderantismo asturiano estará en la aristocracia y en los grandes propietarios de la tierra y contará con el apoyo, sumamente útil en las zonas rurales, del clero. Por su parte el Progresismo, muy arraigado entre los obreros armeros de Oviedo, contará con la adhesión de la burguesía comercial, especialmente en Oviedo. En contraste con el Partido Moderado, fracturado desde la década de los cuarenta en una facción reaccionaria más posibilista y liberal, el Progresismo asturiano será una corriente homogénea caracterizada por su escaso radicalismo.
A mediados de siglo la estructura económica de Oviedo apenas había cambiado con respecto al siglo anterior: el único núcleo industrial relevante era Trubia, que desde 1848 albergaba las instalaciones de la Fábrica Nacional de Cañones donde trabajaban casi medio millar de obreros. La situación y demográfica se mantenía también en márgenes muy similares a los de periodos anteriores, mermándose el crecimiento demográfico por dos epidemias de cólera en los años 1835 y 1855 respectivamente. En los años cincuenta una crisis de subsistencias provoca fuertes altercados en toda España que derivan en una insurrección popular entre el 17 y el 18 de julio de 1854. El marqués de Camposagrado, autor del célebre Manifiesto del Hambre, impulsará una escisión dentro del Moderantismo asturiano que tendrá un papel destacado en la insurrección de 1854 y formará el núcleo de la futura Unión Liberal. Agudizada por la subida de los impuestos la Revolución de 1854 pondrá fin a la Década Moderada dando inicio al Bienio Progresista, breve periodo que será crucial para el desarrollo capitalista de los años siguientes. Camposagrado presidió una Junta Provincial creada expresamente en Asturias para encauzar el levantamiento, pero la iniciativa política correspondió a los Progresistas, que en las elecciones, para las que se había ampliado el censo al 5% de la población, obtuvieron la mayoría de los escaños en liza. Se producirá en estos años una reactivación del debate ideológico y de la lucha política que propiciará el desarrollo de movimientos que exigirán el sufragio universal.
Las políticas desamortizadoras de mediados de siglo supondrán una profunda transformación funcional de los edificios más significativos de la ciudad. A pesar de que en la práctica ninguno de los edificios de los conventos ovetenses llegue a salir a subasta pública, todos excepto el Monasterio de San Pelayo fueron incautados. Paralelamente se producen toda una serie de reformas administrativas que afectan al término municipal, dándole la conformación que tiene actualmente. El Ayuntamiento de Oviedo pierde por completo el control sobre Llanera, que se convierte en un ayuntamiento independiente, llegando a ser un concejo; por el contrario, los antiguos concejos de Tudela y Olloniego y parte de la Ribera de Abajo, perteneciente a Priorio, se incorporan a Oviedo. Ya en 1885 las parroquias de Trubia, Udrión y Pintoria pasan de pertenecer a Grado a ser parte del concejo de Oviedo. En lo tocante a las estructuras agrarias la revolución burguesa eliminó las instituciones feudales como señoríos o diezmos y se liberalizaba la propiedad rural al tiempo que se introducían en la misma formas de signo capitalista. En contraste con otras regiones españolas en Asturias este proceso no generó especiales tensiones por la debilidad del régimen señorial. Un rasgo de la desamortización asturiana fue la conservación de buena parte de los montes comunales por parte de los pueblos, circunstancia que posibilitó el mantenimiento de formas de explotación tradicionales.
Las desamortizaciones de Mendizábal, entre 1836 y 1851, supusieron la conversión de la nueva burguesía urbana, ante el desinterés de la nobleza y la situación precaria de los campesinos, en propietarios de tierra. Por el contrario las desamortizaciones promovidas por Pascual Madoz a partir de 1855 no resultaron atractivas, por el tipo de fincas sacadas a subasta y por las condiciones de pago, para las altas capas burguesas, resultando beneficiados los viejos propietarios y la pequeña y mediana burguesía. En conjunto la desamortización propició la aparición de una burguesía terrateniente, siendo contados los casos en que la propiedad de la tierra pasó a manos de sus cultivadores, situación que se acentuará en las décadas finales del siglo XIX ante el interés de los sectores acomodados por invertir en la compra de tierras. La consecuencia de todo ello fue un endurecimiento de las condiciones de vida de los colonos, a los que perjudicó también el crecimiento demográfico del siglo y la ausencia de instituciones de crédito accesibles a los labradores. La conflictividad social derivada de estas condiciones se vio notablemente atenuada en Asturias como consecuencia de la dispersión del campesinado y del flujo migratorio, que, convertido en fenómeno masivo en Asturias en la segunda mitad del siglo, permitió disminuir la presión demográfica y aportar nuevos recursos a la economía, familiar.
Durante la segunda mitad del siglo XIX la ciudad y el concejo experimentan una serie de transformaciones derivadas de la primera industrialización asturiana, que avanzará irregularmente y con capitales foráneos debido al costo de la industria hullera y de la siderurgia, el sector abrumadoramente predominante de la misma, a partir de la cual Oviedo se convierte en un vial esencial en el transporte de mercancías, gracias a su situación equidistante de las cuencas mineras y del litoral, que favorecerá su desarrollo comercial e industrial. A la Fábrica de Cañones de Trubia se le suman en 1854 la Fábrica de Armas de Oviedo, situada en el solar del antiguo Monasterio de la Vega, y fundiciones como La Amistad y Bertrand abiertas en 1856 y 1860 respectivamente, y la Fábrica de Gas fundada en 1858. En las décadas siguientes se va conformando el cinturón industrial en el entorno ovetense y los centros fabriles de Colloto, Lugones y Cayés, pertenecientes ahora a los municipios de Llanera y Siero. Subsecuentemente las comunicaciones experimentan un sensible desarrollo: poco antes de la década de los cincuenta se abrió el puente sobre el Nalón que permitió el tráfico rodado con Trubia; en los decenios siguientes Oviedo se confirmará como nudo vial al construirse las carreteras este-oeste hacia Santander, Galicia y Cangas del Narcea, y la red ferroviaria asturiana. En 1874 se inauguró la vía Gijón-León que pasaba por Oviedo. En 1883 entra en funcionamiento el ramal Oviedo-Trubia y al año siguiente se abre el paso de Pajares. En 1891 se enlaza Oviedo con el oriente asturiano a través de la vía estrecha y ya en el siglo XX El Vasco permite acceder desde Oviedo a San Estaban de Pravia y al valle del Caudal.
La industrialización incorporó a la población urbana y periurbana, Santa Clara, Foncalada..., nuevos sectores sociales de carácter obrero y nuevos comportamientos y planteamientos políticos. En 1892 se funda la Agrupación Socialista de Oviedo y también por estas fechas, según informa Fermín Canella, se crea la Agrupación Anarquista ovetense y comienzan a editarse los periódicos afines a uno y otro movimiento. Antes que finalice el siglo XIX se fundan las agrupaciones socialistas de Trubia y San Andrés y en 1901 se constituye en Oviedo la Federación Socialista Asturiana.
Durante el último tercio del siglo XIX, tras el fracaso de la Revolución Gloriosa y de la I República se consolidó el poder de bloque social integrado por la alta burguesía industrial y financiera y por los propietarios de la tierra. Este periodo se caracterizará en Asturias por su atonía política hasta la mitad de la década de los ochenta, con un predomino electoral del Partido Conservador, heredero del Partido Moderado, del Unionismo y de los sectores alfonsinos, que durará hasta la implantación del sufragio universal. La Unión Católica encabezada por Alejandro Pidal y Mon, de carácter tradiconalista, se plegará al liberalismo a raíz del cambio de estrategia de la Iglesia impulsado por León XIII, convirtiéndose Pidal y Mon en el principal cacique de Asturias. Por su parte el Partido Progresista era débil en Asturias, mientras que el republicanismo tenía cierto arraigo en Gijón y Oviedo, contando entre sus filas a personajes como Clarín. Este republicanismo tuvo su reflejo en la Universidad de Oviedo en el sector krausista de su profesorado. No será hasta los años noventa cuando la actividad política se reavive, especialmente a partir de la Guerra de Cuba durante la cual la burguesía y los sectores acomodados se movilizarán creando en Oviedo la Junta del Principado y patrocinando el envío de un batallón de voluntarios para defender la españolidad de la isla; este conflicto supuso la difusión de las ideas socialistas y republicanas que criticaron el sistema de reclutamiento que hacía recaer en las clases más humildes el peso de los conflictos bélicos.
siglo XX
La Restauración
Los primeros años del siglo XX trajeron consigo un estancamiento de la industrialización del Concejo de Oviedo, si se exceptúa las instalaciones de Trubia. La economía ovetense se polarizó en torno al sector terciario en el contexto de una región donde predominaba la extracción hullera, que fue afianzándose desde las últimas décadas del siglo pasado al reorientarse hacia el mercado nacional, previa modernización y previa concentración de las pequeñas empresas junto con una entrada masiva de capitales (vascos y catalanes fundamentalmente), en buena medida gracias a una política estatal proteccionista que permitió a Asturias, cuyos carbones son por sus peculiaridades de difícil y costosa extracción, suministrar el 35 % del carbón consumido en toda España entre 1890 y 1913 (entre 1863 y 1890 sólo había aportado el 25%). El proceso de fusión de las pequeñas explotaciones vino acompañado de la aparición de nuevas sociedades empresariales que desarrollaron la minería en la cuenca del Caudal y la adquisición de compañías mineras por parte de industrias siderúrgicas de Langreo y Mieres que, convertidas así en complejos minero-fabriles, tuvieron un decisiva influencia en la vida económica asturiana. Simultáneamente, pero de forma tardía e insuficiente, se concluía la red férrea de la región, quedando finalmente comunicadas las cuencas con Castilla y con los puertos de Gijón y Avilés, que habían sido acondicionados para el tráfico de carbón. Por su parte la siderurgia asturiana, muy deficiente técnicamente y ligada a la minería desde su origen, acaba quedando subordinada a la industria vizcaína en calidad de suministrador de hierros y aceros bastos.
Las favorables condiciones de la minería entre el final del siglo XIX y principios del siglo XX propiciaron una aceleración del ritmo de creación de nuevas industrias que tuvo un decisivo punto de inflexión en 1898, al producirse la repatriación de capitales indianos. La burguesía autóctona adoptó además una postura más decididamente inversora, plasmada en el ámbito comercial, financiero e industrial, con el desarrollo de modernas sociedades anónimas vinculadas a consorcios nacionales para formar de holdings como el Crédito Industrial Gijonés, en detrimento de los tradicionales negocios familiares, y con la puesta en marcha de la banca moderna, en sustitución o muchas veces como evolución de los banqueros comerciantes tradicionales, que realizó importantes inversiones en la industria.
Pero la fragilidad del sector minero asturiano quedó de manifiesto al concluir la Primera Guerra Mundial: si desde 1914 experimentó Asturias un ciclo expansivo gracias al cese de las exportaciones inglesas, cuya demanda en España fue cubierta por la minería asturiana, no se aprovechó la coyuntura para modernizar las instalaciones sino que proliferaron los pequeños chamizos, de tal forma que la reaparición del carbón inglés en 1920 sumió al sector hullero asturiano en una crisis.
En todo caso, durante estos años se consolidaron las relaciones de producción capitalistas, sin que el desarrollo industrial pudiera absorber el flujo migratorio del campo asturiano –que tuvo Méjico, Argentina y Cuba como principales destinos-, pilar importante de la economía regional gracias a las remesas de dinero enviadas por los emigrantes. En esta época los capitales asturianos fueron vinculándose a los grandes grupos comerciales y financieros españoles e internacionales, se incrementó la población (a pesar de la inmigración) y se concentró en las ciudades de la zona central: Oviedo, Avilés, Gijón. Mientras, la producción agrícola se ajusta a las demandas de la economía urbana, disminuyendo los cultivos cerealísticos en favor de la patata y plantas forrajeras y especializándose los concejos del centro de Asturias en la producción ganadera y láctea.
Entre 1887 y 1920 la población asturiana se incrementa en un 29%, alcanzando la región los 743.000 habitantes, mientras que la de las principales ciudades lo hace en un 119%, superando Oviedo y Gijón los 74.000 habitantes. El sistema urbano de la zona central asturiana se define y especializa en este momento correspondiéndole a Oviedo, por su carácter de nudo comunicativo, desempeñar el papel de núcleo administrativo y comercial, observándose nítidamente en este momento una cesura entre el centro comercial, entre Cimadevilla y la calle Uría, y los ensanches y los barrios obreros, a los que se añaden trece colonias de casas baratas entre 1919 y 1936. En contraste con Oviedo, Mieres y Sama-La Felguera se especializan en la actividad minero-siderúrgica, en tanto que Gijón y Avilés funcionaban como puertos redistribuidores al servicio del comercio hullero, desarrollando además, particularmente Gijón, una amplia gama de actividades industriales y de servicios como fábricas de vidrio, tejeras, fundiciones, refinerías... etc.
La implantación de relaciones productivas capitalistas, que no fue plena hasta la política desarrollista del franquismo, comportó profundas transformaciones sociales entre las que destaca el engrosamiento de las clases medias urbanas y de la clase obrera de la región, así como el afianzamiento de la burguesía en sus fracciones industrial y financiera. La burguesía asturiana se define a lo largo del siglo XIX y fundamentalmente en sus últimas décadas, destacando el predominio del capital exterior en la minería y la aportación de los indianos. Con el desarrollo de la burguesía industrial y financiera se resquebrajaba la primacía de la antigua nobleza propietaria, al tiempo que los indianos se asentaban en el campo y en las antiguas mansiones señoriales y edificaban suntuosas viviendas al tiempo que sus sectores más pudientes pugnaban por hacerse con títulos nobiliarios, pugna en la que también intervendrán los financieros e industriales a partir de 1910.
Con respecto a la clase obrera cabe decir que en Oviedo predominó durante bastante tiempo un tipo de trabajador más cercano al artesano que al obrero, mientras, en las cuencas mineras apareció la figura del obrero mixto, que compaginaba el trabajo en la mina o en la fábrica con la huerta y la ganadería, mayoritario hasta la Primera Guerra Mundial. Es en Gijón donde el mayor desarrollo industrial propició la aparición de población obrera en el sentido más estricto, proveniente de la inmigración, densificada y hacinada en ciudadelas sin las más mínimas condiciones higiénicas. Las condiciones de trabajo en la época, tanto en la minería como en la industria, eran deplorables, produciéndose la mayor parte de las defunciones por enfermedades derivadas del trabajo. En estas condiciones los obreros fueron alejándose de los grupos liberales y republicanos, que sin embargo mantuvieron un fuerte ascendiente sobre ellos hasta los primeros años de este siglo en Oviedo y Gijón, acogiéndose a idearios socialistas o anarquistas. Así, en 1900 existían ya doce agrupaciones socialistas repartidas por Asturias y actuaban en Gijón treinta sociedades de resistencia que totalizaban 4.500 afiliados; sin embargo los anarquistas acabarían por relegar a los socialistas en Gijón y en La Felguera. En 1910 aparece el Sindicato Obrero Minero (SOMA) y el movimiento societario de Gijón y la Felguera apoyan la fundación de la CNT.
Como mecanismo defensivo frente a la amenaza socialista y anarquista la Iglesia (aunque con el recelo de su sectores más ultramontanos) trató de promover Círculos Obreros Católicos, que combinan actividades lúdicas con labores asistenciales, en la línea de los planteamientos de León XIII. En las labores de captación ideológica destacaron Maximiliano Arboleya y el Padre Pedro José Gafo.
La segunda década del siglo fue una fase marcada por grandes tensiones en toda España, especialmente durante la crisis de 1917, que tuvieron notable influencia en Oviedo y Asturias. Este periodo se caracteriza por la descomposición del Partido Conservador, la irrupción del Reformismo de Melquíades Álvarez (antiguo aliado de los socialistas) y la influencia creciente de los movimientos obreros que desbordaron por completo los diques que trataron de interponerles en forma de sindicalismo católico.
Con la Primera Guerra Mundial se produjo un recrudecimiento de la conflictividad social y política, fraguándose un pacto de unidad de acción entre la UGT y la CNT que, en el contexto del encarecimiento de las subsistencias, preparaban el movimiento de 1917. Culminado en el verano de 1917, aquel movimiento posibilitó una convergencia coyuntural de los intereses obreros con los de la burguesía republicana frente al ya añejo sistema de la Restauración; pero lo más característico de la crisis en Asturias será la huelga general de agosto, apoyada por socialistas, anarquistas y reformistas, y duramente reprimida por el ejército.
Los sucesos de 1917 se saldaron con el respectivo fracaso de los planes de la oposición burguesa, provocándose notables fragmentaciones en el Partido Reformista (al asustarse parte de su militancia de las consecuencias de la alianza con las organizaciones obreras), y de las propias fuerzas obreras; sin embargo marcaron el inicio de una nueva etapa de clara descomposición del sistema de la Restauración y de fuerte conflictividad social.
Es en este momento cuando aparecen los primeros y exiguos movimientos regionalistas asturianos: La Junta Regionalista (que en realidad ya había surgido en 1916), creada por tradicionalistas y conservadores vinculados a Vázquez de Mella, y la Liga Pro-Asturias impulsada por el conservador Nicolás de las Alas Pumariño. Estas formaciones regionalistas, que en el caso de la primera unía a la vindicación de la autonomía económica de la región la defensa de una identidad sustancialista y a-histórica de Asturias, provenían de la descomposición de los partidos monárquicos tradicionales a consecuencia de la crisis social y del deterioro de la situación económica; fracasaron estrepitosamente por la claridad de su posicionamiento clasista en un contexto en que las organizaciones socialistas y anarquistas estaban plenamente arraigadas entre la clase obrera, mientras que los intereses burgueses tenían su altavoz en el Partido Reformista. Un Partido Reformista que si bien había retrocedido en el conjunto de España por su papel en los sucesos de 1917, lograba afianzar su posición en Asturias y Oviedo, alcanzando en las elecciones de 1922 7 de los 14 diputados que poseía Asturias e integrándose plenamente en el sistema, como pondría de manifiesto su participación en el gobierno de concentración liberal de García Prieto, en vísperas del golpe de Estado de Primo de Rivera.
El “trienio bolchevique”, salpicado por numerosas huelgas, supondrá un apreciable crecimiento para las organizaciones obreras, constituyéndose la Federación Asturiana de la CNT en 1920 con una cifra de militantes de alrededor de 17.500. Hay que subrayar que el anarquismo asturiano se distinguirá por posiciones atípicas como la aliadofilia durante la I Guerra Mundial, las buenas relaciones con el reformismo o la defensa, en el Congreso Confederal de la Comedia en 1919, de un acercamiento a la UGT y el rechazo a la Internacional Comunista; estas peculiaridades no impidieron choques violentos con los socialistas ni la contracción y crisis que siguió a 1920.
También el socialismo saldrá fortalecido de los sucesos del 17, obteniendo su primer diputado a Cortes por Asturias en las elecciones de 1918, ampliando este resultado a dos en las del año siguiente y pasando de 22 concejales en Asturias en 1917 a 46 a en 1920. Paradójicamente la Federación Socialista Asturiana contaba con muy pocos afiliados, basándose propiamente en la fuerza sindical: la UGT contaba entre 1920 y 1921 con 30.000 afiliados, en tanto que el SOMA sobrepasó en 1919 (año en que consiguió la jornada de siete horas para los mineros) los 28.000 afiliados (el 84% de los mineros).
Pero las crisis hullera que siguió a 1920 y la escisión comunista de 1921 debilitaron sensiblemente a los socialistas al revelarse ineficaz la práctica sindical moderada del SOMA, que bajo la dirección de Manuel Llaneza preconizaba moderación y apoyo circunstancial a las reclamaciones proteccionistas de la patronal minera en un contexto de despidos y rebajas salariales, con el consiguiente descrédito. Sin embargo el bisoño Partido Comunista, a pesar de contar con la adhesión de figuras como Isidoro Acevedo o Lázaro García y de haber arrastrado a un sector importante de las bases, consiguiendo arrebatarle temporalmente a Llaneza el control del SOMA, no logró un apoyo social importante. Al recuperar las riendas del sindicato Llaneza fuerza la expulsión de los comunistas que, junto con grupos anarquistas, crearon el pequeño pero combativo Sindicato Único Minero (SUM).
Dictadura de Primo de Rivera
La Dictadura de Primo de Rivera surgió en una situación crítica para el Régimen de la Restauración, cuyos mecanismos caciquiles saltaban definitivamente por los aires ante la magnitud de desastres como el de Annual, con más de 12.000 soldados españoles muertos y que para más INRI salpicaba incluso al Rey, que acendraron aún más la crispación social derivaba de la situación económica y de las protestas obreras. Las capas sociales hegemónicas reaccionaron apoyando una solución de orden que garantizase su posición.
Así, la derecha asturiana, especialmente la monárquica, apoyó con entusiasmo al régimen, nutriendo los cuadros del partido único, Unión Patriótica, presidida por el empresario minero José Sela, en cuya sección asturiana despuntarían nombres como los Revillagigedo o los Canillejas, antiguos caciques, junta a miembros del empresariado como los Figaredo, los Aza o los Rodríguez San Pedro. También la burguesía indiana se adherirá a la Dictadura, consiguiendo gran protagonismo en la política municipal y provincial, y consolidando de esta forma un prestigio social acorde con su estatus económico.
Debe reconocérsele al régimen de Primo de Rivera haber saneado la administración, consiguiendo impulsar, merced a las donaciones de los indianos, importantes obras públicas, y haber dado un notable empuje a los sistemas de asistencia social y a la educación. También con capital indiano, junto con la aportación de los vecinos de las zonas rurales, se construyeron en Asturias a lo largo de los años veinte 1.475 escuelas.
El Directorio trató de potenciar la actividad de los ayuntamientos desde una retórica ideológica regeneracionista que blasonaba una supuesta gestión municipal al margen de filias partidistas. Se promovían a tal efecto campañas en la prensa regional que el caso de Oviedo magnificaron la figura del alcalde, a la sazón el comandante Fernández Ladreda, presentándolo como ejemplo de probidad e independencia ideológica. Curiosamente Fernández Ladreda, impulsor de varias mejores en las infraestructuras oventenses, fue cesado fulminantemente en 1926 al apoyar una protesta del cuerpo de Artillería contra un decreto que regulaba la promoción en los escalafones del arma.
El descenso de los índices de analfabetismo, que pasaron del 47% de 1920 al 34% en 1930, amplió el nicho comercial de las publicaciones escritas y convirtió a los periódicos en un arma política de primer orden. Mientras que La Voz de Asturias, dirigida por José Tartiere, pasó de un apoyo circunstancial a la Dictadura a reclamar la democratización del Régimen, el más sólido apoyo de éste fue el diario Región, fundado en 1923 con importantes aportaciones económicas de miembros de la burguesía regional, que buscaba mitigar la influencia de los pocos rotativos de oposición y especialmente del consolidado diario reformista El Noroeste.
Uno de los aspectos más destacados de la Dictadura de Primo de Rivera fue el activo colaboracionismo del PSOE y la UGT, y en el caso de Asturias del SOMA (Manuel Llaneza fue una de las primeras personalidades políticas en entrevistarse con Primo de Rivera), que a cambio de conservar la integridad de aparato organizativo y de no ver cerrados sus locales actuaron como auténticos frenos de las reivindicaciones obreras, especialmente en Asturias, llamando a la serenidad ante la política de congelación salarial. Subsiguientemente unos meses después de la entrevista de Llaneza con el dictador, el Gobernador Militar Zubillaga suspendía en marzo de 1924 las actividades del Sindicato Único de Obreros Mineros; en contraste con el trato de favor hacia las organizaciones socialistas, los comunistas y sobre todo anarquistas eran hostigados.
Sin que los éxitos de la Dictadura en el ámbito agropecuario dejen de ser discretos, sin lograr el acceso del grueso del campesinado a la propiedad de la tierra o la difusión de maquinaria y nuevas variedades de ganado vacuno, y sin conseguir frenar el flujo migratorio del campo asturiano, sí se detecta una cierta transformación de las estructuras agrícolas asturianas en el sentido de incrementar el predominio de la ganadería, quedando el escaso regadío de la región reducido en un 75 % y llegando a ocupar la provincia de Oviedo el primer puesto de España en producción de leche y derivados (si bien, la transformación de la leche se llevaba a cabo por procedimientos artesanos y apenas representaba un tercio del consumo total).
Los mayores éxitos de la Dictadura se produjeron en el ámbito de las obras públicas, mejorándose la instalaciones portuarias de Candás, Cudillero, Ribadesella y en especial los puertos de San Esteban de Pravia, Avilés y Gijón. No se ampliaron significativamente las carreteras pero sí se repararon las ya existentes, muy deterioradas, en un momento en que los automóviles aumentaban exponencialmente, en un 111% entre 1923 y 1928.
Tal dinamización de las comunicaciones traslucía la intensa actividad de sectores como la construcción, la siderurgia, que seguía siendo sin embargo dependiente de la industria vasca, y la minería que alcanzaba en 1929 los 4,8 millones de toneladas extraídas frente a los 3,8 de 1923.
Pero el alza de la minería no respondió a una mejora estructural sino a nuevas medidas proteccionistas y al descenso de los costes de producción mediante la reducción de los salarios y el incremento de la jornada laboral. Ello da cuenta de las dificultades vinculadas a las mejoras económicas del periodo que fueron además muy escasas en otros sectores de la economía asturiana, reduciéndose el número de sociedades mercantiles creadas hasta 1926 y disminuyendo la inversión de capitales conforme se acercaba la década de los treinta. Estos datos permiten inferir que la crisis nacional que se derivó del fin de la I Guerra Mundial fue más acusada en Asturias.
En esta coyuntura la política colaboracionista del SOMA, apoyando incluso a la Junta Asturiana de Fomento y Defensa de los Intereses Regionales, formada por varios ayuntamientos y diputados y enfocada a la defensa del proteccionismo industrial, y convirtiéndose por tanto en un grupo de presión en defensa de los intereses de la patronal, le grajeó una espectacular pérdida de afiliados, pasando de los 20.000 con que contaba en 1921 a apenas 3.000 en 1930. Paralelamente los comunistas y los anarquistas, objeto de una activa represión agudizada tras el fracaso de la sanjuanada, se afianzaban; los comunistas, a pesar de sus enfrentamientos internos derivados de la presencia de una fracción troskista que daría lugar al grupo Bolcheviques del Nalón, lograron alcanzar los 9.000 afiliados al Sindicato Único Minero en 1931.
A principios de 1930, momento en que empezaban a sentirse en España los efectos de la crisis del 29, la Dictadura ya no contaba con ningún apoyo real en Asturias. El sector más radical del Partido Reformista, liderado por José Manuel Pedregal manifestaba explícitamente su rechazo al tiempo que Antonio L. Oliveros, director del Noroeste, convertía la redacción de su diario en un foco conspirativo. La posición de Melquíades Álvarez fue sin embargo muy ambigua: tras el fracaso del intento de Golpe de Estado de 1926, cuyo manifiesto había redactado, cayó en un periodo de inactividad de la que salió para convertirse en uno de los escasos defensores de Alfonso XIII, posición que trocaría en rechazo en un momento, en vísperas de la proclamación de la República, en que la monarquía ya había perdido toda credibilidad.
También los sectores monárquicos como el liderado por Sánchez Guerra, quien fue agasajado por los obreros armeros de la Fábrica de Armas de Oviedo durante un viaje que hizo en 1927, se volvieron contra la Dictadura, defendiendo El Carbayón, dirigido por Ignacio Herrero, la necesidad de retomar el marco constitucional.
En agosto de 1929 la dirección nacional del PSOE decide la ruptura con el régimen que en Asturias se consuma al enfermar Llaneza y tomar las riendas del SOMA González Peña.
Tras la dimisión de Primo de Rivera y su posterior exilio los exiguos gobiernos de Berenguer y Aznar trataron vanamente de recomponer los apoyos políticos de la monarquía. Se producía simultáneamente una paulatina radicalización del movimiento obrero que permitió al SOMA recuperar parte de su antigua afiliación, en un momento de cierta bonanza para la minería que justificaba el endurecimiento de sus exigencias. La CNT fue legalizada en abril de 1930 y junto con el PCE espoleó la conflictividad laboral logrando el Sindicato Único movilizar a 14.000 mineros contra las directrices del SOMA en noviembre del mismo año. La agitación social alcanzará su punto máximo con la huelga general en apoyo a los capitanes Galán y García Hernández, que tuvo especial eco en Asturias.
La II República
Los sectores patronales asturianos acogieron con cautela el advenimiento de la República, en tanto que los grupos tradicionalistas, especialmente clericales, mostraton una notable inquietud, en contraste con la recomendación de acatar el nuevo orden político y resignarse de Maximiliano Arboleya. Por su parte las distintas facciones del movimiento obrero se manifestaron en primera instancia exultantes, prodigándose en grandes movilizaciones y multitudinarias romerías campestres, a pesar del tradicional boicot de los anarquistas, con motivo del 1 de Mayo. Sin embargo las tensiones entre las clases obreras y un Régimen que acabó por defraudar sus expectativas y fracasó en el intento de resolver los problemas económicos y sociales del país no tardaron en manifestarse en Asturias: a finales de mayo la Guardia Civil reprime una huelga de pescadores en San Sebastián resultando muertos seis trabajadores, convocando la sección asturiana de la CNT y el SUM una huelga general en repulsa que fue apreciablemente secundada pese al rechazo de la UGT que llamaba a la disciplina para garantizar la República. La contraposición entre socialistas, con el PSOE entonces en el gobierno, y comunistas y anarquistas se manifestó violentamente en repetidas ocasiones, especialmente a raíz de la convocatoria de sendas huelgas en las cuencas, en junio, y en Gijón, en diciembre, estallando en forma de disturbios las diferencias sindicales.
La situación económica de la región era entonces mala, no sólo por la coyuntura internacional, marcada por la crisis del 29 y por el deterioro económico de América Latina, que afectó al flujo de capital enviado por los emigrantes y revirtió el tradicional flujo migratorio al regresar muchos a sus lugares de origen (en realidad ya desde 1925 había decrecido la corriente migratoria, pasándose de más de 6.000 salidas a menos de 2.000), sino también por problemas internos. En 1930 había quedado paralizado el plan de obras públicas de la Dictadura, resintiéndose especialmente la siderurgia asturiana (se pasa de una producción de 104.000 Tm de hierro y 138.000 de acero en 1930 a 49.000 Tm de hierro y 60.000 de acero en 1933) y la minería, que tenía en la siderurgia su principal demanda y que se ve perjudicada también por la introducción del petróleo y la fuerza hidroeléctrica ya durante el periodo de Primo de Rivera. Paralelamente aquejaban a la industria extractiva y siderúrgica asturianas deficiencias tecnológicas no subsanadas. En estas circunstancias las notabilísimas mejoras laborales introducidas desde el Ministerio de Trabajo, en manos de Francisco Largo Caballero –tales como la reintroducción de la jornada de siete horas, incrementos salariales o vacaciones pagadas-, supusieron un peligroso incremento de los costos de producción.
A decir verdad, la política económica del Gobierno del Bienio Reformista con respecto a la minería fue un calco de las medidas proteccionistas ya ensayadas -la obligatoriedad del consumo de carbones nacionales, exenciones fiscales y ayudas a la producción…- que en esta ocasión fueron insuficientes para contener la crisis, cayendo la extracción de hulla a unos 3,8 millones de Tm en 1933 frente a los cerca de 4,8 millones que se extraían en los cuatro años anteriores.
Las fuerzas políticas de derecha actuaron de forma muy descoordinada en los inicios de la República, evidenciándose la ineficiencia de los tradicionales métodos caciquiles a los que aún se aferraban en los resultados a las elecciones a Cortes Constituyentes, donde de los 16 diputados por Asturias sólo consiguieron 4; este descalabro se reproduce en las elecciones municipales. La situación cambiaría con la aparición de la sección asturiana de Acción Popular, formación promovida por Herrera Oria y Gil Robles que contó con el beneplácito de importantes sectores de la burguesía industrial y financiera y con el apoyo decidido de la Iglesia, caracterizada por su solidez interna y por haber logrado aglutinar desde grupos tradicionalistas hasta monárquicos alfonsinos, pasando por republicanos católicos, en torno a la figura de ; a diferencia de lo ocurrido con las agrupaciones de Acción Popular del resto de España, en el caso asturiano las posiciones accidentalistas propugnadas por Gil Robles no suscitaron el rechazo de las facciones monárquicas. La derecha logró a partir de entonces importantes avances electorales fruto de haber arrumbado las estrategias del caciquismo poniendo en primer plano la Acción Católica, organizando secciones femeninas para capitalizar el voto de las mujeres, muy determinado por los consejos de los confesores, que se incorporan en 1933 al censo electoral, e intensificando su propaganda especialmente en las zonas rurales. En este último aspecto la derecha trató de monopolizar las manifestaciones contra un tratado comercial con Uruguay en agosto de 1933, que suponía la compra a bajo precio de carnes y lácteos del aquel país en detrimento de los productos asturianos, sin poder desplazar a los sindicatos agrarios republicanos y socialistas en la organización de la movilización, que finalmente congregó a más de 20.000 personas en Oviedo.
La derecha contó con el apoyo de la prensa regional –El Carbayón, El Comercio, La Voz de Asturias, La Prensa y el ovetense Región- a excepción de El Noroeste, rotativo gijonés controlado por los reformistas, y Avance, diario socialista aparecido en 1931 que iba afianzando paulatinamente su influencia entre los obreros asturianos.
Al incremento de la influencia política de Acción Popular en Asturias coadyuvaría el giro derechista de amplios sectores de la burguesía regional y en concreto los representados por el Partido Republicano Liberal-Demócrata, en el que se agrupaban los restos del desprestigiado Reformismo bajo la dirección de Melquíades Álvarez, que llegaría a presentarse en coalición con Acción Popular a las elecciones a Cortes de 1933.
En este periodo el movimiento obrero experimenta notables transformaciones cuya nota más característica quizás fuera el viraje del socialismo asturiano desde las posiciones netamente socialdemócratas de la época de Llaneza y de los primeros momentos de la República hacia posturas revolucionarias, cercanas a las de los comunistas, conforme crece el desencanto con el régimen republicano y especialmente con la victoria electoral de la CEDA en 1933, que culminan en Octubre del 34.
A principios de los años 30 la clase obrera representaba el grupo más destacado dentro de la población asturiana, ocupándose el 42% de la población activa de la región en el sector secundario y alcanzando durante el periodo republicano su madurez organizativa y una cierta independencia ideológica. En efecto, en la década de los 30 las tradicionales formas de difusión ideológica, los púlpitos o las organizaciones religiosas, se mantienen en las zonas rurales pero son desplazadas en las comarcas centrales de la región, en las que se agrupa la mayor parte de la clase obrera, por los Ateneos, Casinos o centros obreros que proliferaban desde principios de siglo y que con la llegada de la República cobrarían renovado impulso a través de la organización de conferencias, lecturas públicas, debates… En 1936 Asturias era la región española con mayor número de bibliotecas populares, dependientes de aquellos centros obreros.
En contraste con la Dictadura, en la que las infraestructuras escolares se desarrollaron, notablemente sin duda, merced entre otras cosas a las donaciones de los indianos, durante el primer gobierno de la República la política educativa continúa la labor de instrucción de las clases populares, logrando notables avances en este campo, contribuyendo a debilitar decisivamente su dependencia de la Iglesia. La progresiva alfabetización de la población, que continuaba una tendencia iniciada ya a principios de siglo y que supuso durante la República la construcción de 884 escuelas en la región, vino acompañada de un esfuerzo por difundir el arte y la literatura a través de las Misiones Pedagógicas, que actuaron sobre numerosos pueblos del occidente asturiano, y de un grado creciente de politización en los Ateneos, a cuyas bibliotecas se incorporaban abundantemente las obras de Marx y Lenin.
Desde los inicios de la República el SOMA va recuperando progresivamente su influencia y sus mejores niveles de afiliación, al tiempo que radicaliza sus posturas, quedando relegado el SUM, que además había roto relaciones con la CNT, a pequeños feudos como Turón en un momento en que el PCE atravesaba una situación de crisis interna. La radicalización del SOMA es patente sobre todo a partir de 1933, año en que las huelgas ocasionan pérdidas de cinco millones y medio de pesetas frente a los tres millones de pesetas de 1930. Asturias se convierte en 1933 en la región más conflictiva de España; en ese año la agudización de los efectos de la crisis económica se traducen en cierres de explotaciones, reducciones de plantillas… y en un recorte creciente de las conquistas sociales que determina un proceso de afiliación masiva de la población trabajadora asturiana: en vísperas de la Revolución del 34, con una población obrera de 100.000 trabajadores, el porcentaje de afiliación superaba el 70 %, correspondiendo un 60 % de las adscripciones a la UGT, más de un 30 % a la CNT y el resto a la CGTU (en las estaban los restos del SUM).
La coalición formada por Acción Popular y el Partido Liberal- Demócrata alcanza la victoria en las elecciones a Cortes de 1933, consiguiendo en Asturias hacerse con 13 de los 17 diputados en liza. La CEDA desplegó un importante aparato propagandístico en el que no faltaron guiños, por parte de Fernández Ladreda en el caso asturiano, a los regímenes alemán e italiano.
Los recelos ante la CEDA, que no participó inicialmente en el gobierno de la Nación a pesar de haber ganado las elecciones, y el desengaño de la participación socialista en el gobierno republicano del primer bienio incrementaron la radicalización de los obreros de la región hasta el punto de posibilitar una alianza de las diversas organizaciones sindicales que formaron la UHP (Unión de Hermanos Proletarios), apartando por el momento sus diferencias. En marzo de 1934 se establece el pacto de la Alianza Obrera entre los efectivos regionales de la CNT, transgrediendo los acuerdos nacionales de los anarquistas, las fuerzas socialistas de PSOE-UGT, los reducidos efectivos del Bloque Obrero y Campesino y de la Izquierda Comunista y finalmente, tras titubeos iniciales, el PCE.
La entrada de Gil Robles en el gobierno presidido por Lerroux, que había ido liquidando la legislación laboral de Largo Caballero imponiendo una situación especialmente penosa a los jonaleros -revirtiendo las ya de por sí raquíticas mejoras de la reforma agraria y concediendo a los propietarios libertad de despido- desencadenó en toda España una huelga general revolucionaria, más intimidatoria que efectiva excepto en Cataluña y en Asturias donde se transformó en un movimiento insurreccional que se extendió entre el 5 y el 18 de octubre. La Revolución del 34 estalló en un momento en que comenzaban a apreciarse los primeros síntomas de recuperación económica, con lo que si bien es incuestionable que el descontento fue alimentado por la crisis, los sucesos de octubre no pueden desconectarse de los modelos de racionalización social de las generaciones de izquierda anarquista, comunista y socialdemócrata y de un contexto internacional marcado por la Italia fascista, a la que Gil Robles y otros dirigentes de la CEDA hacían constantes guiños (sin que reconocer esto haya de ser óbice para diferenciar claramente las posiciones de la derecha española de las del fascismo), por la llegada al poder de Hitler y por la suspensión del régimen parlamentario austriaco por parte de Dollfuss.
El estallido revolucionario fue organizado de forma meticulosa. Se constituyeron comités de Alianza Obrera donde se daba representación a anarquistas y comunistas incluso en localidades en las que su presencia era testimonial, constituyendo el grueso de los insurgentes obreros vinculados al PSOE y especialmente sus juventudes, que desde meses antes recibían instrucción militar en las zonas montañosas de la región. Los distintos comités fueron armándose en los meses anteriores por diversos procedimientos, muy accidentados como el célebre caso del alijo del vapor Turquesa, finalmente capturado por la Guardia Civil.
Los primeros momentos de la insurrección estuvieron marcados por la iniciativa de los revolucionarios de las cuencas mineras que, tras tomar los cuarteles de la Guardia Civil de sus respectivas localidades, se aprestaron al asalto de Oviedo, donde sus filas fueron engrosadas por los obreros ovetenses. Las primeras en penetrar en la capital fueron las milicias de la cuenca del Caudal el día 6, que habían avanzado por la carretera vieja de Mieres reclutando adeptos en el núcleo obrero de Olloniego –donde cuartel de la Guardia Civil fue rendido el día 5- protagonizando un duro choque con las fuerzas gubernamentales en la Manzaneda. Los revolucionarios se hicieron rápidamente con la capital, ante la inoperancia del ejército, consiguiendo controlar el ayuntamiento y otros enclaves estratégicos. Paulatinamente otras columnas obreras que habían quedado rezagadas avanzaban hacia la capital, participando en el traslado de cañones desde la Fábrica de Trubia, explosivos procedentes de La Manjoya etc. Las tropas gubernamentales quedaron aisladas en los cuarteles de Santa Clara y Pelayo (El Milán), mientras que las organizaciones obreras controlaban toda la ciudad procediendo a establecer una suerte de orden revolucionario.
Frente a la propaganda de la prensa derechista, que presenta unas hordas borrachas entregadas a una orgía destructiva, la realidad es que la insurrección se desarrolló con una notable disciplina. Las organizaciones obreras crearon diversos comités encargados de la “Información Revolucionaria”, “Transportes”, “Orden Público” o “Sanidad”, y dispusieron medidas como la supresión de la moneda, sustituida un sistema de vales y la reconversión de algunas industrias regionales que pasaron a fabricar camiones blindados y bombas de diversos tipos.
Pero la poca trascendencia de la insurrección en el resto de España, que en realidad fue planteada por la dirección nacional del PSOE como un golpe de efecto para obligar a Alcalá-Zamora a reconsiderar la incorporación de Gil-Robles al ejecutivo, mientras que la actitud de la CNT era ambigua y los jornaleros estaban desmoralizados tras la ineficacia de la durísima huelga del campo de junio de ese mismo año, dejó a los insurgentes asturianos completamente aislados. Controlada la situación en el resto del Estado pudo el gobierno volcar en Asturias todos sus efectivos militares, entre ellos las tropas de Regulares y la Legión Extranjera, encargándose el general Franco de la dirección de las operaciones desde Madrid. Así, el día 11 una columna militar proveniente de Galicia y dirigida por el general López Ochoa consigue enlazar con las tropas del cuartel de Pelayo, prolongándose los combates durante una semana y finalizando la experiencia revolucionaria con una rendición pactada, cuyos términos fueron incumplidos, entre López-Ochoa y Belarmino Tomás, al comprender los insurgentes que sus posibilidades de éxito eran nulas.
Con la derrota del movimiento dio comienzo una dura represión, llegándose a finales de 1934 a los 18.000 encarcelados y siendo abundantes los casos de tortura y los suicidios en la cárcel, que vino preludiada por la suspensión de múltiples publicaciones de las izquierdas y la aplicación de una férrea censura. Desde diversos sectores se reclamó, y en buena medida su reclamación fue atendida, un castigo ejemplar para los insurgentes, destacando en este sentido las intervenciones parlamentarias de Calvo Sotelo y Melquíades Álvarez, quien evocando la figura de Thiers exigió numerosos fusilamientos.
La revolución dejó en conjunto 1.100 bajas, de las que 43, entre las que se incluyen 33 religiosos, se produjeron fuera de los combates a manos de incontrolados. Los daños en el caserío y en las infraestructuras de Oviedo fueron enormes, al no lograr los insurrectos controlarla en su totalidad, sucediéndose enfrentamientos de especial dureza. Edificios representativos quedaron arrasados: el día 11 los insurgentes se vieron obligados a volar la Cámara Santa al haber emplazado allí los militares, que se habían hecho fuertes en la Catedral, una ametralladora; el mismo día un incendio aún no aclarado destruía la biblioteca de la Universidad de Oviedo y la mayor parte del edificio histórico; también pasto de las llamas fueron la Audiencia, situada en el Palacio de Camposagrado, el Palacio Episcopal y el Teatro Campoamor, en este caso ocasionadas por las tropas gubernamentales. Menos llamativas, pero también importantes, fueron las destrucciones de otro centenar de edificios de la ciudad y las pérdidas ocasionadas por los saqueos e incautaciones. Sofocada la insurrección, la regularización de los abastecimientos a Oviedo precisó arbitrar créditos, indemnizaciones y moratorias, viéndose obligado el Consejo de Ministros a crear una Junta de Socorro para administrar los auxilios asistenciales y económicos, reforzados posteriormente con créditos de hasta 70 millones de pesetas.
La Revolución de Octubre amplificó las tensiones sociales de la sociedad asturiana, volcándose las izquierdas en la lucha por la amnistía y centrando en ella la campaña electoral para las elecciones de febrero de 1936. La represión y la clandestinidad impuestas a las organizaciones obreras favorecieron la cohesión entre socialistas y comunistas, especialmente entre sus respectivas juventudes que acabaron fusionándose en unas Juventudes Socialistas Unificadas. En esos momentos además la III Internacional, a través de las resoluciones del VIII Congreso, cambia su posición de confrontación con los socialdemócratas y con los partidos de la izquierda liberal y propone la formación de alianzas entre las izquierdas para frenar a la Alemania Nazi y al Fascismo. Se crea así en España una coalición de Repúblicanos de Izquierdas, Socialistas, Comunistas, sectores de la burguesía catalana vinculados a Esquerra e incluso algunos grupos de la CNT ante la perspectiva de lograr la amnistía para los presos políticos.
El Frente Popular consigue una holgada, aunque en ningún caso aplastante victoria en las elecciones de 1936, logrando en Asturias 13 de los 17 escaños en liza. Los porcentajes electorales, 53 % de los sufragios para el Frente Popular y 47 % para la coalición de derechas, revelan una profunda escisión social en la que los grados intermedios de intención de voto, a través de los llamados partidos de centro, habían desaparecido.
La derrota electoral no anuló en absoluto la capacidad de maniobra de la derecha volcándose a partir de ese momento importantes sectores de la misma en Asturias, con el apoyo del ejército y la Iglesia, en actividades conspirativas. Por su parte muchos de los comités del Frente Popular no se habían disuelto, dándose en la región una suerte de prolongación de los sucesos de Octubre del 34 que no se comparecía con la existencia de unas instituciones legales consolidadas. Finalmente el alto grado de tensión entre los diversos grupos sociales estalla en forma de insurrección militar el 18 de julio de 1936, iniciándose la Guerra Civil al día siguiente.
La Guerra Civil
La contienda civil se caracterizó en Asturias por quedar aislados los insurrectos desde los inicios del alzamiento en dos únicos focos: Gijón, donde la guarnición del Cuartel de Simancas se rebeló siendo reducida tras un mes de resistencia a pesar de contar con abundante armamento y una posición estratégica; y Oviedo. El ambiguo comportamiento del general Antonio Aranda Mata, al frente de las guarniciones del capital, desconcertó a la mayoría republicana ovetense y le permitió acogotarla con facilidad. El día 20 de julio el mando ovetense declara finalmente el estado de guerra, ocupa las posiciones estratégicas en la periferia de la ciudad y comienza una todavía dosificada represión (en este momento es detenido por ejemplo Leopoldo Alas Argüelles, rector de la Universidad de Oviedo e hijo de “Clarín”, que sería fusilado meses después). La ciudad de Oviedo quedó convertida en una isla rebelde en el mar leal de Asturias, del que formaba parte el resto del concejo de Oviedo. Los combates alcanzaron varias veces los barrios de la misma ciudad, siendo crítica la situación de los sublevados a mediados de octubre; pero el día 17 las columnas rebeldes, que avanzaron desde Grado hasta el centro de Asturias lograron romper el cerco republicano por El Escamplero y crear un estrecho pasillo por el que abastecer a la ciudad. No cejó sin embargo el asedio de los gubernamentales, convirtiéndose finalmente en gran ofensiva en febrero y marzo de 1937. A pesar de que la ciudad fue bombardeada desde tierra y aire no consiguieron los republicanos rendirla; unas tropas republicanas que fueron debilitándose paulatinamente hasta que en octubre de 1937, en el marco de las operaciones del frente Norte que permitieron a Franco desplazar a la región 100.000 efectivos con el apoyo de 100 aviones (entre los que estaba la Legión Cóndor) al haber caído Bilbao -19 de junio- y Santander -26 de agosto-, se desmoronaron en bloque. El cerco a Oviedo duró quince meses, convirtiéndose la ciudad en un símbolo de la propaganda franquista y siendo incluida en el programa de reconstrucción de regiones devastadas (lo que daría origen al plan Gamazo de urbanización) al quedar destruidos barrios enteros como el de San Lázaro y afectados numerosos edificios.
El Franquismo
El rápido avance las tropas franquistas ocasionó gran mortandad en el frente y en la retaguardia situándose Asturias entre las regiones más afectadas por las bajas durante la guerra, a las que hubo que añadir la dura represión que siguió a la misma para la que se habilitaron campos de concentración en Oviedo, Gijón, Avilés, o Campo Caso.
La posguerra supuso dificultades de todo tipo mediatizando la actividad económica, política y social hasta los años cuarenta. Durante la Guerra se habían producido destrucciones del equipamiento industrial, sin embargo no fueron especialmente significativas en Asturias al localizarse las zonas más conflictivas del frente en Oviedo; la mayor parte de los problemas para la industria regional provinieron de la dificultad de intercambios con el exterior.
Las destrucciones bélicas en la ciudad de Oviedo tardaron años en repararse, asimismo la reactivación de las actividades comerciales requirió la prolongación de pagos y moratorias y exenciones fiscales hasta 1941. El sistema de comunicaciones salió también muy dañado, sobreañadiéndose al estado calamitoso de la red viaria la falta de carburantes que hubo de ser suplida con los gasógenos (cuya potencia de tracción es muy inferior a la de la gasolina). Esta circunstancia revalorizó el ferrocarril que también sufría por su parte la escasez y la obsolescencia de los materiales y que únicamente estaba electrificado el tramo de Lena a Busdongo.
Las dificultades de la posguerra junto a la inflexibilidad de los mecanismos autárquicos explican a su vez la carestía y el enrarecimiento del mercado de subsistencias, que empresas como Hullera Española vinculaban en 1941 a los descensos de productividad de la empresa por la debilidad endémica de los trabajadores. Por su parte la propia Organización Sindical Franquista reconocía en 1945 que los niveles retributivos de los asalariados, exceptuando el comparativamente privilegiado estrato de los picadores, eran inferiores en un 22 % a un nivel de vida decoroso.
De forma paradójica la planificación autárquica, responsable de múltiples desajustes en la oferta de ciertas ramas productivas, supuso el impulso de otros sectores económicos como la minería. La reducción de las importaciones de combustibles y la ausencia de vías férreas electrificadas hicieron del carbón prácticamente la única fuente energética disponible en España. Se procuró además atraer mano de obra al sector mediante ventajas sociales como los economatos, la exención del servicio militar, la concesión de viviendas a bajo precio o las primas a la sobreproducción. Sin embargo, pese a la idea de los mineros como el colectivo asalariado más boyante de la época, los obreros de la siderurgia, de la cerámica o de la construcción gozaban de mejores salarios. Además en la minería, si bien siguió oficialmente vigente la jornada de siete horas, durante las dos primeras décadas del franquismo se prolongaba mediante diversos subterfugios hasta las diez o incluso doce y se suprimió durante años el descanso dominical; consecuencia de ello fueron los altos índices de siniestralidad durante aquellos años. Como ya había ocurrido con de Primo de Rivera, la rentabilidad de las explotaciones mineras provenía de la reducción de costes de producción y del proteccionismo económico, mientras que tecnológicamente, por la dificultad de las importaciones en aquel momento, se disponía de un material obsoleto y deficiente teniendo que suplirse la falta de máquinas tractoras en el interior de los pozos con mulas.
También la siderurgia se vio beneficiada por la autarquía en una coyuntura además muy favorable derivada de la “no beligerancia” española en la II Guerra Mundial. Así, mientras que en 1940 la producción del lingote de hierro se situaba en las 122.000 Tm y la del acero en 131.000 Tm, en 1960 pasaban a las 1.100.000 Tm y 686.000 Tm respectivamente. Sin embargo el crecimiento fue poco ostensible hasta final de los cincuenta al enfrentarse la siderurgia regional a la escasa capacidad de financiación de los grupos empresariales y a las deficiencias técnicas. Se hizo imprescindible por tanto la intervención estatal a través de la inyección de capitales y la creación de la ENSIDESA, cuya puesta en funcionamiento en 1957 marcó un punto de inflexión en la evolución nacional del sector y reobró positivamente sobre otros campos dinamizándose por ejemplo la construcción.
En los 50 empezaban a superarse los problemas para las importaciones y los desequilibrios en la economía y se recuperaba el tradicional comercio con Hispano-América que benefició particularmente a las industrias alimentarias.
Asturias se convirtió en polo de atracción migratoria para el resto de España incrementándose la población regional y creciendo espectacularmente los núcleos urbanos de Gijón, Avilés y Oviedo. No dejaba sin embargo de superponerse esta tendencia inmigratoria a la tradicional emigración a América, que ahora se daba a un nivel mucho menor y era sobradamente compensada con la afluencia de población foránea.
El campo experimentó durante el franquismo importantes transformaciones productivas, consolidadas plenamente a partir de los 60 y en consonancia con el definitivo desarrollo industrial de España que impulsó el régimen. Ya desde los años cuarenta la Diputación Provincial trató de mejorar la cabaña ganadera y de introducir nuevos cultivos más rentables. Se reanudó también la política de repoblación forestal trazada por la República pero recurriéndose a especies de rápido crecimiento como los eucaliptos (que generan una acidificación del suelo reduciendo su productividad) y eliminando buena parte de los montes y pastos comunales, lo que generó la reticencia del campesinado en forma de incendios provocados y ocasionales y violentos enfrentamientos con la Guardia Civil.
En cualquier caso el desarrollo urbano regional y el proceso industrializador del todo el país determinaron un incremento de la demanda de carnes y productos lácteos que rompieron el tradicional equilibrio agropecuario asturiano a favor de la ganadería. La tradicional casería dejó paso a una ganadería intensiva que proporcionaba su materia prima a las industrias lácteas y cárnicas –en los años 70 el 75 % de los productos lácteos se fabricaban industrialmente frente al 11 % de principios de los 50-. La venta de los productos ganaderos aumentó el poder adquisitivo de los campesinos permitiéndoles por fin, en conjunción con la Ley de Arrendamientos Rústicos –claramente favorable al campesinado asturiano pero concebida en realidad para propiciar el trasvase de capitales del campo a otros sectores- ir accediendo progresivamente a la propiedad de la tierra.
No debe perderse de vista que el indiscutible desarrollo económico que experimentó Asturias durante las primeras décadas del franquismo se produjo en el contexto de una acentuada e igualmente indiscutible represión laboral y social. Al no satisfacer la prohibición de los sindicatos de clase y el encuadramiento obligatorio en la Organización Sindical las expectativas de control del movimiento obrero de la Dictadura se incrementaron las redes de delatores en los centros de trabajo, los confidentes. Paralelamente las guerrillas relanzaron su actividad durante la segunda mitad de la década de los cuarenta, ante lo que el Régimen aumentó las guarniciones de la Guardia Civil en las proximidades de los centro extractivos o en los poblados mineros. Precisamente en esta zona tuvo lugar la tristemente célebre matanza del Pozu Funeres, donde fueron asesinados veintidós mineros a los que se arrojó agonizantes a la bocamina rematándolos después con dinamita y gasolina ardiendo.
A medida que las expectativas de victoria de las potencias del Eje en la II Guerra Mundial se esfumaban estas modalidades de represión indiscriminada dejaron paso a mecanismos más selectivos. Además las necesidades de mano de obra especializada, sobre todo en las cuencas mineras, obligaron a recurrir a la población encarcelada creándose Colonias Penitenciarias que combinaban régimen carcelario atenuado con trabajo en los centros de extracción minera en condiciones especialmente duras.
A pesar del férreo control sobre la producción literaria, filosófica o histórico política desde finales de los cuarenta comenzarían a proliferar en Oviedo tertulias vinculadas a cafés como el Peñalva o el Rialto o a librerías como la Cervantes, a las que concurrían personajes de diversos sectores profesionales entre los que figuraban profesores de universidad y falangistas aperturistas, donde se discutían cuestiones políticas y sociales y se comentaban y distribuían abiertamente libros prohibidos por la censura. Aparecían en aquellos años grupos de oposición monárquicos constitucionalistas como el Círculo Jaime Balmes y dentro de la Iglesia ovetense se formaban sectores afines al apostolado obrero cristalizadas en las Hermandades Obreras de Acción Católica (HOAC) y en las Juventudes Obreras de Acción Católica (JOAC), toleradas por el Régimen por su escasa entidad y por su contraposición a las organizaciones obreras de tipo comunista o socialista.
En realidad la única amenaza seria para el franquismo eran los restos de los sindicatos y movimientos obreros cuya modalidad de oposición en los primeros años del franquismo gravitaría en torno a la actividad guerrillera, que alcanzarán su máximo apogeo entre los años 1946 y 1949. El inicio de la Guerra Fría supuso un cambio en las relaciones internacionales del franquismo que anuló definitivamente la posibilidad de instaurar un nuevo orden republicano conduciendo a una fractura de las fuerzas de oposición. En tales circunstancias las partidas socialistas dirigidas por Mata abandonan Asturias por mar mientras que Stalin aconseja a Santiago Carrillo abandonar la lucha armada centrándose en el aprovechamiento de las posibilidades legales del sindicalismo franquista; no obstante permanecerían activas algunas partidas hasta entrados los cincuenta. La actividad política de la oposición obrera comenzaría entonces a discurrir por otros cauces como las grandes movilizaciones de los años 60, aunque en realidad éstas tenían mucho más que ver con reivindicaciones mínimas (agua para asearse, calzado de trabajo, reducción de la jornada) que además estaban recogidas, aunque incumplidas, en la propia legislación laboral del Régimen. El Partido Comunista, aislado por las restantes fuerzas de oposición en el exilio, consiguió articularse con obreros asturianos gracias al entrismo en el sindicato vertical., aprovechándose además de algunas modificaciones electorales en el mismo que favorecieron la consecución de demandas laborales. Es preciso decir que estas modificaciones fueron consecuencia de la manifiesta incapacidad del mecanismo sindical franquista durante los primeros años para solventar los conflictos obrero-patronal que trató de ser reconducida mediante unas mínimas garantías en los procesos electorales por parte del equipo de Solís Ruiz.
Frente a la implantación de los comunistas durante aquellos años los grupos anarco-sindicalistas, duramente golpeados por la represión durante la segunda mitad de los cuarenta, no lograron superar sus divisiones internas. Por su parte el PSOE languidecía en la inactividad al carecer de políticas viables para el interior del país, subordinando todo su escaso aparato clandestino a las negociaciones con otras fuerzas y estados desde el exilio y negándose por sistema a participar en las elecciones sindicales, con lo que se aisló definitivamente del movimiento obrero.
Los planes de desarrollo y estabilización de finales de los cincuenta traerán consigo la decadencia de la minería de la hulla al abandonarse las políticas proteccionistas y producirse la electrificación masiva del tendido ferroviario, junto con los intentos de optimizar los rendimientos en la siderurgia que obligaron a la importación de carbones de mejor calidad provenientes de Estados Unidos o Polonia. No obstante el sector extractivo asturiano pudo recuperar algo de su cuota de mercado, aunque no en grado suficiente para evitar una contracción significativa de la demanda, con el auge de las centrales térmicas: así, si en 1960 la extracción hullera superaba los ocho millones de toneladas en 1975 apenas llegaba a los 4,5. La administración intentó sanear el sector por diversos procedimientos hasta que finalmente el INI procedió a la creación de HUNOSA en 1967 que concertaría en tres años a la práctica totalidad de las empresas hulleras asturianas en condiciones ventajosas para sus antiguos dueños. Sin embargo el agrupamiento de empresas no resultó tampoco eficaz, de hecho el INI, que ya poseía el 70% del capital de HUNOSA, hubo de hacerse en 1970 con la totalidad de las acciones, traspasándose al estado un sector deficitario que en 1976 acumulaba 30.000 millones de pesetas en pérdidas. La crisis hullera trajo consigo un descenso de la demanda de mano de obra en sus industrias pasando de los 46.000 puestos de trabajo en 1960 a los 29.000 en 1974 con el consiguiente decrecimiento de la población en zonas como Mieres y Langreo. La reconversión siderúrgica consumaría años después el desguace industrial de esas comarcas. El para generado por la crisis de la minería fue absorbido momentáneamente por el auge de la construcción en los años setenta y sobre todo por el de la siderurgia, sector encabezado por Asturias en 1974 gracias a las cuantiosas inversiones realizadas en esa rama productiva. Desde la apertura del primer alto horno de ENSIDESA en 1957 forzó la fusión de las viejas factorías de La Felguera y Mieres en UNINSA, con la que ENSIDESA se fusionaría en 1973 dando lugar a un nuevo tipo de factoría ubicado en las proximidades del Gijón, principal puerto granelero de España, y surtida con productos de gran calidad y más baratos que los nacionales procedentes del Tercer Mundo, frente a las tradicionales factorías ubicadas a bocamina de las explotaciones.
Asturias, ello será central para comprender la conformación y evolución urbana de Oviedo, se organizó a lo largo del siglo XX en torno a dos subsectores –minero y siderúrgico- con un enorme peso de la empresa pública, con unos productos lanzados al mercado a precios políticos para financiar al resto de la industria del país, y orientada hacia la exportación extrarregional al no disponer de industrias transformadores importantes.
Desde 1967 la siderurgia será incapaz de absorber el paro generado en la minería desaprovechándose además las posibilidades de diversificación productiva o la instalación de industrias transformadoras metálicas. La propia Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Oviedo denunció las insuficiencias del Segundo Plan de Desarrollo de 1967 incidiendo en la dudosa eficacia de medidas como la devaluación de la peseta, en un momento en que las empresas requerían la importación de maquinaria para modernizarse, y advirtiendo sobre la caída de las inversiones y los valores bursátiles. La burguesía ovetense y en general asturiana trató de presionar, aunque con pocos efectos, a los organismos encargados de la planificación económica para que modificasen su política con respecto al respecto. En 1970 los concejos de Mieres y Langreo se incluyen en las zonas de Preferente Localización Industrial, pero la medida no surtirá los esperados efectos en el desarrollo de las comarcas.
Una de las razones que bloqueaba la instalación de nuevas empresas en la región era el calamitoso estado de las vías de comunicación, agravado por el tránsito constante de vehículos pesados desde los años 60. Las salidas por carretera hacia Galicia o Santander eran estrechas y no estaban correctamente trazadas, a lo que se sumaba desde principios de los años 70 el colapso continuado del área central de la región y en concreto del triángulo Oviedo-Gijón-Avilés. La Sociedad Promotora de Autopistas de Asturias y León (PROALSA) apenas consiguió construir el tramo de autovía entre Oviedo y Figaredo, mejorando el trazado del Puerto del Padrón. No fue hasta varios años después de la muerte de Franco cuando pudo realizarse la Autopista Y, principal arteria de la región que conecta Oviedo con Gijón y Avilés, y ponerse en funcionamiento la autopista de León a Lena con pendientes máximas de un 5% frente al 15% que alcanza el desnivel de Pajares. En estas circunstancias en 1973 mientras que la siderurgia básica y la minería absorbían el 66% del empleo el resto de los sectores constaban de pequeñas y débiles empresas a excepción quizás de la industria alimentaria, un 7%, y de los transformadores metálicos y construcción de material de transporte, un 9%.
Por su parte el campo asturiano llevaba a término la plena orientación ganadera de las explotaciones y el acceso a la propiedad de la tierra de los agricultores, incrementándose la producción lechera desde los 445 millones de litros en 1955 a 683 en 1975 mientras que en 1984 se alcanzaba el 90% de industrialización en el sector. La explotación cárnica del vacuno crecía a ritmo similar pasándose de 7.847 toneladas sacrificadas en 1954 a 17.908 en 1970. Sin embargo el campo regional se enfrentaba a la contrapisa de su fragmentación en pequeñas parcelas, menos de 5 hectáreas, en más de un 75%, obligando a grandes inversiones en maquinaria y limitando su productividad. A su vez los mecanismos de comercialización de los productos agrícolas, muy favorables a los intermediarios e industriales lecheros en detrimento de los productores, desencadenaron toda una serie de nuevas contradicciones sociales que alcanzaron su climax en la “Guerra de la Leche” de 1966; en ese episodio quedaron al descubierto insuficiencias en la red de industrialización y distribución que fueron momentáneamente solventadas con la creación de Central Lechera Asturiana, inaugurada en 1970 con el capital de 4.000 campesinos ganaderos de la región.
Todo este cúmulo de cambios reactivó a las organizaciones obreras y revirtió en un notable incremento de la conflictividad social. El primer despunte de este fenómeno tuvo lugar en 1957 con la huelga de la mina La Camocha en Gijón. Fue precisamente en ese episodio donde comenzó a generalizarse la fórmula organizativa de las comisiones obreras, logrando al año siguiente los militantes comunistas que habían conseguido figurar como enlaces del sindicato vertical movilizar a 20.000 mineros; cuatro años más tarde, 1962, una nueva huelga concitaba el apoyo de 40.000 obreros. La huelga de 1962 supuso la aparición de una comisión central de la minería que en 1966, a instancias de los comunistas, daría lugar a la Comisión Provincial de la Minería con la misión de centralizar todas las actividades reivindicativas que hasta entonces desarrollaban de forma inconexa las diversas comisiones. Sin embargo la actividad comunista, tras la ilegalización de Comisiones Obreras por el Tribunal Supremo en 1967, caería en un periodo de estancamiento en buena medida por haber privilegiado a un sector en clara regresión como era la minería desatendiendo a otros tan relevantes como el metal. Esta estrategia comenzaría a ser corregida a partir de 1970, permitiendo además el acceso al aparato del Partido de profesionales provenientes de capas obreras y funcionariales distintas.
En general puede decirse que el desarrollismo impulsado por la Dictadura en los años 60 supuso para tejido económico y social de Oviedo especializarse en el sector terciario y administrativo. Las empresas que se situaban en las inmediaciones del núcleo urbano y las actividades ligadas al sector secundario se van trasladando paulatinamente hacia sus términos municipales y hacia los adyacentes Siero y Llanera. La crisis de los años setenta supondrá no obstante una ralentización en el crecimiento de su población urbana.
Arte y Monumentos
Ver: Arte y Monumentos de Oviedo
Calles y lugares de Oviedo
Ver: Relación de calles y lugares de Oviedo