Cruz de los Ángeles

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== El iconoclasmo de Bizancio y la Cruz de los Ángeles ==La Cruz de los Ángeles es una reliquia donada por Alfonso II el Casto en el año 808 a la Iglesia de San Salvador de Oviedo. Posee unas dimensiones de 92 centímetros de alto y 72 de ancho. El alma de la cruz está formada por dos maderos que se unen en el centro a un disco redondo.

Cruz de los Ángeles

La Cruz de los Ángeles es atribuida a orfebres bizantinos que acudieron a Oviedo huyendo del iconoclasmo de Bizancio, iniciado en el año 712 con la famosa querella de las imágenes. Dicha disputa fue producto de la negativa de los musulmanes, cada vez más numerosos en el Imperio Bizantino, a las representaciones icónicas, lo que ocasionó fuertes tumultos populares que finalizaron con la condenación de los iconos en el año 842, justamente el del fallecimiento de Alfonso II el Casto. Estos artistas del Imperio Romano de Oriente sin duda fueron bien acogidos por un Rey Casto que se consideraba heredero de la tradición romana. De hecho, puede decirse que con esta obra se introdujeron las imágenes iconográficas en el arte del reino: los mozárabes desplazados por Alfonso I a Oviedo trajeron elementos góticos, pero carecían de imágenes en sus templos. Esto explica por qué la imagen de la Cruz de los Ángeles es la única que aparece en templos contemporáneos a su forja, como Santullano. Frente al paganismo del pueblo llano, que sigue dando culto a los ídolos (como la Virgen de Covadonga, inspirada en Isis y Atenea según Guillermo García Pérez, y también frente al adopcionismo que defienden los obispos mozárabes Félix de Urgel y Elipando de Toledo en el Concilio de Sevilla del año 784 y el iconoclasmo aprobado en el Concilio de Hieria (754), la nobleza ovetense defiende una posición anicónica: no se niegan las imágenes, pero tampoco se permite su culto.

Además de esta influencia bizantina de los orfebres, es sabido que el culto a la vera cruz en la España visigoda estaba muy extendido, como testifica la confesión del Rey Recaredo en el III Concilio de Toledo (año 589), comunicada al Papa Gregorio el Grande, quien le envió una carta con una cruz que contiene una reliquia de la Vera Cruz y cabellos de San Juan Bautista. Asimismo, en el año 675 ya existía en Toledo una Iglesia de la Santa Cruz. Estos documentos han tenido comprobación directa en el tesoro visigodo de Guarrazar, en Toledo, descubierto entre los años 1858 y 1861. Entre las reliquias de dicho tesoro se encontró una cruz de oro, de forma griega y con influencias bizantinas, casi idéntica a la Cruz de los Ángeles.

Cruz del tesoro de Guarrazar, en Toledo

Inicialmente, la reliquia fue una cruz relicario, como prueban las pequeñas cajitas con tapas de corredera que se encuentran en los extremos de los brazos y la parte superior del árbol. Asimismo, en algunos sus bordes se aprecian unos anillos a modo de agarraderas, lo que parece indicar que la Cruz de los Ángeles llevaba colgadas de sus brazos las letras griegas Alfa y Omega (principio y fin), símbolo del Apocalipsis, comentado por Beato de Liébana, y de Dios: «Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin» (Apocalipsis, 22.13), al igual que sucedía con otras cruces bizantinas y visigóticas de las regiones cristianas mediterráneas.

Hoc signo tuetur pius, hoc signo vincitur inimicus

En el brazo inferior de la cruz aparece la inscripción Hoc signo tuetur pius=Hoc signo vincitur inimicus («Con esta señal se defiende el piadoso»=«Con esta señal se vence al enemigo»), resonancia de las palabras que el emperador de Bizancio Constantino, vio, según relato de Lactancio, junto a las primeras letras del nombre de Cristo en el cielo: Hoc signo victor eris (Con este signo vencerás), y que aparece tal cual, Hoc signo vincitur inimicus, en varias inscripciones en el norte de África, en territorio del antiguo Imperio Bizantino. Asimismo, el lema se remonta a la época del Imperio Romano antes de su división en el año 395. El emperador Constancio II (337-361) usó de tal leyenda en primer lugar, aunque no tuvo continuidad entonces. Solo el usurpador Vetranio (350) y el César Constancio Galo (351-354) la mantuvieron en alguna de sus monedas, siendo este último el primero en colocarla en las piezas de mayor categoría, los sólidos de oro.

Estas palabras pronto se convirtieron en el lema de la monarquía ovetense, y en la Cruz de la Victoria, forjada por orden de Alfonso III el Magno en el año 908, vuelven a aparecer. Recientemente se ha descubierto que uno de los brazos de la Cruz incluye el sello del emperador romano Octavio Augusto, en cuyo reinado fue conquistada la Península Ibérica; de ahí que la fecha de la forja sea el año 846 según la Era Hispana, iniciada en el año 38 antes de Cristo. Todo parece indicar que las inscripciones de ambas cruces, más que simbolizar una sumisión a la iglesia romana, están inspiradas en la tradición imperial del Imperio Romano y del Imperio Bizantino o Romano de Oriente. Por lo tanto, la Cruz de los Ángeles ha de entenderse como un símbolo del poder de Alfonso II, y la donación de la reliquia a la Iglesia de Oviedo ha de entenderse dentro del proyecto de construcción de un imperio cristiano desligado de Roma y en competencia con Carlomagno, todo ello en el marco de la polémica del adopcionismo y la fundación del Camino de Santiago.

Como detalle curioso, el lema fue retomado por los reyes portugueses, en concreto por Manuel I (1495-1521), en la modalidad In Hoc Signo Vinces y la utilizarían profusamente en muchas de sus acuñaciones hasta la caída de la Monarquía en 1908, convirtiéndose prácticamente en una marca específica de la moneda portuguesa durante 400 años. Paradójico resulta que fuese tan usado este lema por una monarquía que desde su fundación en el siglo XI siempre declaró su vasallaje y sometimiendo al Papado y que por lo tanto desvirtuó el significado originario de la leyenda.

La leyenda de los ángeles que forjaron la cruz

La Cruz de los Ángeles en la antigua muralla de Oviedo

La Cruz de los Ángeles, que se convirtió en el símbolo de la ciudad de Oviedo en el siglo XV o incluso ya antes, en 1262 era usada como sello, como refleja un grabado de la vieja muralla de la ciudad, ha llevado siempre consigo una leyenda que atribuye su fabricación a unos ángeles. Sin embargo, este relato es muy posterior a la época alfonsina y se relata en la Crónica Silense (año 1115 aproximadamente). Es precisamente esta Crónica la que relaciona a Alfonso II con el arca de las reliquias ovetenses contenida en la Iglesia-Catedral de San Salvador.