Napoleón

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Jacques-Louis David, Napoleón cruzando los Alpes (Le Premier Consul franchissant les Alpes au col du Grand-Saint-Bernard), 1800-1801, óleo sobre lienzo de 260 × 221 cm, Castillo de Malmaison, en la ciudad de Rueil-Malmaison, Yvelines, Francia.

Napoleón Bonaparte, 1769-1821.

Emperador francés nacido en Ajaccio (Córcega) el 15 de Agosto de 1769. Murió en la Isla de Santa Elena el 5 de mayo de 1821.

Fue el segundo de los hijos de María Leticia Bonaparte y Carlos Bonaparte, abogado que debido a sus múltiples ocupaciones, dejó la educación de su hijo en manos de su esposa. Napoleón consiguió al mismo tiempo que su hermano José Bonaparte una beca para la Escuela preparatoria de Autun, donde Napoleón aprendió francés. El 23 de marzo de 1779 pasó a la Escuela Militar de Brienne. En esta escuela obtuvo en 1783 el primer premio por sus aptitudes a las matemáticas, lo cuál le valió una recomendación del inspector de enseñanza Keralio para pasar a la Escuela Militar de París, ingresando en la misma el 23 de Octubre de 1784. En 1785 muere su padre, y aunque no es el primogénito empieza a ejercer de cabeza de familia, sin que su hermano José le dispute esta autoridad. Su nivel económico provocó que se aplicase en sus estudios de tal modo que acabó en seis años los estudios que exigían un periodo de diez.

A los diecisiete años fue nombrado segundo teniente del regimiento de La Fère-Artillerie, permaneciendo entre 1785 y 1788 con su regimiento en las guarniciones que les iban asignado como Valence, Lyon, Douai y Auxonne. En esta época se aficionó al estudio histórico y bibliográfico llegando a ser un verdadero especialista.

Al estallar la revolución, Napoleón pidió un permiso por asuntos familiares para trasladarse a Córcega, llegando a Ajaccio en los últimos días de Septiembre de 1789. Desde allí defendió la revolución, e incluso dirigió una carta al Club de Ajaccio contra Matteo Buttafuoco, un diputado de la nobleza corsa, al que acusó de traidor. Permaneció más tiempo del permitido en Córcega, y a su regreso a Auxonne, vivió en los límites de la pobreza con su hermano Luis. Durante este periodo aumentó sus conocimientos de griego y latín y presentó un trabajo a la Academia de Lyon que fue calificado en el último lugar.

En 1791 murió su tío Luciano Bonaparte, que era el sostén económico de la familia, por lo que Napoleón se vio obligado a regresar a Córcega, siendo ya primer teniente del regimiento de Grenoble. Aprovechó su vuelta a Córcega para integrarse en las elecciones a la Asamblea Legislativa. Convencido del apoyo de sus compatriotas corsos, consiguió que le nombrasen jefe de batallón de la Guardia nacional de voluntarios, y ocupó las calles de Ajaccio. Fue acusado por los ciudadanos de atentar contra ellos al abrir su batallón fuego y en mayo de 1792 regresa a París para dar explicaciones sobre su conducta. Durante las jornadas del 20 de Junio, 10 de Agosto y los asesinatos de Septiembre, Napoleón fue testigo de los acontecimientos, pero no intervino en los mismos.

En 1793, estando en Niza, recibió la orden de unirse a la columna del general Carteaux que tenía como objetivo cortar la comunicación entre Lyon y Marsella para apoderarse de esta última. En este periodo escribió Napoleón Le Souper De Beaucaire, donde defendía la unidad francesa contra el federalismo y los confederados de Mediodía. Marsella fue tomada y tres días más tarde, a consecuencia de una traición, se entregaba la ciudad a los ingleses además del fuerte de Tolón. Napoleón manifestó en este momento su capacidad estratégica y militar al proponer en las deliberaciones del consejo de guerra, un plan para reconquistar Tolón que fue aceptado y llevado a cabo por él mismo. Como recompensa por este planteamiento y por la labor que desempeñó, fue ascendido a general de brigada y se le asignó la artillería del general Dumerbion. Su cometido era armar las costas provenzales pero su carrera se interrumpió de forma brusca al ser acusado de traición el 9 Thermidor, por Saliceti. Se le acusaba de haber destruido los recintos del fuerte de san Nicolás en Marsella, por lo que fue encarcelado en Antibes y destituido de su grado.

Aunque fue puesto en libertad a las pocas semanas, siguió levantando las sospechas de los girondinos que veían en él a un peligroso militar terrorista. Barras fue quien le sacó del ostracismo y le encomendó el mando del ejército del Interior para mantener el orden frente a la creciente actividad de los realistas (Vendimiario de 1795). La operación que dirigió el 5 de octubre contra los insurrectos que se habían hecho fuertes en la iglesia de Saint-Roch, en las proximidades de las Tullerías, le valió el reconocimiento del gobierno. A partir de ese momento, su ascenso no conocería nuevas interrupciones. En París, frecuentó los círculos de la alta sociedad y en casa del Director Barras conoció a la joven Josefina de Beauharnais, viuda del general vizconde de Beauharnais, que había sido diputado de la nobleza en los Estados Generales y presidente de la Constituyente antes de ser guillotinado en 1794. Napoleón quedó pronto seducido por la atractiva vizcondesa, aunque como muy bien señala Georges Lefèbvre, el general debió ver también en ella la influencia que podía adquirir con su relación. El 9 de marzo de 1796 contrajo con ella matrimonio civil y dos días más tarde salía para unirse al ejército de Italia como comandante en jefe. Las campañas de Italia dieron fama a Napoleón en Francia y en toda Europa cuando aún no había cumplido los treinta años. Su mayor mérito consistió en reorganizar y disciplinar a un ejército mal dotado, dándole la coherencia y la rapidez de acción necesarias para llevar siempre la iniciativa y saber cómo y cuándo tenía que actuar en el campo de batalla. El calificativo que tan frecuentemente se le ha aplicado de genio de la guerra no constituye ninguna exageración si se tiene en cuenta la facilidad con la que venció a sus enemigos en catorce batallas consecutivas. Sus victorias en Lodi, Arcola y Rivoli han quedado como ejemplos en los textos que enseñan el arte de la guerra, por la inteligente concepción en el despliegue de las tropas y por la audacia en la ejecución de los movimientos. En efecto, Napoleón revolucionó la forma de hacer la guerra y modernizó la organización del ejército.

Sin duda su popularidad fue un factor decisivo en su decisión de abordar el 18 de Brumario del año VIII de la Revolución (9 de noviembre de 1799), instaurando una dictadura moderada en la que, legalmente, el poder le era concedido por el pueblo a un triunvirato formado por Sieyès, Ducos y él mismo. Más tarde se proclamó primer cónsul, cargo que le facultaba para desempeñar el poder durante diez años.

En política exterior, consiguió vencer a Austria en la batalla de Marengo (1800), logrando un año más tarde la firma de una ventajosa paz (Lunéville). Ese mismo año de 1801 normalizó las relaciones con el Papado, muy resentidas y deterioradas tras los cambios en materia religiosa introducidos por la Revolución. Gracias a esto, logró hacerse coronar emperador el 2 de diciembre de 1804 por el papa Pío VII en la misma catedral de Notre-Dame, ciñéndose él mismo, en un gesto cargado de unas nada despreciables connotaciones simbólicas, la corona imperial. Napoleón y Francia se veían a sí mismas, con este acto, en la cumbre máxima del poder.

La expansión imperial francesa, mientras tanto, mantenía abiertos varios frentes. Las ansias hegemónicas y su agresiva política belicista provocó la reacción de los demás estados, formándose una coalición de potencias —Gran Bretaña, Austria y Rusia—, para frenar a las tropas francesas. Si bien por mar las cosas no fueron bien para Napoleón, dado el aplastante poderío naval británico (derrotas en Aboukir y Trafalgar), por tierra su dominio táctico y la preparación de sus generales y soldados le hizo obtener brillantes victorias (Ulm, Austerlitz, Jena, Auerstaedt, Friedland, etc.).

La decisión de aislar a su principal y más peligroso enemigo, Gran Bretaña, mediante un bloqueo continental, le hizo dirigir sus miras hacia España y Portugal. Rápidamente consiguió Napoleón imponer a su hermano José en el trono español, aprovechando la debilidad de los borbones Carlos IV y Fernando VII y realizando una hábil política de intrigas entre ambos. Sin embargo, a partir de 1808 se sucedieron los levantamientos populares, al mismo tiempo que una táctica militar desacostumbrada —la guerra de guerrillas—, ponía en serios apuros a las tropas francesas en suelo español hasta el punto que el mismo Napoleón hubo de trasladarse para dirigir las operaciones.

Un año más tarde, al no tener hijos de su matrimonio con Josefina, estéril desde los treinta y cinco años, se hizo efectiva la separación y declarada nula la unión. Deseoso de tener un heredero, rápidamente concertó su segundo matrimonio, esta vez con una princesa austriaca, María Teresa, hija del emperador Francisco I. La unión se hizo posible como acuerdo establecido en la paz de Viena, firmada tras la derrota austriaca en la batalla de Wagram. El 20 de febrero de 1811 nacía por fin su anhelado heredero, Francisco Carlos José Bonaparte, destinado a suceder a su padre al frente de un imperio que comprende la mitad de Europa y que incluye, además de Francia, las anexionadas Bélgica, Holanda y la margen izquierda del Rhin. Además, Napoleón gobierna en la Confederación Helvética, la del Rhin y el Reino de Italia, sin olvidar los estados que controla mediante la imposición de algún familiar o colaborador, como el Reino de Nápoles, gobernado por el mariscal Murat, o España, por su hermano José.

El gigante ruso marcará el principio del fin napoleónico. En 1812 emprende su conquista haciendo cruzar territorio polaco un ejército de más de 500.000 hombres, obligando a los ejércitos del zar Alejandro I a replegarse y practicar una política de tierra quemada que, a la postre, fue uno de los factores decisivos de la derrota francesa. Las victorias menores de Napoleón en Smolensk y Borodino le permitieron entrar en Moscú, que debió rápidamente abandonar por la falta de provisiones y avituallamiento. La retirada fue cruel y penosa para los ejércitos franceses, acosados por el enemigo, el extremo invierno ruso y el desánimo. Sólo 18.000 soldados consiguieron llegar a Polonia y, lo que fue peor aun para el Emperador francés, quedó abierto el camino para su derrota definitiva. Las victorias de la coalición antifrancesa comienzan desde entonces a ser habituales, comenzando por España, de donde son desalojados, y continuando por la misma invasión de Francia, que culmina con la entrada en París de los aliados el 31 de marzo de 1814 y la abdicación del mismo Napoleón 6 días más tarde.

Tras la derrota militar, el otrora mayor soberano europeo quedó confinado en la isla de Elba, si bien su destierro fue momentáneo. Su popularidad aun no había decaído en Francia y era muchos los que anhelaban su vuelta. Así, sin mayores dificultades, consigue recuperar el poder en febrero de 1815. Inaugura un período denominado los Cien Días en que, aclamado por las multitudes, prepara de nuevo a sus tropas para la conquista. Sin embargo, esta vez el fracaso será definitivo, cosechando en la batalla de Waterloo una calamitosa derrota.

Tras entregarse a los británicos, huyendo de la persecución a que era sometido por parte de los prusianos, fue de nuevo confinado a una isla, esta vez Santa Elena. Así, tras escribir sus memorias, el 5 de mayo de 1821 falleció de causas que aun despiertan controversia entre los especialistas. Tradicionalmente atribuida su muerte a una úlcera que le provocó un cáncer de estómago, análisis toxicológicos de sus cabellos parecen demostrar que sufrió un envenenamiento por arsénico continuado, probablemente ordenado por la coalición antimonárquica, que temía una nueva intentona por recuperar el poder. Cierta o no la teoría, con Napoleón murió uno de los grandes personajes de la Historia y uno de los mayores genios en el ámbito de la estrategia militar.